Llenaron gatos una prisión y los reos se enamoraron

En la prisión de Santiago, Chile, los gatos callejeros se convierten en compañeros terapéuticos para los reclusos, mejorando el ánimo y fomentando la responsabilidad

Un gato se une a un juego de cartas con reos en una sección de baja seguridad de la prisión principal de Santiago de Chile. (Cristobal Olivares para The New York Times)

jue 4 de enero de 2024 a las 18:56

The New York Times

Por Jack Nickas / The New York Times

SANTIAGO, CHILE.- Durante décadas han caminado a lo largo de los altos muros de la prisión, tomado el sol en el techo de metal y deambulando entre celdas abarrotadas. Para los funcionarios de la penitenciaría, los gatos eran algo curioso y en su mayoría eran ignorados.

Entonces los funcionarios de la prisión se dieron cuenta de algo: los residentes felinos no sólo eran buenos para el problema de las ratas. También eran buenos para los reclusos.

“Son nuestra compañía”, dijo Carlos Núñez, mostrando a un gato atigrado de 2 años al que llamó Feíta, desde detrás de las rejas. Mientras cuidaba a varios gatos durante su sentencia de 14 años por robo en una casa, dijo que descubrió su esencia especial, en comparación con, digamos, un compañero de celda o incluso un perro.

“Un gato te hace preocuparte por él, alimentarlo, cuidarlo, darle especial atención”, dijo. “Cuando estábamos afuera y éramos libres, nunca hicimos esto. Lo descubrimos aquí”.

$!Carlos Núñez, un reo, con un gato al que llamó Feíta. “Un gato te hace alimentarlo y cuidarlo”, dice. (Cristobal Olivares para The New York Times)

Conocida simplemente como “la Pen”, la principal penitenciaría en Santiago, la capital de Chile, de 180 años de antigüedad, es conocida desde hace mucho tiempo como un lugar donde los hombres viven en jaulas y los gatos deambulan libremente. Lo que ahora se comprende más claramente es el efecto positivo de los aproximadamente 300 gatos de la prisión sobre los 5 mil 600 residentes humanos.

La presencia de los felinos “ha cambiado el humor de los reos, ha regulado su comportamiento y ha fortalecido su sentido de responsabilidad con sus deberes, especialmente el cuidado de los animales”, afirmó la directora del penal, la Coronel Helen Leal González, quien tiene dos gatos en casa.

“Las cárceles son lugares hostiles”, añadió en su oficina, luciendo una porra y botas de combate. “Así que cuando ves que hay un animal dando afecto y generando estos sentimientos positivos, lógicamente provoca un cambio de comportamiento y un cambio de mentalidad”.

Los prisioneros adoptan informalmente a los gatos, trabajan juntos para cuidarlos, comparten su comida y sus camas y, en algunos casos, les han construido casitas. A cambio, los gatos aportan algo invaluable en el encierro: amor, cariño y aceptación.

“A veces estás deprimido y es como si ella sintiera que andas cabisbajo”, dijo Reinaldo Rodríguez, de 48 años, quien estará encarcelado hasta 2031 por una condena por armas de fuego. “Ella viene y se pega a ti. Tocará tu cara con la suya”.

Se refería a Chillona, una gata negra que se ha convertido en la favorita de una celda de nueve hombres. Varios compañeros de celda afirmaron que su cama era su favorita.

La mancuerna de delincuentes convictos y animales no es nueva. Programas formales para conectar a reos y animales se volvieron más comunes a finales de los años 70 y, tras resultados positivos, se han extendido por todo el mundo, incluyendo a Japón, los Países Bajos y Brasil. Se han vuelto particularmente populares en Estados Unidos.

$!La prisión principal en Santiago de Chile tiene 5 mil 600 reos, muchos de los cuales han hallado consuelo cuidando gatos. (Cristobal Olivares para The New York Times)

Se ha demostrado que conectar a reos y perros conduce a “una disminución de la reincidencia, una mayor empatía, mejores habilidades sociales y una relación más segura y positiva entre los reclusos y los funcionarios penitenciarios”, dijo Beatriz Villafaina-Domínguez, investigadora en España.

En la mayoría de los programas, los animales son llevados a los reclusos, o viceversa. Sin embargo, en Chile los prisioneros desarrollaron una conexión orgánica con los gatos callejeros. Hace una década, la población de gatos creció sin control y muchos gatos enfermaban. La situación “estresó incluso a los propios reos”, dijo Carla Contreras Sandoval, trabajadora social de la prisión que tiene dos tatuajes de gatos.

Entonces, en el 2016, los funcionarios de la prisión permitieron que voluntarios acudieran a cuidar a los gatos. Desde entonces, una organización llamada Fundación Felinnos ha trabajado con Humane Society International para reunir sistemáticamente a los gatos para atenderlos, esterilizarlos y castrarlos. Sandoval dijo que los prisioneros llevan a los voluntarios los gatos que necesitan cuidados.

Un día reciente, cuatro mujeres llevaron transportadores para gatos al recinto de la prisión, en busca de varios felinos, entre ellos Lucky, Aquila, Dropón y sus seis gatitos nuevos, y Feíta, la gata de Núñez. El patio estaba repleto para un partido de futbol de los reclusos, pero éstos cortésmente dieron el paso a las mujeres.

Rápidamente, hombres sosteniendo gatos en sus brazos tatuados bajaron corriendo las escaleras a lo largo del patio, entregando animales a través de las rejas de la prisión a las voluntarias. Denys Carmona Rojas, de 57 años, un prisionero que purga ocho años por cargos de armas, chuleaba una camada de gatitos en una caja.

“Te dedicas al gato: lo cuidas, lo vigilas, le das amor”, dijo sonriendo. “El sentimiento que surge de eso —no tiene nada de malo, hombre”.

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