Las disculpas de los padres sanan heridas en los hijos, explica psicóloga
Reconocer los errores no debilita la relación con los hijos; la fortalece.
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Tegucigalpa, Honduras.- Pocas cosas en la vida sanan tanto como una disculpa de mamá o de papá. Escuchar de sus labios un “me equivoqué” o un “perdóname” puede cerrar heridas que, muchas veces, los hijos cargan por años sin entender del todo.
Sin embargo, aún existen padres que temen mostrarse vulnerables frente a sus hijos, como si admitir un error significara perder autoridad o respeto. Es como si, equivocadamente, ignorar, dejar pasar o enfadarse fuera una opción más viable.
Durante generaciones, la crianza se basó en la idea de que los adultos siempre tenían la razón, y que el amor debía expresarse más con disciplina que con palabras.
Pero el tiempo y la psicología moderna han demostrado que reconocer los errores no debilita la relación: la fortalece.
Cuando un padre pide perdón, enseña humildad, empatía y honestidad emocional; tres valores que ningún sermón podría transmitir mejor.
Una disculpa no borra lo sucedido, pero sí ayuda a reparar el vínculo. Permite que los hijos comprendan que los adultos también se equivocan, que el enojo o la impaciencia son emociones humanas, y que lo importante no es no fallar, sino saber reparar el daño.
Cuando un padre pide perdón, enseña humildad, empatía y honestidad emocional.
Ese gesto, tan simple y tan difícil a la vez, ayuda a los niños a desarrollar confianza, seguridad emocional y la capacidad de pedir perdón cuando llegue su turno.
Ofrecer disculpas no resta autoridad; al contrario, suma respeto. Porque los hijos no necesitan padres perfectos, sino padres humanos, capaces de reconocer que el amor también se demuestra con un “lo siento” a tiempo.
La psicóloga Diana Lozano reitera que se trata de un mal generacional. “Se ha reconocido al padre y a la madre como referentes de cuidado y autoridad, y pedir perdón no está dentro de esa posición”, ejemplifica. Y lo explica así:
Negación. A muchos padres y madres les cuesta disculparse con sus hijos porque hacerlo implica reconocer una falta y asumir un error.
Temor a represalias. Creen que esto supone un descontrol para la crianza y disciplina de los niños, y favorece que tengan mayor respaldo para confrontarlos.
Zona de confort. Deben enfrentarse con la culpa, la vergüenza y el miedo, por lo que prefieren el control aunque les implique una postura errática.
Pedir perdón no borra el pasado, pero abre un presente más honesto y un futuro más cercano entre padres e hijos. La incomodidad estará, pero la madurez emocional debe pesar más.
Lozano agrega que los hijos, ya sean niños, adolescentes o adultos, anhelan esa disculpa porque les representa validación emocional.
"No buscan castigar a sus padres, sino reconocimiento por parte de ellos: que sean capaces de decirles: ‘sí, eso te dolió y lamento haberte hecho sentir así’. Esa frase tiene un poder de recuperación emocional enorme y abre espacio para el perdón, la comprensión y la reconstrucción de la confianza”.
Tampoco se disculpan fácil. Los niños que crecen sin ver a sus padres reconocer sus errores suelen interiorizar la idea de que equivocarse es una amenaza o una vergüenza. En la adultez, son rígidos y defensivos.
Reflejan problemas de autoestima. Los hijos crecen creyendo que sus sentimientos no importan. Esto puede generar inseguridad, baja autoestima o la tendencia a minimizar su propio malestar para evitar conflictos.
Se les dificulta conectar. La falta de disculpas también enseña un modelo de vínculo donde no hay reparación ni diálogo. En la vida adulta, les cuesta confiar y adoptan una actitud inflexible.