Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El testigo que no podía hablar

Los perros, que son dos, no ladraron anoche alertando sobre la presencia de un extraño en la casa, por lo cual, podemos decir que el asesino, si es que entró a altas horas de la noche, es alguien conocido”
16.07.2023

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- CASO. Ramiro Ramos es un fiel lector de diario EL HERALDO, y un carmilla-adicto incurable; y es, también, parte de esos lectores de esta sección que “son fuente inagotable de historias”; de casos de los que han sido testigos o de los que han escuchado los elementos esenciales, suficientes para ser investigados, confirmados y contados, como este, que empieza una mañana fresca de noviembre, cuando una muchacha, con voz desesperada y llena de lágrimas, llamó al 911 para decir que en la habitación principal, sobre la cama, estaba muerta su patrona.

“¿Muerta? -le preguntó el operador-. ¿Está segura?” “Sí, señor; está muerta -respondió la muchacha-. Está tirada boca arriba, con las piernas colgando hasta el suelo, con los ojos abiertos y brotados, y con la lengua de fuera...” “¿Usted quién es?” “Soy la trabajadora, señor. Yo trabajo con mi patrona, para ayudarle a cuidar al esposo, que está enfermo... Pero...”“Cálmese, señorita -la detuvo el operador-. Deme su dirección, y en este momento vamos a avisarle a la Policía”.

Y así fue. La Policía no tardó en llegar a la casa, una casa enorme, de dos pisos, que más parecía un pequeño palacio. Ya estaban allí el chofer, la cocinera, una enfermera, y dos muchachas más del servicio. Y con ellos, estaban tres personas más, que se identificaron como los hijos de don Gerardo, el esposo de la mujer muerta. “¿Don Gerardo?” -preguntó uno de los detectives.

“Sí, señor. Es nuestro padre”. “Bien. Ya hablaremos con él. Lo primero es ver la escena del crimen”. Y, como caminan los pavos reales, con la cola desplegada, los agentes de investigación subieron al segundo piso. Abajo, varias personas lloraban, mientras más parientes llegaban a la casa. Eran familiares de la víctima.

LEA AQUÍ: Selección de Grandes Crímenes: El hombre que se equivocó de cuarto

“¿Usted fue quién encontró el cuerpo?” -le preguntaron a la muchacha que llamó a la Policía.“Sí, señor; yo fui... Siempre subo para ver si la señora va a desayunar aquí, o en el comedor...”“¿Usted vive aquí en la casa?” “No, señor. Yo vengo siempre a las cinco de la mañana, y me voy a las cuatro de la tarde... Pero ya tenía de trabajar con ellos tres años, desde que el señor cayó enfermo...” “Cuando dice: el señor, quiere decir, don Gerardo”. “Sí, señor”.

“Y él ¿dónde estaba cuando usted subió al cuarto?” “Él siempre está en el cuarto de abajo, señor; desde que le dio el derrame...”“Ah...”“Entonces, la señora dormía sola en esta habitación...”“Así es, señor”. “¿Quiénes son las personas de la servidumbre que se quedan a dormir en la casa?” “Siempre hay una enfermera que está pendiente de don Gerardo... El chofer se va a las cinco, cuando ya no lo necesita la señora; aunque, a veces, se va más tarde... Y la cocinera viene a la misma hora que yo... Solo se quedan dos muchachas, en la parte de atrás de la casa...”.

La Escena

El cuerpo estaba sobre la cama, tal y como lo describió la muchacha. Boca arriba, con los ojos abiertos a punto de saltar de sus órbitas, la lengua de fuera, colgando sobre la barbilla, las piernas flexionadas hacia abajo en la orilla de la cama, y los brazos extendidos.

No había señales de lucha en el cuarto, las almohadas estaban en su sitio; había un vaso con agua en una mesita de noche, sobre la que estaba una lámpara con pantalla blanca, y con el foco encendido; la ventana estaba cerrada, y la muchacha dijo que cuando ella subió, como era costumbre, la puerta estaba sin llave, pero cerrada. “¿Tienen perro en la casa?” -preguntó el agente.

+Selección de Grandes Crímenes: Las puertas del infierno

“Sí, señor -respondió la mujer-; pero es mejor que hable con Gerardo, el hijo del dueño de la casa...” “¿Es también el hijo de la señora muerta?” “Uy no, señor. Si la señora apenas había cumplido cuarenta años...” “Ah ya”.

