Siempre

Don Napo y el teatro

Allá por 1959 Napoleón Sorto llegó en auxilio de la enseñanza de las matemáticas al Instituto Departamental de Occidente, donde finalmente dejó su gran huella, pero en el teatro

02.06.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- En 1959 tuve que trasladarme de Jesús de Otoro a La Esperanza para iniciar los estudios de secundaria en el Instituto Departamental de Occidente.

En ese año, el profesor Manuel Santos, director general de Educación Media, comenzó a ejecutar la reforma educativa.

La reforma introdujo muchas asignaturas para las cuales en La Esperanza no había maestros capacitados. Así que nos tocó a los estudiantes pioneros buscar a quienes se arriesgaran.

El gran problema eran las Matemáticas. Por esos días nos enteramos que un ingeniero había regresado a su pueblo: el ingeniero Dagoberto Napoleón Sorto. Fuimos a visitarlo para que nos ayudara con las Matemáticas. Él aceptó con gran entusiasmo.

Don Napo era muy serio, muy pocas veces le vimos sonreír o reír. Pero la clase era amena, él se preocupaba por explicarnos aquello que para la mayoría era un calvario de la manera más sencilla posible. Pero los ratos más amables que nos brindó don Napo fueron relacionados con el teatro. Él era un entusiasta de la escena y organizó con nosotros y con otros jóvenes maestros un grupo de teatro.

La primera obra fue “El amor en solfa”, un capricho literario escrito en verso por los hermanos Serafín (1871-1938) y Joaquín (1873-1944) Álvarez Quintero. Después la obra de Alejandro Casona (1903-1965), dramaturgo español: “La barca sin pescador”. Vino más tarde “Una noche de primavera sin sueño”, de Enrique Jardiel Poncela (1901-1952).

La última obra en la que participé fue Sic Vos non Vobis o “La última limosna”, de José Echegaray (1832-1916), un dramaturgo español que recibió el Premio Nobel.

Se trata de una comedia que entusiasmó mucho a los intibucanos de La Esperanza. Las representaciones teatrales habían logrado tal éxito que, luego de representar la obra de Echegaray, don Napo nos propuso la posibilidad de que hiciéramos una gira por algunas localidades vecinas a La Esperanza.

El primer lugar en donde hicimos una representación fuera de La Esperanza fue en Comayagua.

A mí me dieron la tarea de visitar un convento para solicitarles a los sacerdotes que nos permitieran el uso de su salón para realizar ahí la representación. Tras tocar la antigua puerta de madera con la aldaba, salió un monje con una sotana café y preguntó qué deseaba. Yo le dije que iba a pedirle nos permitiera el salón del convento para poder hacer una representación teatral; que éramos un grupo teatral del colegio de La Esperanza.

El monje, sin lugar a dudas, era sordo, porque volvió a preguntarme, con la voz más subida de volumen y con la mano puesta en una de sus orejas. Yo le contesté: Queremos representar una obra teatral en el auditorio de ustedes. La obra se llama Sic Vos non Vobis o “La última limosna”. El cura me contestó un poco enfadado: No, no, jovencito. Aquí recibimos limosna pero no damos nada. Y me tiró el portón. Afortunadamente, pudimos lograr que se nos prestara el auditorio del Centro de Salud.

En esa ocasión, don Napo se había tomado sus tragos, salió al escenario con caminar tambaleante y comenzó la función: -Ya te dije mi confesión.

Siempre me enteré de que la actividad teatral continuó constante en La Esperanza, que se hicieron varias giras triunfales, una a San Pedro Sula a la que asistí, hasta que el maestro Dagoberto Napoleón Sorto falleció y dejó ese invalorable legado de amor por el teatro por parte de los esperanzanos.

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