Editorial

Otra vez crece la violencia

El país sigue teniendo en el combate a la violencia uno de sus principales retos, porque si bien es cierto que aquellas cifras que colocaron a Honduras a la cabeza de la lista de los naciones más violentos del mundo bajaron, ahora hay un repunte que no se puede esconder. Las cifras de la Secretaría de Seguridad así lo revelan. En 21 días del mes de octubre, reportaron 224 muertes violentas en el territorio nacional para un promedio de 22.11 fallecimientos por día.

Cabe resaltar que los números son igual de alarmantes a lo largo de la pandemia del covid-19, tiempo en el cual han estado en vigor las medidas de contención del virus, incluyendo el confinamiento y las restricciones de movilidad.

Para el criminalista Gonzalo Sánchez lo sucedido “es inexplicable”, ya que en los meses de pandemia, además de las restricciones de movilidad, también se intensificaron los registros y controles policiales. Está claro que la criminalidad organizada y el narcotráfico siguen actuando a sus anchas en el territorio nacional, y que la delincuencia común también va en aumento marcada por las consecuencias del cierre de empresas, centros de trabajo que generaban un importante número de empleos y eran fuentes de ingresos de miles de hondureños y hondureñas, pero que tampoco ha disminuido otros delitos como el cobro de extorsión, que afecta con mucha fuerza a las pulperías y pequeños negocios y al gremio del transporte urbano e interurbano.

Lo que está pasando obliga al gobierno de la República a una inmediata revisión de las políticas de seguridad y a su reformulación en los puntos débiles que se detecten, sin dejar de lado el proceso de depuración de las fuerzas policiales en las que muchos de sus miembros están coludidos con los delincuentes.

La Fiscalía y el Poder Judicial tienen que hacer lo propio, porque la falta de investigación y de justicia son también detonantes de la violencia que desangra a Honduras. El reto es inmenso, pero el gobierno —que es el llamado a garantizar la seguridad de sus ciudadanos— no puede quedarse de brazos cruzados