Tiffany & Company, la tienda que brilla por sus artes y lujos

En este magnífico lugar podrías ver retratos de una cultura decidida a la autodestrucción; pasa tiempo con ellas y es posible que descubras que sus indicios de violencia se te quedan grabados

“Venus de Arles en Bronce” (2022) de Daniel Arsham (izq.) y “Espejo Triangular” (2016) de Anish Kapoor.

mar 9 de abril de 2024 a las 16:20

Por Andrew Russeth /The New York Times

Ahora que las entradas para el Museo de Arte Moderno tienen un precio sorprendente de 30 dólares cada una, se te podría perdonar si programas tus visitas con cuidado, asegurándote de que cuenten.

Entonces, digamos que te encuentras en el centro de Manhattan con una o dos horas libres y anhelas algo de cultura. Quizás hayas visto las últimas exposiciones del MoMA o quizás no estés de humor para gastar esa cantidad de dinero. Sugiero que pases por la tienda insignia de Tiffany & Company en la Quinta Avenida.

Allí no encontrarás “Las Señoritas de Aviñón” ni “La Noche Estrellada”, pero lo que sí ofrece es una embriagadora fusión de arte contemporáneo y venta minorista de lujo que es tan relevante, y desconcertante, como cualquier cosa que pudieras esperar encontrar en un museo.

Después de una renovación realizada por el arquitecto enfundado en cuero Peter Marino, que se estrenó en abril pasado, 58 piezas que seleccionó de artistas destacados —muchas de ellas azules o plateadas, o ambos— ahora llenan el edificio de 10 pisos y 84 años de antigüedad. Un óvalo de James Turrell que cambia de color está incrustado en una pared cerca de las puertas de un elevador. Colgado en otra está un reluciente gabinete de Damien Hirst lleno de hileras de circonias cúbicas. Al lado de los anillos de compromiso se encuentra uno de los llamativos discos espejados de Anish Kapoor. En la planta baja, 14 marcos de ventanas arqueados brillan con una animación de última generación realizada por Oyoram Visual Composer, del horizonte de Manhattan y Central Park —la Ciudad luce inmaculada, sin gente, solo pájaros.

$!El séptimo piso alberga las joyas Tiffany de más alta gama y el “T 1985 H12” de Hans Hartung (1985).

¿Y esa Venus de Arlés gigante y falsamente deteriorada con una pátina azul Tiffany? Llega cortesía de la mente de Daniel Arsham, quien ha dedicado su trayectoria a colaboraciones corporativas tan banales.

Hay impresionantes arreglos florales, montones de libros de arte y amplios baños públicos. Los dependientes pecan de corteses. “Sólo ando husmeando”, le dije a uno que ofreció su ayuda. “Husmee a sus anchas”, respondió.

Los compradores beben vino espumoso o agua helada mientras se prueban joyas. Detrás de una discreta cuerda de terciopelo azul se esconde un pasillo con cuadros de Hans Hartung y Jules de Balincourt (azul y azul).

Es tentador preocuparse por esta instrumentalización del gran arte para vender accesorios de alta gama, pero han pasado muchas décadas desde que Mark Rothko canceló su encargo para el lujoso restaurante Four Seasons, presuntamente diciendo que “cualquiera que coma ese tipo de comida por esa clase de precios jamás mirará una pintura mía”. Las ideas sobre la pureza del arte y el estigma de venderse tienen menos vigencia hoy.

$!“Immersive Moving Fresco”, de Oyoram Visual Composer (2023), retrata el horizonte de Manhattan.

Hasta el 20 de mayo puedes observar más de cerca el gusto de Marino reservando una entrada gratuita a “Cultura de la Creatividad: una Exposición de la Fundación de Arte Peter Marino”, que se exhibe en la Galería Tiffany en el noveno piso. Encontrarás casi 70 piezas más, incluyendo compleja e ingeniosa plata Tiffany del siglo 19 y ovejas de bronce (de François-Xavier Lalanne).

Un momento muy oscuro me sorprendió en la exposición de Marino: una gran fotografía de Sarah Charlesworth de 1980, una imagen apropiada de un hombre cayendo de un edificio. Curiosamente hace eco de dos grandes piezas de pared que Rashid Johnson creó para la tienda, como parte de su serie “Hombre Cayendo”. Los retratos de Johnson de hombres pixelados y de cabeza (en Azul Tiffany) recuerdan a personajes de videojuegos de 8 bits. Están rodeados de paneles de espejos que han sido rayados y parcialmente agrietados, como si hubieran sido golpeados con un martillo.

Estas obras pretenden ser “investigaciones existenciales, es decir, la idea de que el hombre cae a través del espacio, encontrándose a sí mismo”, dijo Johnson el año pasado.

Pero también se podrían ver como retratos de una cultura decidida a la autodestrucción; pasa tiempo con ellas y es posible que descubras que sus indicios de violencia se te quedan grabados.

© 2024 The New York Times Company

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