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Carlos Lanza: 'Confieso que he vivido”

La luchas sociales, la docencia, la literatura y el arte han marcado el tránsito terrestre del crítico Carlos Lanza

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27.10.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Dos amigos leen filosofía griega a la orilla del río Chamelecón; ahí descubren a Platón, a Aristóteles, a Sócrates, a Diógenes. Pero en un instante es la luna reflectante sobre los racimos de bananos lo que cautiva la atención de uno de ellos y no el pensamiento de los griegos.

- Connolly, no sé si estás viendo esta fotografía pero me encanta el contraste que hace la luz de la luna sobre los racimos de banano.

- Carlos, vos sos un poeta.

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Finalmente Carlos Lanza no es poeta -aunque podría serlo-, es crítico de arte, un oficio que en su caso nace en la filosofía, crece en la poesía y florece en el arte. En este tiempo ya no es un adolescente de 16 años que hace reflexiones estéticas a la orilla del río, es un hombre con la luna sobre su cabeza, mirada triste y voz pausada y reflexiva. Pero antes de desentrañar las motivaciones del color, el trazo y la forma, tuvo otra vida.

Primero estuvo vinculado a las luchas sociales de los trabajadores de las bananeras, luego a las luchas magisteriales. Después llegó el arte... y de la mano del arte, el oficio de escribir.

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Lanza en la inauguración de la primera muestra del Taller de Artes Visuales “El Círculo” en el año 2002. Foto: Cortesía

Lanza en la inauguración de la primera muestra del Taller de Artes Visuales “El Círculo” en el año 2002. Foto: Cortesía


¿Qué es para usted la vida, maestro Lanza?

Vivir es sentir, es amar, es pensar, es construir proyectos, es algo superior a la pura existencia, es dejar una huella en la historia, es trascender. No podría encontrar otra forma de sentir la vida que no fuera como la he concebido. Puedo comprender el vivir como un enorme sentimiento, como la forma más sublime de existir, ese es el vivir y lo he encontrado en la palabra, en el arte, en la gente, alrededor de eso he construido mi vida.



Y antes de escribir, ¿cómo se edificaba su existencia?

Era un militante, un luchador social, casi toda mi vida fui una persona organizada social, política y gremialmente y mis días giraban alrededor de las luchas sociales, por la emancipación de los campesinos y en los últimos años por darle al gremio magisterial una perspectiva no solo pedagógica.

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En 1998, en un homenaje al poeta mexicano Octavio Paz. Foto: Cortesía

En 1998, en un homenaje al poeta mexicano Octavio Paz. Foto: Cortesía


¿El arte significaba algo para usted en ese período?

No, aunque desde el colegio ya construía un imaginario sensible alrededor de las imágenes, casi siempre le estuve dando una lectura estética a las cosas que miraba.

En 1995 “Templo en ruinas” marcó un hito en la trayectoria de Santos Arzú Quioto… y también en la de Carlos Lanza. Era noviembre y cursaba en la UPNFM la clase de Semiótica de la literatura: el día de la inauguración de la exposición en Banco Atlántida tenía un tiempo libre y alguien lo invitó a ver la muestra. Llegó sin gran pretensión pero terminó escribiendo un texto que inauguró una trayectoria como crítico en la que ha escrito más de 200 artículos, publicado dos libros y cuatro más que permanecen inéditos. Aunque ser crítico de arte no era su aspiración, estudiaba Literatura en la universidad porque su visión era ser crítico literario. La obra de Arzú trazó para él otro destino.

Su irrupción en la escena del arte plástico en 1996 generó cierta resistencia; la autoridad en el campo en los 90 era Juan Domingo Torres y sin buscarlo se generó una rivalidad entre ellos. “Luego se fue dando un fenómeno, los viejos artistas buscaban a Juan Domingo para que hablara sobre ellos, pero la juventud que surge a principios de los 90 me buscó a mí”, recuerda. Con el tiempo se fueron limando esas asperezas entre ambos.

Aunque los resquemores hacia su quehacer en ciertos artistas tienen raíces profundas, cuando recibe ataques a los que quiere responder siempre recuerda las palabras que Leticia de Oyuela le dijo una vez: “No lo haga, no responda, porque el que tiene el alma envenenada no tiene derecho a escribir”. Ese ha sido para él como un mandato.

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Con los artistas Efraín Portillo y Víctor López, en Roma, Italia, 1999. Foto: Cortesía

Con los artistas Efraín Portillo y Víctor López, en Roma, Italia, 1999. Foto: Cortesía


¿En Honduras ha faltado la madurez para asimilar el trabajo de un crítico de arte?