Gerardo

Era un hombre de treinta y cinco años; el hijo mayor de don Gerardo, que todavía estaba en la cama porque le estaban aplicando suero y algunos medicamentos. “¿Sabe si su madrastra tenía enemigos capaces de hacerle este daño?” -le preguntó el detective.

“No lo sé, señor, y no creo que eso sea lo primero que deba preguntarme... Y si he de ser sincero con usted, nada de lo que tenga que ver con esa mujer me interesa... Si está muerta, Dios sabe por qué... Cuando estaba viva, casi nunca me relacionaba con ella”. “¿Puedo preguntarle por qué esa gran aversión hacia ella?”

El detective tomaba nota, mientras los técnicos de inspecciones oculares revisaban todos aquellos lugares donde pudieran encontrar algún indicio que les ayudara a resolver el caso. “Se casó con mi papá hace cinco años -respondió Gerardo-; y, al principio, todo fue miel sobre hojuelas, por la gran cantidad de dinero, de lujos y de gustos que mi padre le daba... Pero había algo en esa mujer que a mí y a mis hermanos no nos gustaba, y así se lo hicimos saber a mi papá...” “Y ¿qué era lo que no les gustaba de ella?”

“No era una mujer sincera. Era una simple arribista; una flor de barranco, como les dicen a las mujeres veniditas a más gracias a su vagina... y a la ingenuidad de hombres solitarios como mi padre”.

+Selección de Grandes Crímenes: El largo tiempo de la espera

“Entiendo, señor... ¿Su padre es viudo?” “Desde hace diez años, cuando cumplió cincuenta. Mi madre murió a causa de un cáncer de hígado... Y, cinco años después, mi papá se casó con esta mujer, que lo único que quería de él era su dinero”.

“¿Tenía hijos esta señora?” “Dos, en Estados Unidos... El papá se los llevó cuando eran pequeños; hace unos quince o veinte años... Es lo que hemos sabido...” “Le pregunto de nuevo, ¿conoce a alguien que tuviera motivos para asesinar a su madrastra?” “No, señor...” “Usted la odiaba...” “No; en realidad, no la odiaba... Solamente me repugnaba, como repugnan las ratas y las cucarachas de alcantarilla... Por arribista, avariciosa y malvada”.

“¿Malvada?” “Eso dije. Una mujer que abandona a su marido enfermo, del cual se sirve mucho, al cuidado de otras personas, debe ser malvada...” “¿Es su opinión o tiene razones de peso para decir que su madrastra era una mujer malvada?” “Mi padre vivió dos años bien con ella... Hace tres años le dio un derrame, y quedó paralizado de medio cuerpo... Se ha recuperado poco a poco, y hemos tratado de que tenga la mejor atención, aunque, como usted sabe, un derrame cerebral es casi irreversible”.

“Bien, señor. Vamos por partes...” El detective dejó que pasaran algunos segundos, para ordenar sus ideas. “Hemos revisado la puerta de entrada, el portón y la puerta del dormitorio de la víctima, y no han sido forzadas... De aquí que estamos seguros de que el asesino entró con completa libertad a la casa... Tal vez porque tenía un cómplice adentro, o porque tenía llaves para entrar fácilmente... Y, por las entrevistas que hemos hecho, nadie vio o escuchó algo extraño anoche, ni esta madrugada. Las muchachas que se quedan a dormir en la casa dicen que ellas se acostaron a las siete, después de servir la cena y de arreglar la cocina. Ellas no preparan la comida de don Gerardo, que es especial, como usted sabe, y solo es responsabilidad de las enfermeras; y la enfermera que se quedó anoche cuidando a su papá dice que no salió de la habitación del señor hasta esta mañana, cuando le dijeron que la señora estaba muerta... Así que no tenemos nada para empezar la investigación, aparte de la víctima, que fue estrangulada a mano limpia...”

“¿Por qué me explica todo esto? No es que me interese mucho lo que haya pasado con ella”. “Señor -dijo el agente, después de un suspiro-, así como están las cosas, y viendo la aversión que tenía usted hacia su madrastra, le diré que está usted entre los sospechosos de haberle dado muerte”. “Es lógico”.

“Los perros, que son dos, no ladraron anoche alertando sobre la presencia de un extraño en la casa, por lo cual, podemos decir que el asesino, si es que entró a altas horas de la noche, es alguien conocido; de la familia y de los perros... Ahora, existe la posibilidad de que el asesino haya estado dentro de la casa, de manera que ya lo conocían los perros, y no le iban a ladrar... Y tenemos que ninguna puerta ni ventana fue forzada, por lo que el asesino debió tener llaves para entrar, un cómplice que le abrió las puertas o estaba ya bajo este techo, esperando el momento en que había de cometer el crimen”.

