En mi juventud, antes de ser maestro, promotor cultural, historiador local, místico rosacruz y periodista, fui un soldado en el batallón “Joaquín Rivera”, en Comayagua; por un mes recibí instrucción militar: teoría militar, manejo de armas y órdenes militares.
Al mes de instrucción, fui trasladado a la jurisdicción de la Jefatura Departamental de Policía (CES) de Comayagua; serví en la Subdelegación de Policía de Siguatepeque; fui retornado a Comayagua, donde me desempeñé como secretario de la Jefatura Departamental de Policía.
De las experiencias aprendidas, con autoridad, puedo expresar que es un honor grande ser policía, porque: primero, el uniforme que usa el policía es producto de que el policía ha sido formado por la institución que lo instruyó; la academia y los centros de formación policial.
Segundo, la placa que porta representa su poder, de autoridad que la institución le da.
Tercero, su palabra representa al Estado mismo, pues es el poder que tiene para proteger a los ciudadanos y a la propiedad privada.
Cuarto, sus armas de reglamento las constituyen una pistola 9mm y un fusil, como elementos auxiliares, un par de esposas, un tolete, como medios de defensa y autoprotección y sometimiento del capturado.
Quinto, el irrespeto al uniforme que porta es merecedor de castigos que van desde la llamada de atención, calabozo o expulsión de la institución, según la falta.
Ser policía es y debe ser siempre un orgullo y el orden de conducirse con la ciudadanía debería ser con cortesía, aplicando el poder que las leyes del Estado le confieren.
Las órdenes de la superioridad hacia la Policía son verticales, desde el Comandante General, de la figura del Presidente hacia los mandos intermedios; cuando existe represión en las calles, no son los policías los culpables, sino la superioridad en el mando; de ahí surge el principio: “Una orden superior se cumple y no se discute”.