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Francisco 'Paquito” Gaitán: 'Fui duro y jugaba porque yo era el dueño de la bola”

¿Qué hay detrás del alcalde que le cambió la cara a Cantarranas?

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08.11.2019

CANTARRANAS, HONDURAS.- En cada baldosa de su vida hay una historia que contar. Desde su “visita guiada” a los viejos lupanares de Talanga hasta la vez que se peleó en una feria con la que sería su futura esposa.

Se llama Francisco Gaitán pero usted y yo le diremos “Paquito”, aquel cipote rechoncho y cachetón que se ponía triste cuando llegaba la época de las vacaciones escolares porque “sabía que me iba a tocar trabajar prácticamente día y noche en la casa y en la tienda de mi papá... ja, ja, ja”.

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Sí, el mismo “Paquito” que después de tres períodos y medio le cambió la cara a su casa y dijo: “Así como hemos convertido a Cantarranas en el pueblo selfie, así debo verme diferente yo: en dos años he bajado 120 libras y ahora peso 190, a pura dieta y algo de ejercicio”.

En cada baldosa de su vida hay una historia que contar...

¿Cuál es la principal imagen que recuerda de su niñez, “Paquito”?

Cuando nos levantábamos muy temprano y antes de ir a la escuela le ayudábamos a mi papá a ordeñar vacas y luego nos íbamos a vender la leche. Y cuando no vendíamos esa leche, en la tarde íbamos a vender la cuajada. No era por necesidad, era parte de los valores que nuestros padres nos marcaron desde pequeños a sus 10 hijos.

O sea que su papá, don Francisco Gaitán, era cosa seria, ¿no es así?

¡Uf!, era súper estricto. A veces yo le pedía permiso para ir al campo de fútbol y rara vez me decía que sí. Y cuando me autorizaba, solamente me decía: “Bueno, vas a ir pero tenés que llevar este termo lleno de paletas para que las vendás”.

Y me imagino que exigía buenas notas en la escuela.

Claro. Me acuerdo que a veces nos levantaban en la madrugada a estudiar en voz alta todos los hermanos.

Pero yo me llevaba bien con las matemáticas y siempre estuve en el cuadro de honor de la Escuela Francisco Ferrera; antes no se calificaba de 1 a 100 sino de 1 a 5 y un día que se remodeló la escuela aparecieron unos documentos viejos con mis notas: cincos, cincos, cincos, puros cincos... algo que siempre me llamó la atención es que las notas de los niños aplazados las ponían en color rojo y algunos padres se alegraban porque decían que su hijo le había salido liberal... je, je, je.

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Esos no se echaban las potras, entonces...

Ja, ja, ja... en Cantarranas el clásico estaba marcado: barrio Arriba contra barrio Abajo. En medio de los dos había un espacio en donde jugábamos y en la escuela también había una canchita de futbolito y la competencia era entre grados y nos gustaba ver cómo las muchachas llegaban a vernos.

¿Y de qué jugaba?

Era delantero. Es que yo estaba más gordito y más que todo me iba allá arriba por estorbo. Siempre fui duro y jugaba porque era el dueño de la bola... ja, ja, ja. Pero en realidad mi papá casi no nos dejaba jugar algún deporte, a veces ahí a escondidas nos íbamos a jugar pero cuando se enteraba era fajeada segura... incluso atrás de la casa donde crecimos había un río y ni ahí nos daba permiso de ir, tuve que aprender a nadar hasta en la universidad. Igual, no sé qué hubiera sido de los 10 hermanos sin ese rigor de mi papá.

¿Bueno y con las chavas cómo le iba?

Fíjese que tuve una novia allá por quinto o sexto grado y da la casualidad que a los dos nos mandan a estudiar el colegio a la capital, solo que ella vivía en El Reparto y yo en Comayagüela.

A ella le di el primer beso, pero es que esos besos a esa edad eran de darlos y salir corriendo... ja, ja, ja... salía volado uno. Eran tiempos muy sanos.

“Mi papá nos decía que pantalones en la casa solo los de él y los de sus hijos. No les permitía novios a mis cuatro hermanas y a todas las mandó a estudiar a un internado en Danlí”.

Gaytán ha convertido a Cantarranas en el pueblo Selfie.

¿Y en general fue un tipo romanticón o tranquilo?

Frío. Aunque no sé si frío o sincero porque hay unos que le dan cuina a las mujeres, con flores y canciones. Yo no. Con las mujeres he sido poco expresivo pero sincero. Hay unos que hablan y hablan pero son pajeros.

Ja, ja, ja... y a propósito de las mujeres, hay un día en la vida de un hombre que difícilmente se puede olvidar: cuando se pierde la virginidad. ¿Lo recuerda?

Sí. Un día y a escondidas de mi papá, un primo me llevó a un lupanar de Talanga, famosos en aquellos tiempos. Cuando miraban que uno empezaba a desarrollar y a echar bigotillo, le preguntaban: ¿Ajá, ya te llevaron a Talanga? Era una excursión obligatoria... ja, ja, ja.

La percepción que da no es la de un tipo mujeriego. ¿Cómo conoció a su esposa?

A mi esposa Gloria Marina la conocí en una feria de Agafam. Recuerdo bien que Rafael Callejas llegó a la feria y ella, nacionalista, le estaba dando vivas. Yo, liberal, empecé a discutir y se armó un relajo del que luego salimos como amigos... yo venía recién graduado de ingeniero agrónomo del Tecnológico de Monterrey, con carro nuevo y más bien terminé dándole jalón a su casa en la colonia Alameda.

Le pedí el número de teléfono, fijo en aquel entonces, y comprobé que del odio al amor hay apenas un paso.

Ja, ja, ja... ¿y qué pasó después, “Paquito”?

Como en mi casa no había teléfono fijo me tocaba ir a hacer fila a un público para hablarle y en una de esas el papá de ella, el abogado Hernán Cárcamo Tercero, escuchó mi nombre, le preguntó de quién se trataba y me asoció con mi padre: “Es un buen hombre, honorable y responsable”. Esa fue como la llave de entrada a su casa.

Y de ahí se vino Clarissa María, su primogénita.

Sí, un milagro. Mi esposa tuvo un parto de alto riesgo por una deficiencia uterina y mi hija nació de seis meses. Cuando salieron los doctores del quirófano me dijeron: “Mire, de estos casos solo se salva uno entre mil”.

Pues ese uno va a ser mi hija, les dije yo. El tratamiento fue costoso y tuvimos que vender todo, carro, casa, propiedades, todo. Ahí saqué mi primer préstamo.

Le llamamos “el granito de oro” y la bautizamos como María porque la encomendamos a la Virgen María. Ahora ya tiene 22 años y está sacando su segunda carrera en la universidad.

Hola, señor alcalde...

Con Clarissa María empezó una nueva vida para “Paquito”. Una nueva historia. Lo llamaba la vena política. Lo retaba un primo. Lo sentenciaba su mujer: “Cuando me ofrecieron ser candidato a alcalde de Cantarranas me fui donde mi mujer y le dije: “¿Qué decís?”. Yo pensé que me iba a decir que no... ja, ja, ja... pero me dijo que aceptara, que era el tiempo de ayudar a mi pueblo”.

¿Cómo fue que se metió al mundo de la política?

El liberalismo viene de familia y a mí siempre me gustaba andar metido en proyectos sociales. Un día le pregunto a un alcalde de Cantarranas, primo mío: “¿Por qué los alcaldes vienen y se van y este pueblo sigue igual o peor?”.

Y me dice: “¡Ay, primo! Si usted algún día tiene (y “Paquito” hace el gesto de abrir sus dos manos con las palmas hacia arriba), métase y va a ver que no es que no se quiere, es que no se puede”.

Le dijo que tuviera huevos para meterse al ruedo. ¿Cuándo pasó eso?

Allá por 2004 el Partido Liberal había perdido en Cantarranas y un grupo de amigos me proponen a mí para que sea el candidato a la alcaldía. Me aparté de mi trabajo en la empresa privada y decidí empezar a servir a mi municipio.

Ya son tres períodos y medio al frente y ahora que me encuentro a mi primo le digo: “Esto no es gallinero, esto es de dos cosas: conectar el saber hacer con el querer hacer”.

¿Y alguna vez se ha visto necesitado económicamente para sus campañas?

No alguna vez, casi permanentemente estamos endeudados. Las tarjetas son las que pagan, soy amigo de los extrafinanciamientos. Un gran porcentaje de mi sueldo es para el pago de las tarjetas de crédito.

¿Tiene ratos libres?

Muy poco. Y cuando los tengo trato de ir a ver algún partido al estadio de Cantarranas (que tiene su nombre) y cuando puedo aprovecho a ver al Olimpia porque soy olimpista de corazón. Pero de verdad que mis días son apretados, desde la madrugada ya empiezo mentalmente a generar ideas y tipo 5:00 de la mañana comienzo a hacer cualquier cantidad de llamadas.

¿No tiene pasatiempos?

Me gusta cantar en los karaokes de vez en cuando. Mi canción preferida se llama “La almohada” de José José y me encanta la música de Leonardo Favio.

No cultivé el hábito de la lectura y eso es algo que resiento y al cine no voy porque me duermo a los 10 minutos... ja, ja, ja. Imagínese que la última vez que fui al cine, costaba 60 centavos.

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