¿La indecencia halla lugar en la iglesia?

Para algunos cristianos conservadores, hay mucho en juego en este momento como para que cierta vulgaridad se tolere y se use para “decir verdades”

La diputada Marjorie Taylor Greene se considera una “nacionalista cristiana”. Un mitin en una iglesia en Texas.

sáb 23 de marzo de 2024 a las 16:57

Por Ruth Graham / The New York Times

El calendario 2024 de “Las Verdaderas Mujeres de EU del Papá Conservador” presenta imágenes de sensualidad a la antigüita: bikinis, un auto deportivo y un baño de burbujas. Una modelo, Dana Loesch, ex vocera de la Asociación Nacional del Rifle, sostiene dos rifles.

El calendario estaba destinado a provocar a los liberales. En cambio, desató una disputa en la derecha sobre si los “papás conservadores” que son cristianos deberían rechazar el calendario por motivos morales o aceptarlo como una victoria irreverente para los buenos.

Allie Beth Stuckey, una comentarista evangélica, reprobó el calendario como “pornografía suave” comercializada a hombres casados, prueba de la creciente polarización entre el conservadurismo cristiano y el laico. Pero el calendario mismo sugiere que el conservadurismo cristiano y el laico no son precisamente tan distintos como ella quisiera.

$!El pastor Doug Wilson, cuyo perfil ha aumentado en la era Trump, utiliza casualmente vulgaridades en línea.

La modelo de portada, Riley Gaines, ex nadadora universitaria y activista contra la participación de las mujeres transgénero en los deportes femeninos, habla con frecuencia en eventos de la iglesia y conferencias evangélicas. En otra imagen, un crucifijo cuelga de manera prominente en la pared de la cocina detrás de una mujer con una falda diminuta, delantal y tacones de plataforma. En la plataforma X, la modelo, Josie Glabach, dijo que estaba trabajando para mantener a su familia y defendió sus credenciales conservadoras en parte refiriéndose a la fe católica de su familia. Utilizando un lenguaje vívidamente vulgar, escribió que no le importa “si el hecho de que me vea sexy haciendo algo de ello ofende tus sentidos”.

Los evangélicos conservadores tienen mucho tiempo de influir las prioridades de políticas del Partido Republicano en Estados Unidos, y esa influencia se extendió a la cultura conservadora, donde las normas evangélicas contra la vulgaridad rara vez eran cuestionadas en público. En cierto modo, permanecen intactos. La mayoría de los pastores no dicen malas palabras desde el púlpito, y las principales iglesias conservadoras aún enseñan a los jóvenes a reservar el sexo para el matrimonio y evitar la pornografía.

Sin embargo, un espíritu obsceno y externo se ha introducido en la clase de poder conservadora, acelerado por el ascenso de Donald J. Trump, la mermada influencia de las instituciones religiosas tradicionales y un panorama mediático cambiante dominado por los estándares más flexibles de la cultura en línea.

Cuando Trump fue electo Presidente en el 2016, ganando los votos de aproximadamente 8 de cada 10 evangélicos blancos, muchos observadores lo vieron como una relación esencialmente transaccional. Trump, una estrella de programas de realidad dos veces divorciado, había prometido nombrar jueces conservadores y defender los intereses cristianos. Pero rara vez iba a la iglesia y defendió una grabación en la que se jactaba de agarrar los genitales de las mujeres como “bromas de vestidor”. Se retrató como un protector, no como un piadoso compañero de viaje.

Pero es difícil permanecer leal a una figura como Trump sin ser cambiado por él. Ocho años después de que consiguiera por primera vez la nominación republicana a la Presidencia, está claro que las fronteras de la moral pública en la América evangélica están cambiando.

El cambio es quizás más visible en la política. La diputada Marjorie Taylor Greene, de Georgia, que ha acogido la etiqueta de “nacionalista cristiana”, utiliza palabras altisonantes en la Cámara de Representantes y en conversaciones con periodistas.

El verano pasado, Nancy Mace, diputada republicana de Carolina del Sur, bromeó sobre el sexo premarital y la cohabitación, que alguna vez fueron tabúes obvios, desde el atril en un desayuno de oración cristiana en Washington. Abrió su charla diciendo que había hecho un esfuerzo especial por llegar temprano, rechazando las insinuaciones de su prometido de quedarse en la cama. “Puede esperar, lo veré más tarde esta noche”, agregó. Más tarde escribió en X que “¡voy a la iglesia porque soy una pecadora, no una santa!”.

Para algunos cristianos conservadores, hay tanto en juego en este momento como para que cierta vulgaridad no sólo sea tolerada, sino también requerida como forma de decir la verdad.

Las viejas instituciones y personalidades que definieron la cultura evangélica se están desvaneciendo: la asistencia a la iglesia ha disminuido al mismo tiempo que varias grandes figuras del movimiento han muerto, se han jubilado o han sido derribadas por el escándalo. Los influencers y personas externas han llenado el vacío.

En línea, “la manera de destacar es siendo el más devoto y el más extremo en la causa”, dijo Jake Meador, editor en jefe de la publicación evangélica Mere Ortodoxy, quien ha criticado el desdibujamiento de la división entre los estándares evangélicos y laicos.

En cuanto al comportamiento en la recámara, el viejo estereotipo del cristiano mojigato contradice la compleja historia reciente de franqueza evangélica en torno al sexo en ciertos ambientes. A finales de la década de 1960 y en la de 1970, los autores y editores evangélicos produjeron montones de “manuales matrimoniales” que eran, en la práctica, libros de consejos sexuales. El género se había vuelto popular en la cultura secular en el contexto de la revolución sexual, y muchos cristianos buscaron su propia guía en un momento cultural en el que muchos se sentían amenazados por el feminismo y las cambiantes expectativas de género.

Los manuales eran profundamente conservadores a su manera, prohibiendo las actividades sexuales fuera del lecho conyugal heterosexual (y algunas actividades dentro de él). Los líderes evangélicos estaban tratando de mantener altos estándares comunitarios sin retirarse de una cultura dominante cada vez más grosera. Querían seguir siendo relevantes, comunicando que no es necesario renunciar al buen sexo para convertirse en cristiano. Era un complejo acto de equilibrio entre los impulsos humanos básicos y los dictados de la fe.

Pero cuando algunos cristianos sienten que el mundo se ha vuelto peligrosamente desequilibrado, la piedad puede enmarcarse como “consciencia de injusticia social” y romper tabúes como valentía.

La aceptación parcial de la vulgaridad, dijo Kristin Kobes Du Mez, historiadora que ha estudiado el evangelicalismo y la masculinidad, está ocurriendo en un momento de profunda indignación conservadora ante los crecientes índices de identidades sexuales y de género no tradicionales.

En ese contexto, darse gusto con la lujuria heterosexual, aunque sea de mal gusto, es visto como quizás saludable y noble.

Parte de la razón por la que las identidades transgénero son consideradas una amenaza es que desdibujan la diferencia de género, dijo Kobes Du Mez. “Contra ese telón de fondo, es saludable que un chico desee a una mujer muy sexy”.

© 2024 The New York Times Company

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