Opinión

El mundo celebra la herencia poética y libertaria de Octavio Paz

Octavio Paz fue un intelectual que durante su vida se entregó a la causa de la libertad: la libertad de pensar y
la libertad de crear. Fue un humanista, poeta, traductor, crítico de arte y ensayista de alcance mundial. Fue también diplomático de fuerte trascendencia y editor de gran éxito.

Este año, el mundo celebra el centenario del natalicio de uno de los mejores poetas que nos dio el siglo pasado; un mexicano universal.
Paz fue un hombre del siglo XX y, como tal, a plenitud vivió y participó en todos los grandes debates históricos y culturales de su tiempo. Fue también uno de los constructores de la cultura global, vocero imprescindible de la misma. Innovación y pasión fueron las premisas perseverantes de su vida y de su obra.

Intelectual de amplios alcances, sus ensayos abarcaron lo mismo las teorías antropológicas de Claude Lévi-Strauss que el surrealismo y la revolución estética de Marcel Duchamp; la cultura y el arte prehispánico y el muralismo mexicano; los haikús de Basho y las esculturas eróticas de los templos hindúes; la poesía del Siglo de Oro y la lírica anglosajona; la filosofía de Sartre y la de Ortega y Gasset; la vida cultural de la Nueva España y la poesía barroca de Sor Juana Inés de la Cruz; la sociología-antropológica del mexicano y la crítica a la forma de hacer política en México; el socialismo real y la implosión del bloque soviético. Pocas manifestaciones estéticas y acontecimientos históricos de su tiempo fueron ajenos a sus reflexiones.

Octavio Paz Lozano nació el 31 de marzo de 1914 en la Ciudad de México; su vida –su tiempo- es fascinante y transcurre de manera paralela a los grandes acontecimientos del siglo XX: nació el año de inicio de la primera gran guerra; durante su niñez vivió las vicisitudes de la revolución mexicana; en su juventud fue testigo de la guerra civil española; siguió con atención el ascenso de Hitler; se estremeció con las purgas de Stalin y se indignó al conocer la existencia de los campos de concentración; lo conmovió la desgarradora segunda guerra mundial y la cascada de movimientos de independencia iniciada en los años 50; analizó las dictaduras en África, Asia y América Latina; no fue indiferente a las rebeliones juveniles del 68. Vivió el resquebrajamiento del bloque soviético y la oleada democrática que le siguió.

Desde muy pequeño, Paz asumió una convicción, la utilización de la palabra como medio de ser y trascender. A los 17 años publicó su primer poema, “Mar de día” y, a los 19, “Luna silvestre”, su primer libro de poesía, un poco antes había publicado su primer ensayo, “Ética del artista”.

En 1937, a los 23 años, finalizó sus estudios de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ese año recibió una invitación que confirmó su vocación y cambió su vida: participó en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas de Valencia, España. Paz fue desde las primeras horas un partidario apasionado de la causa republicana.

Ahí inició un periplo que no concluiría sino hasta su muerte. Sus viajes, sus vivencias, dan sustento en gran medida a su obra poética. Su poesía es una extensión de su vida; lo mismo vale para la política: su vida es una lucha perseverante por la libertad.

Al año siguiente se casó con Elena Garro, matrimonio que duró 20 años, hasta 1959, año en el que se unió a Bona Tibertelli de Pisis. En India conoció a Marie-José Tramini, con quien se casaría en 1966 y sería su compañera hasta el final de sus días.

Paz fue siempre un inconforme, un rebelde. Construyó nuevas formas de expresar su talento poético y ejerció la libertad de pensar y entender el mundo.

Su estadía en San Francisco, que comenzó en 1943 cuando recibió la Beca Guggenheim, le permitió asistir a la fundación de las Naciones Unidas. En diciembre de 1945 llegó a París, ahí vivió los años de reconstrucción de la posguerra y tuvo la oportunidad de conocer y tratar a los artistas e intelectuales surrealistas, que mucho lo influyeron.

A menos de dos años de su arribo a París envió a su referente en México -Don Alfonso Reyes-
su poemario “Libertad bajo palabra” y ahí, en la Ciudad Luz, escribió el ensayo que lo consagraría como pensador y estudioso: “El laberinto de la soledad”.

Regresó a México a fines de 1953, luego de nueve años de ausencia. Vivió en la India seis años, de 1962 a 1968, la cultura oriental lo marcó vivencialmente e impactó su creación literaria.

Su periplo por Oriente cesó abruptamente en el verano de 1968, cuando a modo de protesta por los sucesos en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, Paz renunció a su cargo de Embajador. Renuncia que cimbró la consciencia mexicana.

Tras varios viajes por Europa y labores académicas en las universidades estadounidenses de Texas, Pensilvania y Harvard, Paz regresó definitivamente a México en 1971, época en la que decidió participar activamente en los debates de la política mexicana.

