Siempre

La mañana que le cortaron la cabeza a la estatua de Cristóbal Colón

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14.10.2021

Tegucigalpa, Honduras
La estatua de Cristóbal Colón primero vivió entre los gritos de “¿Va a comprar, amor?”, del mercado San Isidro, y después pasó sus últimos días estremecida por el estruendo de las turbinas de los aviones que aterrizaban o despegaban del aeropuerto de Toncontín.

Hasta que la mañana del 12 de octubre de 1997 la decapitaron. Luego la pintaron de rojo.
Unos aplaudieron la acción. Otros la criticaron. Lo cierto es que el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (Copinh) descargó de esa forma su ira contra el llamado “audaz navegante”.

Y aquí es donde entra don Mario Hernán Ramírez, cerebro prodigioso, archivo viviente. La estatua de Cristóbal Colón —inicia don Mario— fue un regalo del gobierno de España y colocada en 1916 a un costado del Colegio San Miguel, en el corazón del San Isidro, que era el único mercado que existía en aquella época. Después vendrían los demás mercados; el segundo fue Las Américas, el primero que tuvo gradas eléctricas –cuenta don Mario.

Los bolos la orinaban
Frente a la estatua jugaban los estudiantes del San Miguel. Primero fueron los goles; con el tiempo, tristemente, los meados de los bolitos que venían de las cantinas de La Chivera y de Sipile.

“El Colegio San Miguel le daba un toque elegante al lugar, era una edificación hermosa, puro colegio italiano o español”, relata don Mario. “El gobierno de Juan Manuel Gálvez —dice— le pidió a Hernán López Callejas que le construyera a la estatua de Colón un parque con sus bancas y verjas. Al final, quien lo hizo fue Manuel, su hermano, que era arquitecto. Alrededor había unos eucaliptos enormes, bellísimos”.

1500

personas de la región fronteriza de Honduras con El Salvador partieron hacia la capital Tegucigalpa para destruir la estatua de Cristóbal Colón.

Los domingos, las parejas se sentaban a los pies de la estatua, y aunque siempre había más de alguno que se escandalizaba, se daban besitos con lengua. Pero ni las verjas pudieron contener el crecimiento del mercado, y sobre ellas y sobre el propio Colón, los vendedores colgaban calzones, camisas, fajas, sombreros, zapatos.

“Una cosa horrible. Usaban la estatua de mármol de tendedero”, dice don Mario. Las autoridades de la Alcaldía de Tegucigalpa decidieron llevarse la estatua de Colón al sur de la ciudad, a un costado de lo que hoy es el City Mall. “Allí estuvo, con el brazo derecho señalando al horizonte, hasta que llegaron los del Copinh, encabezados por Salvador Zúniga, y vandalizaron la estatua”. Don Mario hace una pausa. “Lo último que supe es que la estatua, o los pedazos que quedaron, está en proceso de restauración. Se la llevaron a… ah, papo, mejor no digo, porque capaz van y la terminan de destruir”.

Hoy, en el lugar en el que estaba la estatua de Cristóbal Colón, se encuentra el Monumento a la Madre, rodeado del humo de los buses, sacudida por el estruendo de los aviones. Parece que no corre peligro, a menos que se descubra que es la mamá de Cristóbal Colón. Eso sí que sería un desmadre…