Siempre

Literatura sin etiquetas

Excepcionales son, en la actualidad, los casos en los que un libro se lee sin prejuicios, sin consideraciones extraliterarias, por el sólo hecho de que sea una obra con voluntad estética, más allá de los temas que aborda o de la persona que lo escribió...
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08.10.2021

SAN PEDRO SULA, HONDURAS. - El concepto de “literatura femenina” resulta en la actualidad un tema de debate permanente.

El sólo hecho de que exista como etiqueta ya entraña un problema y da pie a la discusión. En primer lugar, porque obliga a preguntarse por la inexistencia de otra etiqueta que funcione como su contraparte, la de una “literatura masculina” o de una “literatura escrita por hombres”.

Es innecesario decirlo, sobre todo ahora, cuando es fácil observar la historia y comprobar que durante mucho tiempo eran los hombres los que “dominaban” el panorama literario en cualquier parte del mundo, ya fuera porque las mujeres escribían menos, porque su papel en la sociedad se reducía al de las amas de casa, de “ángeles del hogar”, o por simple discriminación machista; de manera que hablar de una “literatura masculina” vendría a ser casi un pleonasmo, desde la concepción tradicional.

No es difícil encontrarle su razón de ser en la actualidad a esa permanente sobreexposición de la “literatura femenina” en las mesas de discusión de encuentros literarios, universidades, revistas, periódicos y editoriales, en el sentido de que, con el auge del feminismo durante las últimas décadas, la labor de escritura por parte de las mujeres ha recibido una mayor atención.

A lo que resulta difícil encontrarle sentido es a la discusión en torno a por qué las mujeres escritoras merecen o no merecen esa atención.

La literatura debería leerse sin prejuicios, independientemente de que quien escriba sea hombre o mujer.

La literatura debería leerse sin prejuicios, independientemente de que quien escriba sea hombre o mujer.

El debate

En este debate entran dos puntos de vista que, tradicionalmente, cuando se trata de literatura, han estado en conflicto: la literatura vista como arte y la literatura vista como manifestación social.

En la confusión de esos puntos de vista hemos sido testigos del naufragio de buena parte de la crítica literaria durante mucho tiempo, pero resulta particularmente peligroso lo que se observa en la actualidad derivado de la confrontación entre dos enunciados simples: el de la literatura y el de la literatura escrita por mujeres; es hasta sospechosa esa sobreexposición a la que me he referido antes, y aquí es donde la etiqueta “literatura femenina” pareciera producir más daño que beneficio.

En la actualidad la discusión capta tanta atención como la propia literatura escrita por mujeres, algo que, si entre los seres humanos prevalecieran los principios de justicia, equidad, rigor crítico, no sería tan importante.

En un mundo ideal las mujeres y los hombres encontrarían, en las mismas condiciones de “competitividad”, hueco en las editoriales, captarían la atención mediática, conectarían con sus lectores, recibirían críticas y premios.

En el mundo actual, regido en muchos casos por las ideologías, por el machismo, la discriminación, los reclamos populares, la corrección política, las cuotas de poder y de participación, aquella rampa de salida en donde hombres y mujeres que escriben libros pretenden iniciar su recorrido, desoyendo todo ese ruido que no concierne a lo estrictamente literario, se ve más bien como un muro que deben escalar, para lo cual lo que se requiere no es necesariamente que sus libros tengan calidad sino tan sólo que sepan usar sus herramientas de alpinismo.

La crítica ha sucumbido a consideraciones que más que centrales deberían ser periféricas respecto a la literatura.

La crítica ha sucumbido a consideraciones que más que centrales deberían ser periféricas respecto a la literatura.
Esto, por supuesto, desvirtúa en buena medida la naturaleza de lo literario y relega a un segundo plano el concepto de la calidad literaria en favor de otros aspectos que deberían ser periféricos, pero que ahora parecen tener una importancia central en el panorama de la literatura.

Adecuada o no, la etiqueta de “literatura femenina” conlleva, en un buen porcentaje, cierta ventaja.

Es indiscutible lo que el movimiento feminista ha propiciado haciendo uso de ella.

Para las escritoras el uso de esa etiqueta, en la que muchas veces se escudan o que automáticamente les sirve de credencial de acceso, algo que antes, por su misma condición de mujeres, se les negaba, no podría ser más provechoso.

Ahí vemos, por ejemplo, la cada vez mayor presencia de mujeres con libros en las grandes editoriales últimamente o la cantidad de premios que están recibiendo.

Para otras, en cambio, supone una especie de marca negativa que apela a la condescendencia, a la necesidad de inclusión, a la corrección política, dejando al margen lo que en realidad debería importar: su calidad como escritoras.

De cualquier manera, la discusión en torno a este tema no acabará nunca, porque es más fácil discutir sobre política y derechos humanos que sobre literatura.

Excepcionales son, en la actualidad, los casos en los que un libro se lee sin prejuicios, sin consideraciones extraliterarias, por el sólo hecho de que sea una obra con voluntad estética, más allá de los temas que aborda o de la persona que lo escribió o de la persona que lo lee.

Así, por ejemplo, he disfrutado leyendo durante los últimos años a grandísimas escritoras como Alice Munro, Margaret Atwood o Joyce Carol Oates, o he descubierto buenísimos libros de Samanta Schweblin, Cristina Rivera Garza, Clara Obligado, Mariana Enríquez, Mercedes Estramil o Virginie Despentes; y en cada una de esas oportunidades he sentido (y pensado) que lo que hago es leer literatura a secas y no “literatura femenina” o “literatura escrita por mujeres”, porque al final, lo que me importa (no sé a ustedes) es que escriban, y que escriban bien, independientemente de si lo hacen con falda o pantalón, independientemente de su condición “binaria” o “no binaria”.

El tiempo parece corregir a veces errores graves, y así como ahora se revaloriza el trabajo de escritoras de décadas o siglos anteriores, probablemente también ocurra que un día pueda observarse con objetividad, sin tanta bruma de por medio, el panorama de la literatura actual, para juzgar con mayor distancia la diferencia entre el ruido y las nueces, limpios ya los libros (y quienes los escriben) de tanto polvo y tanta paja.

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