Es necesario que después de casi dos años de “educación virtual” volvamos a la presencialidad, o por lo menos a la semipresencialidad. Creo que sobre esa afirmación hay un consenso general, dada la realidad de nuestro país. Sé que la mayoría de las personas tienen otros pendientes en su cabeza y no están constantemente pensando en el porvenir de la educación, pero pueden o hubieran podido contribuir al pronto retorno a los salones de clases para recuperar lo que con la virtualidad se ha perdido.
Cuidarse usando la mascarilla, alcohol, desinfectando los espacios, guardando la distancia y evitando las aglomeraciones es una responsabilidad no solo sanitaria, sino que también económica y pedagógica. Si bien en los últimos meses hemos tenido un gran alivio gracias a la vacunación, la continua irresponsabilidad en algunos de los aspectos de las normas sanitarias nos puede llevar, con esta nueva variante -u otra-, a una nueva crisis, lo que dilataría nuestra recuperación económica y, por supuesto, el retorno a las clases presenciales. Es decir, las decisiones que se tomen en los burós del Estado surgirán de los aspectos que antes mencioné.
Si tenemos un alza en los contagios de covid-19, volver o mantenerse en clases presenciales sería un riesgo mayor. Y no debemos cargarle toda la responsabilidad a la vacuna pediátrica, porque, como todas, es solo una herramienta más en esta batalla que guerreamos contra el virus.
Si los contagios masivos -no necesariamente en las escuelas- son la causa por la cual se volvió a la virtualidad total, será responsabilidad de aquellos que se han tomado la pandemia con ligereza. Claro, de por medio deberá estar el Gobierno entrante, quien deberá garantizar las condiciones adecuadas en cada escuela.
Desde 2020 nos quedó claro que el descuido individual o colectivo sobre la pandemia tiene un impacto allende la muerte propia o de un familiar, es la sociedad entera en sus diferentes dimensiones quien lo sufre.
Aunque sea a casi dos años de la pandemia, este es un gran momento para protegerse, porque hemos encontrado en la vacuna a uno de nuestros mejores aliados. Debemos aprovechar este estado para reabrir físicamente las escuelas.
Lejos de convertirse en focos de contagio, los centros educativos deben servir como espacios para concientizar y disciplinar a los niños sobre la pandemia. Hay que enseñarles a cuidarse en grupo. ¿Y por qué no?, hay que enseñarles a cuidarse a los papás también.
Si no actuamos correctamente, es seguro que pagaremos las consecuencias. Se abrirá un abismo educacional insalvable para algunos niños y jóvenes. Y eso posteriormente tendrá un efecto en la calidad de vida, no de ellos, sino de todos.
Así que no podemos pretender que la reapertura de las escuelas será un hecho aislado a nosotros y que no habremos tenido nada que ver. Cada vez que alguien use mascarilla, use gel y sea prudente en su actuar, estará colocando su pieza en el rompecabezas para que un día se pueda volver a la presencialidad. Y tampoco se vale quejarse si se es irresponsable.
Y, justamente, es la baja calidad educativa la que nos ha hecho mucho más difícil esta pandemia. La educación atrae más educación; y la ignorancia, más ignorancia. Juzgue usted sobre lo que nos conviene como personas, como familia y como sociedad.
Cuidarse usando la mascarilla, alcohol, desinfectando los espacios, guardando la distancia y evitando las aglomeraciones es una responsabilidad no solo sanitaria, sino que también económica y pedagógica. Si bien en los últimos meses hemos tenido un gran alivio gracias a la vacunación, la continua irresponsabilidad en algunos de los aspectos de las normas sanitarias nos puede llevar, con esta nueva variante -u otra-, a una nueva crisis, lo que dilataría nuestra recuperación económica y, por supuesto, el retorno a las clases presenciales. Es decir, las decisiones que se tomen en los burós del Estado surgirán de los aspectos que antes mencioné.
Si tenemos un alza en los contagios de covid-19, volver o mantenerse en clases presenciales sería un riesgo mayor. Y no debemos cargarle toda la responsabilidad a la vacuna pediátrica, porque, como todas, es solo una herramienta más en esta batalla que guerreamos contra el virus.
Si los contagios masivos -no necesariamente en las escuelas- son la causa por la cual se volvió a la virtualidad total, será responsabilidad de aquellos que se han tomado la pandemia con ligereza. Claro, de por medio deberá estar el Gobierno entrante, quien deberá garantizar las condiciones adecuadas en cada escuela.
Desde 2020 nos quedó claro que el descuido individual o colectivo sobre la pandemia tiene un impacto allende la muerte propia o de un familiar, es la sociedad entera en sus diferentes dimensiones quien lo sufre.
Aunque sea a casi dos años de la pandemia, este es un gran momento para protegerse, porque hemos encontrado en la vacuna a uno de nuestros mejores aliados. Debemos aprovechar este estado para reabrir físicamente las escuelas.
Lejos de convertirse en focos de contagio, los centros educativos deben servir como espacios para concientizar y disciplinar a los niños sobre la pandemia. Hay que enseñarles a cuidarse en grupo. ¿Y por qué no?, hay que enseñarles a cuidarse a los papás también.
Si no actuamos correctamente, es seguro que pagaremos las consecuencias. Se abrirá un abismo educacional insalvable para algunos niños y jóvenes. Y eso posteriormente tendrá un efecto en la calidad de vida, no de ellos, sino de todos.
Así que no podemos pretender que la reapertura de las escuelas será un hecho aislado a nosotros y que no habremos tenido nada que ver. Cada vez que alguien use mascarilla, use gel y sea prudente en su actuar, estará colocando su pieza en el rompecabezas para que un día se pueda volver a la presencialidad. Y tampoco se vale quejarse si se es irresponsable.
Y, justamente, es la baja calidad educativa la que nos ha hecho mucho más difícil esta pandemia. La educación atrae más educación; y la ignorancia, más ignorancia. Juzgue usted sobre lo que nos conviene como personas, como familia y como sociedad.