Ganaderos se convierten en guardabosques de las llanuras

La ganadería, el sustento tradicional de la región y más benévolo para sus ríos y suelos, estaba dando paso a una nueva frontera agrícola

Ganado es sacado del recién creado Parque Nacional Natural Manacacías, en Colombia.

mié 6 de marzo de 2024 a las 16:44

Por Jennie Erin Smith /The New York Times

SAN MARTÍN DE LOS LLANOS, Colombia — La región de los llanos se extiende por casi 600 mil kilómetros cuadrados a través de Colombia y Venezuela. Los vientos cálidos soplan sobre sus colinas cubiertas de hierba y los bosques dispersos de palmas de moriche albergan arroyos ocultos. Durante siglos, este paisaje ha sido compartido por ganaderos y ganado, que aprendieron a coexistir con jaguares, panteras, anacondas y cocodrilos.

En diciembre, Colombia declaró un nuevo parque nacional en un rincón de los llanos que bordea al Río Manacacías. El Manacacías se une al Río Meta, más grande; luego al Río Orinoco, que forma parte de la frontera con Venezuela; y allí desemboca en un afluente del Amazonas. Con 681 kilómetros cuadrados, el nuevo parque, el Parque Nacional Natural Serranía de Manacacías, no es el más grande de Colombia. Pero es estratégico, protegiendo un vínculo crucial entre esta vasta sabana tropical y el Amazonas, la selva tropical más grande del mundo. El parque está a seis horas del pueblo más cercano, San Martín. Para llegar a él, hay que sortear caminos no señalizados a través de un mar ondulado de pradera verde.

En un paseo por el incipiente parque a finales de noviembre, pocos días antes de que fuera declarado legalmente, Thomas Walschburger, científico titular de Nature Conservancy en Colombia, explicó por qué se requería con tanta urgencia. La ganadería, el sustento tradicional de la región y más benévolo para sus ríos y suelos, estaba dando paso a una nueva frontera agrícola. Los campos de palmas africanas y eucaliptos de troncos blancos se acercaban cada vez más a los límites del parque.

Los suelos pobres en nutrientes pueden sustentar estos cultivos sólo cuando se rocían con fertilizantes. La agricultura intensiva compromete el agua y la capacidad de sustentar la vida en una zona de transición clave entre los llanos y el Amazonas. La esperanza es que al proteger esta pequeña pieza del rompecabezas de la sabana, se pueda salvar mucho más.

Una rara alineación de ciencia, filantropía y un nuevo impuesto al carbono permitió que Manacacías tomara forma en el curso de poco más de una década. Durante ese tiempo, hubo que persuadir a una comunidad de que valía la pena.

$!Óscar Rey (izq.), guardabosques de un nuevo parque y Óscar Gaitán, quien hace actividades sociales en nombre del parque.

Hato Palmeras, el rancho de la familia Rey, se ubica en 10 mil 100 hectáreas de la parte sur del parque. Una tarde de noviembre, Ernesto Rey, de 68 años, se disponía a sacar a sus vacas de los límites del parque para no regresar jamás. El rancho sería entregado al Gobierno.

William Zorro, el director del nuevo parque, había venido a ver la salida de las vacas Rey. No todos los que vivían dentro de los límites del parque cooperaron tanto como la familia Rey; algunos no se marcharon hasta que fue absolutamente necesario. Zorro, de 51 años, esperaba algún día dar la bienvenida a turistas al parque, pero la preocupación inmediata era lograr que la comunidad lo aceptara. Durante dos años su equipo había promovido el parque y su misión entre los vecinos de San Martín.

San Martín es hogar de una cultura ganadera. Cada 11 de noviembre estalla en un espectáculo que se celebra desde 1735. Grupos de jinetes vestidos como guerreros españoles, moros, africanos e indígenas participan en simulacros de batallas.

Cada jinete hereda su papel de un pariente varón mayor, lo que hace que las cuadrillas, como se llaman las batallas, sean dominio de unas cuantas familias. Ernesto Rey ha participado en ellas desde 1970, como un galán o español. Desde su adolescencia, su sobrino Oscar Rey también lo ha hecho.

El joven Rey, ahora de 44 años, trabajó en el rancho familiar durante gran parte de su vida. Se ha convertido en guardaparques. La generación más joven ya no quería trabajar en ranchos enormes y aislados, explicó. Con ofertas justas por sus propiedades y pocos herederos interesados, la mayoría de las familias terratenientes estaba dispuesta a vender.

Ernesto Rey y sus vaqueros despertaron antes del amanecer. Después del desayuno, partieron a caballo. En dos horas ellos y 300 vacas cruzarían un río y abandonarían los límites del parque.

Los trabajadores del parque y los conservacionistas se marcharon poco después. Óscar Rey se unió a sus colegas cuando se detuvieron en un recodo del Río Manacacías. Rey lo conocía desde niño, cuando su abuelo le enseñó a arrastrar los pies mientras caminaba descalzo en el agua para evitar que le picaran las rayas.

A su alrededor se veían huellas de tapires, pecaríes, capibaras y lagartos. Era casi la época del año en que las tortugas de agua dulce cavan nidos en las orillas del río, dijo. Los abuelos de Rey comían sus huevos, por supuesto, pero las generaciones futuras no lo harían.

© 2024 The New York Times Company

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