Paz es, quizás, el mexicano más laureado a nivel internacional, por mencionar algunas distinciones: Premio Jerusalén 1977; Premio Águila de Oro de Niza en 1979; Doctor Honoris Causa por Harvard en 1980; Premio Cervantes en 1981; Premio para la Paz de Frankfurt en 1984; Premio Internacional Menéndez y Pelayo en 1987; y su consagración final, el Premio Nobel de Literatura en 1990, “por su apasionada escritura de amplios horizontes, caracterizada por su inteligencia sensual y su integridad humanista”, expresó la Academia Sueca.

Octavio Paz fue ante todo un poeta. Es el poeta de la tradición, de una profunda inspiración y es también el poeta de nuevas formas de expresión. En su obra se aprecia una constante defensa de la poesía, como cimiento de la cultura en general; la poesía es, para Paz, el núcleo alrededor del cual gira toda la cultura humana y es la herramienta intelectual para interpretarla. Su poesía es un caminar sin fin, un andar perpetuo, un movimiento eterno, porque la poesía –su poesía- es el amor, es la pasión, es la expresión de la esencia humana.

La poesía es también, para Paz, un medio para explicar la realidad cambiante. Él es, en sí mismo, un ejemplo del cambio de los tiempos, de la transformación política de México y de la configuración del rostro de la cultura moderna del país.

Hay un Paz poeta y un Paz ensayista. La diferencia es nítida; Paz rechazaba la politización en el arte y la utilización del arte como instrumento para hacer política. Remarcó insistentemente que su poesía era independiente y autónoma a sus reflexiones sobre política y temas de actualidad.

Pero ambas eran -son- imprescindibles para entender su creación y sus reflexiones: era evidente para él que sin libertad, la poesía no tendría viabilidad y la política perdía razón de ser. Esta última, como pasión, puede y debe ser lúcida.

Octavio Paz fue un agitador de conciencias, un provocador involuntario, un hombre de pasión política, pero sobre todo un libre pensador. Tenía y utilizaba tres instrumentos esenciales: la crítica, la razón y la libertad, todos ellos a través de un arma esencial, la palabra. Fue siempre un militante de la duda.

A pesar de los vituperios de que fue objeto a lo largo de su vida, Paz estuvo más cerca del socialismo democrático de finales del siglo XX que del conservadurismo que tanto le achacan sus críticos, e incluso más que de la doctrina liberal a la que frecuentemente es adherido por sus estudiosos y biógrafos. Paz fue un demócrata, un defensor de la libertad y la pluralidad y tal vez por ello, para muchos fue siempre un pensador políticamente incorrecto.

Para Paz, “la democracia no es un absoluto ni un proyecto sobre el futuro: es un método de convivencia civilizada. No se propone cambiarnos ni llevarnos a ninguna parte; pide que cada uno sea capaz de convivir con su vecino, que la minoría acepte la voluntad de la mayoría, que la mayoría respete a la minoría y que todos preserven y defiendan los derechos de los individuos.”

Paz compartió y defendió la causa de la justicia y la equidad que anima a la izquierda, pero antepuso que esta se adhiriera sin vacilaciones al ejercicio democrático pleno. De hecho, Paz aspiraba a un socialismo impregnado de liberalismo que garantizara la libertad a las personas concretas. Por ello, señalaba que liberalismo y socialismo “han sido los grandes interlocutores de los siglos XIX y XX y tal vez ha llegado la hora de una síntesis. Ambos son irrenunciables y están presentes en el nacimiento de la Edad Moderna: uno encarna la aspiración hacia la libertad y el otro hacia la igualdad.”

Destaca un hecho singular, Paz el poeta es más y mejor conocido y reconocido en el mundo; en tanto que Paz el librepensador, el crítico político fue más seguido y despertó mayor interés en México y América Latina.

Paz fue un referente cultural, supo entender mejor que muchos intelectuales contemporáneos -y la historia reciente le da la razón- los cambios que se sucedieron durante todo el siglo XX. Fue un intelectual ilustrado que supo entender a México y al mexicano; fue un liberal en un contexto de fuerte estatismo que entendió la necesidad de la crítica y la razón para impulsar el cambio.

Desconfió siempre de los dogmas –de izquierda y derecha; políticos, religiosos y estéticos-, su fuerte sentido artístico lo salvó de excesos ideológicos.

Paz no eligió, Paz fue. Fue por igual un poeta romántico y surrealista; fue siempre un innovador. Fue un convencido de la necesidad de la equidad que impulsa el socialismo y del respeto a las garantías individuales que defiende el liberalismo, fue sobre todo un apasionado de la libertad.

Leer su obra –en el centenario de su nacimiento- es el mejor de los homenajes que podemos brindarle.