Personas de edad avanzada demuestran que el esquí no tiene límites

Por Charley Locke / The New York Times

ALTA, Utah — Era por la mañana en la Zona de Esquí Alta y Carol Bowling, de 76 años, buscaba nieve recién caída. Su marido, Nick, de 83 años, y su primo Bob Phillips, de 84, gritaban por encima del zumbido de la telesilla, decidiendo a dónde dirigirse.

“Algo como esto se puede esquiar”, dijo Phillips respecto a la pista debajo de la telesilla.

En la cima, el trío se apretó las botas y esperó a algunos amigos más.

Los tres bajaron por Devil’s Elbow, una sinuosa pista intermedia. Carol Bowling encontró su nieve recién caída girando a la izquierda de la pista hacia los pinos y abetos. Los dos hombres permanecieron juntos en el área abierta, trazando amplias curvas en forma de S. Cuando llegaron abajo, eran casi las 11:00 horas —hora de reunirse con el Wild old Bunch, el club de esquí para personas mayores de Alta. El Wild old Bunch (con “o” minúscula para restar énfasis a lo “old”, o “viejo”) comenzó en 1973 y tiene alrededor de 115 miembros. Unos cuantos parten cada año, algunos al más allá y otros a una vejez sin esquiar. Pero impulsado por los baby boomers, la lista de miembros del grupo se mantiene sólida.

“Es difícil creer que personas de 90 años puedan esquiar tan bien hasta que los ves hacerlo”, dijo Brett Toresdahl, profesor asociado de medicina deportiva en la Universidad de Utah, quien ve a muchos esquiadores mayores —en su consultorio y en las pistas. “Uno supondría que es una tontería que sigan esquiando, pero cuando se hace con cuidado y prudencia, puede ser una excelente manera para que se mantengan saludables y estar en comunidad”.

Las reglas tácitas entre el Wild old Bunch ayudan a mantener a sus miembros fuera de peligro: esquiar sólo en días despejados. Esquiar entre semana, cuando hay menos gente. Esquiar en terreno conocido.

“Hacemos ejercicio el resto del año para mantenernos en forma para esquiar”, dijo Carol Bowling.

Alrededor de las 11:00 horas, los miembros se reúnen a media montaña en el Restaurante Alf’s para tomar bebidas calientes, donas y platicar. Ese día había 12 personas allí. Se pusieron al día sobre próximas cirugías y visitas de sus nietos.

Con el paso de las décadas, los miembros han sido testigos de cambios en el deporte. Muchos aprendieron a esquiar antes de que hubiera telesillas de alta velocidad —o pases diarios de 189 dólares. Alta es un destino favorito en parte porque cualquier persona mayor de 80 años esquía gratis.

Cuando Matt Kindred, de 82 años, trabajaba como guía de los rápidos en el Gran Cañón, hacía regularmente viajes de 70 kilómetros fuera de pista con esquís. En los últimos años, ha disminuido su ritmo gracias a una larga lista de dolencias: un serio derrame cerebral, cáncer de próstata y colorrectal, y dos prótesis de cadera. “Lo peor fue el cáncer colorrectal, porque tuve que esquiar con una bolsa de colostomía”, dijo. “Tenía que esforzarme mucho para no estrellarme, porque si lo hacía, sería un mugrero”. Pero el desafío es parte del objetivo. “Tengo que trabajar en ello. Me hace vivir más”, dijo.

Los miembros se reúnen habitualmente para fiestas de cumpleaños y comidas al aire libre en verano; y todos los miércoles por la noche los que pueden se reúnen para cenar en un restaurante cercano.

“Dentro de cada cuerpo viejo y fregado en la pista de esquí hay un chico de 16 años”, dijo Phillips, que esquía con aparatos auditivos y una rodillera ortopédica. “Y mientras tú te vas desmoronando poco a poco, el chico de 16 años sigue ahí”.

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