Opinión

Parábola de María Antonieta

“Reina de Francia”, informa la enciclopedia virtual Wikipedia. Hija de los emperadores de Austria, Francisco I y María Teresa, contrajo matrimonio en 1770 con el delfín o heredero al trono galo, Luis, que subió al solio en 1774 con el nombre de Luis XVI. “Mujer frívola y voluble, de gustos caros y rodeada de una camarilla intrigante, pronto ganó fama de reaccionaria y despilfarradora”. Cuando a los doce años llegó al inmenso palacio de Versalles, regentado por Luis XV, fue recibida por 3,000 príncipes de la realeza de Francia, muchos de los cuales parasitaban, a costa absoluta del Estado, en las 700 habitaciones de esa majestuosa residencia. Importante es recordar que esta, el clero y la alta burguesía nunca pagaban impuestos (o disfrutaban de jugosas exenciones), haciéndolo solo la clase baja, campesinos y proletarios.

“Desde su nacimiento en 1755 María Antonieta Josefa Ana (…) vivió sumergida en la suntuosidad de la corte vienesa, rodeada de atenciones y ternura. Su padre, el emperador Francisco I, la adoraba”. Y cuando a los catorce años casó con el duque de Berry o delfín, (mayo 16 de 1770) soltó la perra: dado que al esposo le costaba consumar el matrimonio (sufría eyaculación precoz) y que se quemaba en deseos y soledad, según sus biógrafos se dedicó a coleccionar amantes –como el actual presidente salvadoreño y los gerentes chafas en Hondutel–, a incursionar solapadamente por nocturnos casinos y a malgastar el dinero real: cada treinta días compraba 170 vestidos con plata oficial, carísimas joyas, tocados y caballos, o exigía al soberano construirle un propio palacio, el Trianón, donde celebraba fastuosas reuniones, como en Coyolito o la sala presidencial de Altar Q. Al mes consumía Versalles diez mil velas de sebo, equivalentes cada cual al salario obrero de una quincena. Se desconoce el monto de gastos en servidumbre, linos y champagne, alimentos, pero para la sociedad era evidente el despilfarro: una clase superior (oligarquía o élite) explotaba minuto por minuto a la inmensa mayoría de población.

Con todo, cuando circulaba la pareja monárquica por París la gente la aclamaba: eran los obvios signos de alienación y enajenación, estudiados luego por el marxismo y el psicoanálisis (como cuando votas aberradamente rojo o azul). El pueblo no relacionaba la existencia del sistema con su propia condición de pobreza, no hasta que la crisis detonó un cambio trascendental: en 1788 creció la inflación, el invierno quemó cosechas, produjo hambruna, bestial carencia de elementos, y la conciencia colectiva se transformó.

Bastaba ver hacia arriba para darse cuenta de dónde provenían los males, que era del torpe gobierno y la corrupción, de legisladores que concedían irregulares privilegios a favoritos, medraban del erario nacional, irrespetaban al pueblo burlándose cínicamente de él. “La caída de la monarquía se fraguó en pocos meses”, advierten expertos. “Ni Luis XVI ni Antonieta comprendieron el carácter de los cambios que se avecinaban, provocando así su propia ruina. Ya no había posibilidades de reconciliación entre el pueblo y el rey”. Quedaba roto el puente e irrumpía imparable la revolución. Obsérvese la aguda caracterización del proceso: “La caída monárquica se fraguó en pocos meses”… Cuando el pueblo quiere es puntual.

Luis fue guillotinado en enero 1793, Antonieta en octubre –hace exactos 220 años–, declarada culpable de alta traición. “Subiría lentamente los peldaños del cadalso, redoblarían los tambores, caería la cuchilla y la cabeza ensangrentada, asida de los cabellos por un verdugo, sería mostrada a la multitud vociferante”.

Huracán irascible, la masa se cobró decenios, siglos de servidumbre y dolor, arrasó con el antiguo régimen y construyó la República; nada importaron llanto y dolor ante la necesidad de refundar la patria.

Desde entonces los pueblos mantienen guardadas las guillotinas, sacándolas solo como última solución para sus males... Dios ríe viendo al cretino repetir la historia. El inteligente aprende sus lecciones.

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