¿Donald Trump tiene obsesión con Al Capone?

Comentaristas han notado desde hace tiempo que Trump se comporta como un capo de la mafia; por su forma de exigir lealtad e intimidas a las autoridades

Trump, al adoptar la apariencia de gángster, puede reformular su infracción de la ley.

jue 28 de marzo de 2024 a las 14:15

Por Samuel Earle / The New York Times

La implicación no es sólo que Trump está siendo perseguido injustamente sino que es cuatro veces más rudo que Capone. “Si lo mirabas de la manera equivocada, te volaba los sesos”, dijo Trump.

En el 2016, Trump interpretó a la estrella de un reality show y al hombre de negocios que cimbraría la política, conmocionaría y entretendría. En el 2020, Trump era el hombre fuerte, intentando desesperadamente aferrarse al poder. En el 2024, Trump está en su tercer acto: el gángster estadounidense, heredero de Capone —asediado por las autoridades, acusado de innumerables delitos, pero prosperando no obstante, con un aire de invencibilidad machista.

La evidencia del giro mafioso de Trump está en todas partes. En sus discursos despotrica interminablemente sobre sus casos legales. En Truth Social, se jacta de tener un equipo de abogados más grande “que cualquier ser humano en la historia de nuestro País, incluyendo incluso el difunto gran gángster Alphonse Capone”.

Su equipo ha utilizado su fotografía policial —tomada después de que fue acusado de actividades criminales organizadas en agosto— en camisetas, tazas, calcomanías para defensas de autos e incluso NFTs. Han vendido porciones del traje azul que llevaba en esa foto ahora tristemente célebre por más de 4 mil dólares cada uno.

Los comentaristas han notado desde hace tiempo que Trump se comporta como un capo de la mafia: la forma en que exige lealtad de sus seguidores, intimida a las autoridades y hace alarde de su impunidad recuerda a los hampones tan conocidos del cine y la televisión. Como magnate inmobiliario en Nueva York, parece haber disfrutado trabajando con mafiosos y aprendido su léxico antes de llevar sus métodos a la Casa Blanca: diciéndole a James Comey, director del FBI, “Espero lealtad”; implorando al Presidente Volodymyr Zelensky de Ucrania, “Háznos un favor”; y presionar al secretario de Estado de Georgia: “Oigan, necesito 11 mil votos”.

El que Trump acoja una personalidad criminal va contra el pensar convencional. Cuando el Presidente Richard Nixon dijo a los estadounidenses: “No soy un ladrón”, se dio por sentado que los electores no querrían un delincuente en la Casa Blanca.

Trump está poniendo a prueba esta suposición. Capone, un mafioso violento, lavaba sus crímenes cultivando un aura de celebridad y valentía, con una narrativa de persecución injusta. El público lo aplaudió. “Todo mundo simpatiza con él”, señaló Vanity Fair sobre Capone en 1931. Trump intenta convertir sus acusaciones en diversión, invitando a sus seguidores a seguir el juego. “No me persiguen a mí, te persiguen a ti. —¡Sólo me interpongo en el camino!”, dice.

Trump claramente espera que su acto de Capone ofrezca al menos algo de cobertura frente a las cuatro acusaciones que enfrenta. Al adoptar la apariencia de gángster, puede reformular su infracción de la ley como actos de un justiciero —un intento subversivo por preservar la paz y el orden— y transformarse en un héroe popular. Parece poco probable que una condena penal descarrile su candidatura: no sólo porque Trump ya se ha sacudido muchos otros escándalos, sino también porque, como lo demuestra Capone, el criminal convicto puede ser un ícono estadounidense tanto como el vaquero. En esta campaña, la fotografía policial de Trump es su mensaje —y las referencias a Capone están ahí para que cualquiera las vea.

En un ensayo de 1948, “El gángster como héroe trágico”, el crítico Robert Warshow vio al mafioso como una figura esencialmente estadounidense, la sombra oscura de la autoconcepción alegre del País. “El gángster habla por nosotros”, escribió Warshow, “expresando esa parte de la psique estadounidense que rechaza las cualidades y exigencias de la vida moderna”.

Trump sabe que en Estados Unidos los delincuentes pueden ser los buenos. Cuando el Estado es visto como corrupto, el delincuente se convierte en una especie de hombre común y corriente que vence valientemente al sistema en su propio juego. Ésta es la lógica cínica que comparten el gángster y el populista de derecha: todos son tan malos como los demás, así que todo se vale. “Un ladrón es un ladrón”, dijo Capone en una ocasión. “Pero un tipo que finge que está haciendo cumplir la ley y roba con su autoridad es una serpiente hecha y derecha. El peor tipo de estas es el gran político, que dedica aproximadamente la mitad de su tiempo a encubrir para que nadie sepa que es un ladrón”.

Es una visión del mundo lo suficientemente poderosa como para convencer a los electores de que incluso las preciadas instituciones de la democracia liberal —la prensa libre, elecciones abiertas, Estado de derecho— son fachadas para la mayor actividad criminal de todas. Esta presunción tiene un rico pedigrí en la política reaccionaria. “Los aspirantes a gobernantes totalitarios suelen comenzar sus carreras alardeando de sus crímenes pasados y delineando cuidadosamente los futuros”, advirtió una vez la filósofa Hannah Arendt.

La brutalidad del gángster también aprovecha lo que Warshow y otros vieron como el sadismo en la mente estadounidense: el placer que siente el público al ver la “posibilidad ilimitada de agresión” del hampón infligida a otros.

El gángster no es nada sin esta licencia para la violencia, sin el simple hecho de que, como dijo Warshow, “lastima a la gente”. Intimida a sus rivales y aplasta a sus enemigos. Su crueldad es el punto. El público puede entonces disfrutar de “la doble satisfacción de participar indirectamente en el sadismo del gángster y luego ver eso vuelto en contra de él”.

“Él es lo que queremos ser y lo que tememos llegar a ser”, escribió Warshow. La reverencia y la repulsión están entrelazadas.

La historia de Capone no ofrece pistas felices para los oponentes de Trump. Destronar a un capo de la mafia nunca es fácil. “Fue la versión de los años 20 del hombre de teflón; ninguna acusación se le pegaba”, escribió Deirdre Bair en una biografía de Capone. Después de su arresto en 1931 por fraude fiscal, su mafia continuó prosperando durante otro medio siglo, y el mismo Capone, que fue liberado después de seis años y medio de prisión por razones de salud y murió de un derrame cerebral y neumonía en 1947 a los 48 años, alcanzó una especie de inmortalidad.

Trump verá en su historia muchas razones para estar alegre. “A menudo digo que Al Capone fue uno de los más grandes de todos los tiempos, si te gustan los criminales”, dijo Trump en diciembre. Fue una forma interesante de decirlo: “si te gustan los criminales”. Trump tiene una corazonada, y es más que una simple proyección, de que a muchos estadounidenses les gustan.

Samuel Earle es autor de “Tory Nation: The Dark Legacy of the World’s Most Successful Political Party”. Envíe sus comentarios a intelligence@nytimes.com.

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