Tierra Adentro

Doña Cristina Chandías, la reina de las semitas y las rosquillas

Es originaria de Juticalpa, Olancho, pero desde pequeña se trasladó a Tegucigalpa. Su pasión ha sido la panadería y desde hace 25 años se ha dedicado al negocio con el que ha logrado educar a sus cuatro hijos

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02.06.2018

TEGUCIGALPA, HONDURAS
Es madre de cuatro hijos y hacer pan es su pasión.

Hace 25 años, doña Cristina Chandías tuvo la idea de iniciar un proyecto, el cual se ha convertido en éxito ya que ha creído y todo lo ha puesto en manos de Dios.

Como todo negocio, cuando se inicia se presentan problemas, pero cuando se tiene una meta trazada, se logran los objetivos.

Eso es lo que ha vivido con el paso de los años esta mujer de tez blanca, muy luchadora y que al final podemos decir que es emprendedora. “Siempre me gustó hacer pan y comercialmente nos pusimos el año 1993”, recordó.

Todo empezó con un anuncio en Radio Satélite que decía: “Necesito panaderas que puedan hacer pan de casa”.

El mismo día que salió al aire el anuncio, dos señoras con el pelo cano llegaron a la casa de doña Cristina, ubicada en ese entonces en la colonia Jardines de Toncontín.

Esas mujeres fueron doña Rosa Álvarez y doña Elsa Álvarez, pues eran hermanas y de inmediato empezaron a trabajar.

“Se comenzó una escuela de panadería, algo increíble porque yo no me lo imaginaba a pesar de que me gustaba la repostería, pero esas señoras llegaron a darnos una escuela de vida en este oficio”, dijo doña Cristina, al recordar a sus dos primeras empleadas.

“Doña Rosa ya falleció y doña Elsa ya está retirada desde hace unos cinco años, pero quedó bordado en mi corazón cómo hacer pan de yema, turrones, revueltas de trigo y las técnicas para hacer pan que las iniciamos a mano en mi casa en la colonia Jardines de Toncontín”, detalló.

Rutas
En 1993 el esposo le regaló un vehículo pick-up Datsun 1500 a doña Cristina, con el que empezó a vender pan en las diversas rutas en los barrios y colonias de la capital.

Con el paso del tiempo, un amigo de infancia de la mujer emprendedora, ya que crecieron juntos en el barrio, le preguntó si estaba haciendo pan y ella le dijo que sí.

Ese amigo la llevó a la Feria del Agricultor y del Artesano y le presentó a la administradora, a quien le comentó que era productora de pan, por lo que la señora le dijo que se presentara el viernes a la feria y desde ese entonces se dedica a vender pan en las cercanías del Estadio Nacional los fines de semana.

“Orgullosamente vendo allí porque soy productora también”, dijo con un tono seguro. “Comencé y la primera venta fue de 273 lempiras. Y dije: “Esto está lindo, sin gasto de combustible y me quedó todo esto”.

Unos meses después se encontró con otro amigo que se llamaba Alexander Guevara y vendía en la calle Peatonal y le dijo que si quería vender pan en la Peatonal, que la llevaría donde el presidente de la Asociación de Vendedores.

Cuando los vendedores fueron desalojados de la Peatonal, doña Cristina se trasladó al Mercado La Isla. “Allí el comercio no funciona porque es en la parte baja, pues uno para vender tiene que estar en el estorbo de la gente”, detalló.

Fracaso
“Fue un total fracaso porque solo se vendían 110 lempiras de pan al día y se tenía que pagar 120 lempiras a la trabajadora y no funcionó el negocio en La Isla”.

Aún vendiendo pan en la Peatonal, junto a su esposo compró una propiedad en el kilómetro 17 de la carretera que de Tegucigalpa conduce a Olancho.

En ese momento el lote fue bautizado como “La tierra prometida” de la familia Padilla Chandías.

Allí instalaron una porqueriza que no dio los resultados esperados. Pero como la pasión de doña Cristina era la repostería, instalaron una panadería.

El producto lo vendían en una improvisada caseta construida en la orilla de la calle.

Debido a que pretendían vender buen producto, doña Cristina perfeccionó las recetas, especialmente la de hacer rosquillas en su querido Olancho.

En el nuevo negocio, a los clientes que compraban pan se les regalaba una taza de café o té de zacate de limón.

Esa tradición se ha mantenido y los clientes que llegan se sienten satisfechos por todas las atenciones.

Doña Cristina se siente orgullosa de lo que hace al igual que de los cuatro hijos que tiene. El mayor se llama Tito Alcides, de 31 años; Cristina María, de 29 años; Alondra Mabel, de 19 años y José Mario, de 15 años.

“Con este trabajo han salido adelante y estudian en la universidad”, comentó muy satisfecha.

Hace 25 años empezó con dos empleadas y hoy en día cuenta con 22 empleados que son los que se dedican a hacer el pan y a comercializarlo.

Los productos son variados y de diferentes tamaños. Sin embargo, la rosquilla olanchana es su carta de presentación al igual que el pan de yema.

El sabor es inigualable, pues es el toque especial que le dan, ya que aseguran que es único y por eso los clientes lo prefieren. “Esto me ha costado porque son muchas horas de trabajo, pero hay una alegría”, manifestó.

“Yo amo hacer pan, esa es mi pasión. Vivo estudiando la panadería, paso buscando sobre panadería todos los días”, aseguró.

Sin embargo, considera que el éxito que ha logrado es porque está con Dios, porque al conocer el amor de Dios, todo lo demás viene por añadidura.

“Yo soy el remolino y Él es mi ayudador”, concluyó doña Cristina Chandías.