Sí, un artista dijo una vez que el crítico era un mal necesario, así se ha concebido la crítica. En Honduras no hay una buena relación del artista con el crítico porque creen que el crítico solo debe servir para alabar, para rendirse frente al trabajo de un artista aunque sea malo, y eso no lo he aceptado nunca, no soy tintero de nadie, y eso lo he sufrido, pero lo he encarado con dignidad, con estoicismo, porque este es un medio muy artesanal.


¿De qué se tiene que despojar cuando se enfrenta al proceso creativo?

De cualquier prejuicio, porque incluso en mi relación afectiva con el artista, lo primero que veo es la obra y con ella me quedo y eso es un principio de la semiótica... y también me despojo de un mal momento que haya pasado, trato de estar sereno al escribir.

Puedo escribir con dolor físico pero no me permito escribir con angustia, aunque algunas veces lo he hecho y han salido textos sensibles, pero no es lo que siempre quiero hacer y lo acepto si tengo la capacidad de traducir esa angustia en una sensibilidad y en ocasiones lo he logrado.

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¿Por qué es tan trascendental la memoria en su vida?

La memoria son como capas y capas de experiencias y vivencias que le van dando el perfil de la vida a uno, entonces creo que es una condición general para cualquier persona particular y para uno como escritor, el hecho de recurrir constantemente a la memoria, ese ir y venir.

La memoria es vitalidad, es fundamental, es un baluarte determinante en mi conducta como escritor y perder la memoria sería como perder la vida, porque la memoria es ese río de recuerdos que corre por mi ser, por mis venas, por mi piel, por mis huesos, y que va nutriendo ese sentido de vivir, de experimentar y de sentir... En ese sentido puedo decir que soy un ser de memoria, no tenerla sería una desgracia y así lo he experimentado algunas veces, no quiero perder la memoria porque no quiero perder la vida de esa manera.

Un joven Carlos Lanza recibiendo su título de Bachiller en La Lima, Cortés, 1978. Foto: Cortesía

Un joven Carlos Lanza recibiendo su título de Bachiller en La Lima, Cortés, 1978. Foto: Cortesía

Usted ha vivido…

Como dijo Pablo Neruda en el título de sus memorias: “Confieso que he vivido”. Hubo una etapa de mi vida que para procurarme algunos ingresos tuve que jalar bultos en el mercado y dormía en un cuartito, en una cama plegable en la que era tan pequeño el cuarto que si me estiraba lo tocaba todo.

Pero debajo de mi camita plegable tenía como cien libros. Recuerdo que cuando llegué al libro número cien me sentí tan feliz porque esos son el pilar de mi biblioteca; hoy tengo más de cinco mil libros pero comencé con esos cien y sé cuál es su origen: los compré bajando sandías a las tres de la mañana en un mercado de San Pedro Sula.

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¿Cómo definiría la importancia de la literatura en su vida, Carlos Lanza?

Es determinante, la literatura me abrió otros mundos. Soy la persona que soy gracias a la poesía, al buen cuento, a la buena novela. No sería el crítico que soy si no es por la literatura, que me permitió tener esa sensibilidad, construir esos imaginarios y tener esa capacidad para encarar la palabra, para estudiar una obra de arte. Yo soy un ser de la literatura y puedo decir que mi segunda gran madre es la literatura, la que forjó mi espíritu, mi temple y la riqueza con que entiendo el vivir.

Pero si la militancia, el arte y la literatura han marcado el tránsito terrestre de Carlos Lanza, la docencia ha sido otro episodio fundamental. Por influencia de su padre lo primero que quiso ser fue ingeniero mecánico, pero la necesidad de ganarse la vida lo llevó a la docencia cuando tenía 24 años. Y se dio cuenta de que era buen profesor, de que sus alumnos disfrutaban la clase, que se encomendó como misión sembrar en ellos inquietudes. “Cuando un alumno o exalumno se refiere a mí, la primera palabra que menciona es ‘profesor Lanza’ y creo que es una de las profesiones que más amo”.



Si pudiera definir los cimientos de su vida, ¿cuáles serían?

La justicia social ha sido el primer cimiento de mi vida, me ha acompañado siempre, las luchas de mis hermanos campeños con los que forjé esa consciencia. Posteriormente mis hijas, mi nieto, fundamentales en mi existencia. Mi docencia y mi trabajo como escritor también son mis cimientos; otro serían mis amigos, en momentos difíciles de mi vida me he sostenido gracias al abrazo de un amigo, gracias a la mano de un amigo e, incluso a veces, solo gracias a la mirada de un amigo. Pasan por mi memoria esos pocos que tengo y que han sido fieles y con los cuales he sido fiel.

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Carlos Lanza en los inicios de su vida, con apenas tres años de edad. Foto: Cortesía

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