Por agobios de rohingya crecen pandillas y se desata violencia

En los últimos meses, han aterrorizado a sus compatriotas y se han enfrentado entre sí en tiroteos a plena luz del día mientras se pelean el control.

Los musulmanes rohingya ahora viven con miedo en campos de refugiados en Bangladesh mientras pandillas compiten por su control.

jue 4 de abril de 2024 a las 14:45

Por Verena Holzl/ The New York Times

COX’S BAZAR, Bangladesh — No podían practicar su religión libremente. Las autoridades negaron su existencia misma y destruyeron evidencia de sus comunidades históricas.

Luego vino una campaña de limpieza étnica que los obligó a huir a un país extranjero donde se amontonaron en refugios de bambú y lona. Allí tienen años esperando una vida mejor.

En lugar de ello, una nueva amenaza acecha al aproximadamente un millón de musulmanes rohingya de Myanmar que se han reasentado en campos de refugiados en Bangladesh: un aumento en la violencia mortal por parte de algunos de su propia gente.

Grupos armados rohingya y bandas criminales involucradas en el tráfico de drogas están tan arraigados en los campamentos, dijeron grupos de ayuda y refugiados, que se les conoce como el “gobierno de noche”, un apodo que indica su poder y el horario en el que operan. En los últimos meses, han aterrorizado a sus compatriotas y se han enfrentado entre sí en tiroteos a plena luz del día mientras se pelean el control.

La escalada de violencia se ha convertido en otro flagelo en los campos, ya plagados de enfermedades y desnutrición. Los médicos que trabajan en los campos dicen que el número de heridas de bala que atienden se disparó en el año pasado. Los informes de los medios de comunicación locales muestran que el número de asesinatos en los campos se duplicó a más de 90 durante el mismo periodo. Los secuestros se cuadruplicaron.

“La seguridad es ahora nuestra principal preocupación en los campos”, dijo Sumbul Rizvi, que representa al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en Bangladesh. La violencia ha llevado a cada vez más rohingya a realizar peligrosos viajes en botes para huir de los campos.

Los residentes de los campos acusan ampliamente a la policía local de ser ineficaz, cómplice o ambas cosas.

Los agentes de policía rechazan esas denuncias.

“La situación de seguridad está totalmente bajo control”, afirmó Mohammad Abdullahil Baki, responsable de los campamentos rohingya.

Pero esa evaluación no corresponde con la situación en los campos.

Los dos grupos armados que operan en los campos —la Organización de Solidaridad Rohingya (RSO) y el Ejército de Salvación Rohingya de Arakan (ARSA)— tienen sus raíces en la Oposición a la junta militar en Myanmar.

Algunos refugiados incluso temen pronunciar los nombres de los dos grupos. Dijeron que los miembros de los grupos los golpean, matan, secuestran, violan y extorsionan por dinero que no tienen, afirmaciones que ambos grupos niegan.

Si bien es difícil precisar el número de grupos armados, los analistas creen que actualmente hay entre 5 y 15 pandillas y grupos más o menos bien organizados operando en los campos. La mayoría está aliada contra ARSA, que ha perdido terreno significativo en el año pasado.

Fueron los ataques de ARSA contra las fuerzas de seguridad de Myanmar en el 2016 y 2017 el pretexto para una violenta operación de seguridad que mató a al menos 24 mil personas y obligó a cientos de miles a huir a Bangladesh. Estados Unidos ha acusado a Myanmar de cometer genocidio contra los rohingya.

ARSA, inicialmente conocido como Harakah al-Yaqin, o Movimiento de Fe, había prometido liberar al pueblo rohingya de la opresión en Myanmar cuando surgió en el 2013. Ahora tanto ARSA como RSO están tratando de poner a su propio pueblo bajo su control.

“Hay pocos incentivos para luchar cuando, en cambio, pueden permanecer dentro del territorio de Bangladesh, controlar los campos y ganar dinero con actividades ilícitas como el tráfico de drogas”, dijo Thomas Kean, analista del International Crisis Group, un grupo de expertos.

Wendy McCance, directora nacional del Consejo Noruego para los Refugiados, dijo que la situación en los campos era predecible.

“Si restringes el movimiento de un millón de personas, encontrarán formas de aliviar la presión. No se puede simplemente mantener a la gente encerrada, rodeada de alambre y cámaras de circuito cerrado”, afirmó.

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