Cartas al editor

... Y lo llamó, su amigo

“El divino, Juan Ramón”, insigne constructor de las letras hondureñas, artista del estilo modernista, autor de la grandeza del canto a la belleza, el autor de, “Salutación a los poetas brasileros”, el que enaltece el nombre del ave símbolo de Los Andes, como el “ave bravía”, el cóndor, y como “símbolo de la sabiduría” al estiquirín de Jesús de Otoro.

Nació en Comayagüela, en 1875; en su niñez, gozó de las bellezas de su ciudad natal, de la matutina frescura de los exuberantes bosques que rodeaban a la ciudad de Comayagüela.

Acostumbraba el pequeño Juan Ramón a disfrutar de los baños en las abundantes y cristalinas aguas del río Grande, que similar al río Tíber, en Roma; el Sena, en París; y el Támesis, en Inglaterra, divide a las gemelas Tegucigalpa y Comayagüela. Dicho río nace en los manantiales de la perfumada Montaña de Hierbabuena, entre Comayagua y Francisco Morazán.

Molina escribió su poema “Río Grande”, de 24 estrofas, de seis versos cada una, con un total de 156 versos, bellamente rimados en consonancia y en los que expresa la natural belleza del río, con pozas grandes y su zigzaguear simulaban inmensas serpientes, hasta depositar sus aguas a la amplia Bahía de Fonseca.

El singular poema lo dedicó a su amigo Esteban Guardiola Cubas, escritor de biografías y originario de San Antonio de Oriente, Francisco Morazán.

Los restos del insigne Juan Ramón Molina fueron repatriados desde El Salvador, al puerto de Amapala; uno de sus amigos lo despidió con el siguiente estribillo:

A Juan Ramón

“Siempre nace una estrella,

cuando muere un panida;

mas, cuando tú te fuiste,

divino, Juan Ramón,

cuando los ruiseñores,

cantaron tu partida

surgió en la inmensa bóveda,

una constatación…”.