El Watergate fue un gran escándalo político que tuvo lugar en Estados Unidos en la década de 1970 a raíz de un robo de documentos en el complejo de oficinas Watergate de Washington D.C., sede del Comité Nacional del Partido Demócrata, y el posterior intento de la administración Nixon de encubrir a los responsables.
Cuando la conspiración se destapó, el Congreso de los Estados Unidos inició una investigación, pero la resistencia del gobierno de Richard Nixon a colaborar en esta condujo a una crisis institucional. Watergate empezó a abarcar entonces una gran variedad de actividades clandestinas ilegales en las que estuvieron involucradas personalidades del gobierno estadounidense presidido por Nixon.
Luego de las investigaciones que lo incriminaban, el presidente habría sido objeto de un impeachment («proceso de destitución») por parte del Congreso de los Estados Unidos, Nixon renunció a la presidencia el 9 de agosto de 1974. Esto ocurrió en la cuna de la democracia, sin duda que la prensa fue la protagonista de este hecho histórico e irrepetible hasta la fecha, y nos demostró que cuando los periodistas hacen su trabajo con compromiso y ética pueden derrocar a un presidente.
En nuestro país, lamentablemente la percepción del pueblo es que los periodistas más influyentes o dueños de comunicación a cambio de un puñado de dólares mensuales que reciben en contratos de publicidad quieren tapar el sol con el dedo, quieren darle atol con el dedo a la población con editoriales o minimizando las noticias que deben ser motivo de primer plano dada la magnitud de las mismas y que ahora con la tecnología las recibimos en nuestros dispositivos móviles.
Los medios de comunicación que están actuando de esta manera se están ganando con justa razón el repudio de la población, algunos de ellos no podrían ir al centro de la ciudad a “lustrar sus zapatos” porque con seguridad serían abucheados por los ahí presentes, el problema es el mal ejemplo que están dejando a las nuevas generaciones.