“Muy bien pensado, señor... -exclamó Gerardo-. Veo que ustedes son buenos policías... Ahora, lo que deben hacer es permitir que saquen el cuerpo de esa zorra de la casa de mi papá, y que encuentren al que la mató, lo cual me tiene sin cuidado...”

+Selección de Grandes Crímenes: Un caso imposible

“Creo, señor, que va a tener que acompañarnos a la oficina, para hacerle unas preguntas...”“Los acompaño al mismo infierno, si ustedes quieren... Pero no iré solo, por supuesto... Ya están mis abogados aquí...”El agente se quedó en silencio por un momento.“Una pregunta, señor...”“Diga”.

“¿Por lo que veo, su padre es un hombre adinerado...” “Próspero, señor...”“Bien... Como usted diga... ¿Quién hereda su dinero?” “Esa es una pregunta absurda porque mi papá no está muerto, señor”. “Sí, tiene razón. Lo que quise decir, es ¿quién dirige los negocios de su padre?” “Desde hace tres años, cuando le dio el derrame, los dirijo yo. Me asiste mi hermano menor, y mi hermana se encarga de algunas de las cosas más importantes de las empresas...”

“¿Qué tenía que ver su madrastra en los negocios de su padre?”

“Nada más que gastar el dinero a manos llenas”. “Bien -suspiró el detective, otra vez-. Vamos a ver a su padre...”En ese momento se acercó al agente el fiscal. “A esta mujer la mataron a eso de las once de la noche... Entre las once y las dos de la madrugada, en opinión del forense...” “Excelente dato, abogado... Voy a decirles a los muchachos que interroguen a los guardias de la colonia, para ver que encontramos... Alguien debe haber visto algo”.

“A esta mujer la mató alguien fuerte, o de fuerte complexión, quiero decir... La atacó mientras dormía...”“¿Cómo es que la víctima está en la orilla de la cama?” El fiscal pensó por un instante. Los fiscales son, también, buenos investigadores. “Creo que el asesino saltó sobre ella, para inmovilizarla; le puso las manos al cuello, y la mató en pocos segundos, sin que ella pudiera hacer algo para defenderse. Luego, la arrastró hasta la orilla de la cama, tal vez para confirmar que su trabajo estaba bien hecho; que la mujer estaba muerta...”

Don Gerardo

Estaba sentado en su silla de ruedas. Ya lo habían bañado, y le habían dado de comer una papilla de cereal y leche de almendras. Miró a los investigadores con un solo ojo, mientras la enfermera le limpiaba la saliva que le caía por la comisura paralizada de sus labios. “¿Ya lo sabe?” -preguntó el fiscal.

“Ya” -respondió Gerardo. Estaban con él las dos enfermeras que lo cuidaban; una mujer rolliza, de unos cuarenta y cinco años, y una mujer alta y delgada, de más o menos treinta y cinco; y ya habían llamado a su médico particular. Con dificultad, don Gerardo dijo: “Quiero verla”. El fiscal, luego de ver al enfermo detenidamente, preguntó:“¿Qué es lo que tiene el señor en la mejilla izquierda? Parece un golpe... ¿Fue que se cayó?” “No...”

+Selección de Grandes Crímenes: El día que cayó “El Patrón”

La enfermera que acababa de terminar su turno fue la que contestó. “¿Qué fue lo que le pasó?” “No sé, señor... Tal vez el doctor puede explicarle mejor... A un enfermo como él, siempre le aparecen moretones... Creo que es normal...” “Quiero que el forense vea al señor...” -ordenó el fiscal. En ese momento se escuchó la voz deforme de don Gerardo: “Me la mataron -dijo, casi deletreando las sílabas-; me la mataron”. “¿Quién se la mató, don Gerardo? -le preguntó el fiscal, agachándose un poco.

Como pudo, el enfermo levantó la cabeza. La saliva se escurrió por su barbilla, y su único ojo abierto parpadeó, mientras lo humedecían las lágrimas. “¿Usted sabe quién la mató? ¿Usted sabe quién mató a su esposa?”

Don Gerardo bajó la cabeza, desvió la mirada, y, extrañamente, se estremeció su brazo paralítico, encogido y pegado al cuerpo, con su mano doblada hacia abajo, casi muerta...

CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA