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Mario Jaén: 'La calle se convirtió en mi escuela'

Practica kung-fu y confiesa que antes detestaba el teatro. Ahora lo ama y lamenta el abandono en el que está

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08.02.2019

TEGUCIGALPA, HONDURAS. -Aquel niño del barrio Morazán que cuidaba carros en las afueras del estadio Nacional y volaba barriletes en el cerro Juana Laínez creció admirando a su padre Emmanuel, un afamado dramaturgo salvadoreño. Y aunque al principio el teatro no le gustaba, terminó cayendo en sus brazos...

¿De dónde es Mario Jaén?
Nací en el seno de una numerosa familia, en casa de don Manuel Sierra y Ángela Zelaya, padre y madre de mi mamá Alicia Sierra. En un momento llegamos a vivir 18 nietos, así que fue una infancia muy bulliciosa y creativa, hacíamos todas las actividades tradicionales como nacimientos navideños, posadas, altares a la Virgen de Suyapa, veladas, coreografías con sacrificios mayas, peleas de enmascarados... y cobrábamos dos centavos la entrada.

¿Qué fue lo mejor que le pasó en su adolescencia?
Enamorarme, me enamoraba casi a diario, hasta que concreté un amor con una maravillosa chica, Sandra. Las vacaciones eran maravillosas, me podía dejar crecer el pelo, vestir de manera libertaria, viajar por el interior del país, trabajar y hacer un poquito de dinero para pagar uno que otro gustito.

¿De dónde viene su familia?
Mi abuelo era gallego, mi papá (Emmanuel Jaén) era salvadoreño y mi madre hondureña. La familia que estoy forjando está conformada por tres hijos varones y una chica, soy casado en dos nupcias y en la primera nacieron Daniel y José. Mis últimos retoños son Rafael y Aitana. Estoy casado con Luisa Sánchez, ciudadana gallega radicada en Honduras desde hace más de 20 años.

¿Sus sueños de niño los cumplió?
No, qué va, nunca tuve sueños de niño, yo solo quería jugar potra en las calles y bailar twist en las fiestas con mis tías que me sacaban al ruedo, pues era una batidora que me lanzaba al piso y era la diversión de los bailes y el alma desencajada del exhibicionismo.

¿Buen estudiante?
En mi estadía en Nicaragua tuve que repetir sexto grado, mi padre para poder sacar adelante a la marimba de hijos que tenía solía estar mucho tiempo fuera de casa, situación que aproveché para vagar por casi toda la vieja Managua, mi escuela se convirtió en la calle, y fui uno de sus mejores alumnos.

En la secundaria todo cambió, egresé del Instituto Francisco Menéndez de San Salvador, un colegio con disciplina casi militar. En los estudios universitarios fui muy bueno porque estudié lo que me gustó. Inicié con literatura en la UNAH, no terminé porque me salió lo que más quería en ese momento: ir a Colombia a estudiar teatro. ¿Buen estudiante? Alegre estudiante, diría mejor.

¿Cómo inició lo de la actuación?
Los maestros de español, tanto en Honduras como en El Salvador, creían que por ser hijo de Emmanuel Jaén Escobar es que yo podía ser igual, y nada de esto me gustaba, detestaba el teatro. Recuerdo que una vez fuimos a ver al teatro a mi padre y tuvieron que sacarme porque yo veía que a él lo golpeaban en las obras y a mí no me gustaba, por eso es que detestaba el teatro.

Una vez fui invitado por un grupo de estudiantes en la Universidad de El Salvador, donde empecé estudiando sociología, y me invitaron a conformar un grupo de teatro, el ambiente me gustó, un montón de peludos y peludas que querían cambiar el mundo con teatro.

Hay talento en Honduras, pero no se apoya, ¿no?
En cualquier rincón del mundo hay talento, ya que eso es inherente al ser humano, no hay razas geniales, hay culturas geniales y suelen ser las que se han podido desarrollar, como la maya, azteca, inca, etc. Los que no han evolucionado son las instituciones del Estado en sus acápites relativos al arte y la cultura, por el contrario, van como el cangrejo. Por ejemplo, en nuestras universidades no se estudia el teatro.

No hay un justo apoyo y es por varias razones: la primera es por el temor que le tienen a la crítica y la segunda, que impiden la democratización del disfrute del arte a la población.

Háblenos de sus obras, que son muchas...
Algunas las he escrito, otras solamente las he actuado y otras tantas las he dirigido, he tenido la fortuna de llevar mi teatro a todos los departamentos de Honduras y a países como España, Francia, Taiwán, México, Centroamérica.

Pronto regresaremos a México con una de nuestras más emblemáticas piezas: “Canícula”, de mi autoría, en donde abordamos el tema ecológico rescatando personajes de la tradición oral hondureña como son Tío Coyote, Tío Conejo, Tío Correcaminos y Tío Cusuco.

De los premios que ha recibido, ¿alguno es más especial?
Todos, los hay nacionales e internacionales, incluso hemos obtenido reconocimientos que no son premios, como haber estrenado una sala de teatro en París, el Space Kiron, ubicado en Rue Vacquerie #10, que en 1992 la inauguramos con “Morazán, de la celda al paredón”, dirigida por Jean Marie Binoche; recibimos el Premio del Público en Orense España por “El atravesado” del colombiano Andrés Caicedo; también el Premio Carlos Méndez en la categoría internacional otorgado por la Universidad San Carlos de Borromeo de Guatemala; el Premio María de las Artes por la Universidad Católica de Honduras y el Premio Nacional de Arte Pablo Zelaya del Ministerio de Educación de Honduras.

¿Obras por hacer?
Aparte del Teatro Taller Tegucigalpa, estoy centrado en la Compañía Municipal de Teatro de la AMDC; este es un proyecto piloto destinado a democratizar el arte en general y el teatro en particular en los barrios, aldeas, en donde impactaremos a más de 50 mil personas por año, pronto iniciaremos nuestra primera gira con la obra “Buscando a Tita”, de mi autoría, sobre prevención de embarazo adolescente.

¿La película “Morazán” gustó mucho?
Soy arte y parte de ella, aunque con una pequeña aparición en la misma. Potenció el cine nacional más allá de nuestras fronteras, logró ser la primera película nacional que preconcursó a los premios Oscar, ha logrado participar en varios festivales internacionales de cine con lo que ha generado expectativas del cine hondureño.

¿Hace cuánto practica el kung-fu?
Desde 1975. Practico en la escuela Tai Tou Tay del sifú (maestro) Blas Moncada, es el Hung Gar (tigre y grulla), es una escuela milenaria que se ha asentado en Honduras gracias al shi kan (maestro de maestros) Manuel Ham y sus discípulos shi kan Aguinaldo Motiño y mi primer sifú, Jorge Collier, de la escuela Jap Sin.

Honduras es hoy por hoy uno de los países con más practicantes del kung-fu en Centroamérica.

¿Por qué kung-fu?
Porque lo considero el arte marcial más completo de todos, en él están contenidos todas las variantes de artes y deportes del combate, sea con o sin armas tradicionales; incluye la meditación y la medicina naturista, es una disciplina que nunca terminas de conocer.