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Paul Cézanne: cuando el ojo piensa, el arte pacta con el mundo

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08.01.2021

A Jesús Evelio Inestroza, rigor y disciplina para ver la historia.

Tegucigalpa, Honduras
La figura de Paul Cézanne (1839-1906) siempre me ha parecido paradigmática: en él se revelan las profundas transformaciones de la pintura moderna. Hacia finales de los años setenta del siglo XIX se separa humana y artísticamente del círculo de los impresionistas y emprende su propio aprendizaje. Ya no concibe la pintura con las comas visuales y los vibrantes empastes que caracterizaron a ese movimiento. Las microestructuras de Cézanne, el tejido de su pincelada, las nuevas formas de materializar el color en planos que se encadenan entre sí, permiten que fluya en la superficie una energía proveniente de su ensamblado tectónico. Si los impresionistas dejaban huellas de luz sobre el lienzo, Cézanne dejaba ver placas de color; si el impresionismo proporcionaba una tenue atmósfera de luz, Cézanne construía formas sólidas, compactas. Hay en él una voluntad reflexiva frente al motivo (referente) que lo obligaba a retardar el ritmo en la aplicación del color. Su pincelada a veces suele ser más alargada, ensanchada y precisa, es decir, menos fugaz, ligera y puntual que la de Monet o Pizarro.

Su voluntad constructiva
He sugerido que Cézanne es ojo que piensa. Durante los años ochenta profundizó su distanciamiento de los pintores impresionistas, la atmósfera centellante ya no cabía en sus pinceles. En la medida en que los datos perceptibles pierden su provisionalidad transitoria y su permeabilidad a la luz, el cuadro, como ya se indicó anteriormente, adquiere una mayor consistencia tectónica, consolida su propio poder y llega al ojo del observador como una estructura compacta de colores. Estamos ante ensamblajes visuales tejidos por un color ordenado y modulado: los tonos adquieren musicalidad dentro de una sólida estructura, es como si todas las sensaciones captadas del encuentro con la naturaleza quedaran congeladas, en suspenso.

La tradición entrevió las relaciones de los pintores con la naturaleza como si fuera una suerte de continuo, de un ir y venir en estado natural, sin alteración alguna, como si se tratara de una especie de copresencia en la que el sujeto y la naturaleza no logran atisbar sus límites, reduciéndose todo a un simple estar “delante de ella o con ella”. Cezanne, en cambio, nos propone una lectura de los referentes naturales, inserta un acto reflexivo que deja en suspenso ese “continuo”, lo interrumpe y gracias a esa acción modela al referente con una mirada que trasciende la observación directa.

Hay en esas pinturas una autosuficiencia que nace del acto de pensar más que de imprimir. La obra de Cézanne es pintura pensada, elaborada bajo la arquitectura de una observación superior. Precisamente ese gesto puso al arte pictórico dentro de las coordenadas de la lógica y la racionalidad absoluta; Picasso, Braque y Mondrian se darían cuenta de ello más tarde.

Una de las grandes lecciones que Cézanne le ha dejado al arte moderno y contemporáneo es que la captación de la realidad no es inmediata, hay mediaciones perceptivas, construcciones cognoscitivas que conducen al conocimiento verdadero sobre las cosas y fenómenos.

“La montaña de Santa Victoria”, 1905”. Una trama estructurada en pequeñas plaquetas de color se impone en este paisaje: atisbos del impresionismo y, a su vez, el anhelo de un nuevo orden.

“La montaña de Santa Victoria”, 1905”. Una trama estructurada en pequeñas plaquetas de color se impone en este paisaje: atisbos del impresionismo y, a su vez, el anhelo de un nuevo orden.

Esa es la razón por la que en una carta dirigida a un amigo pintor expresó: “La lectura del modelo y su realización son a veces cosas que tardan en llegar”. El maestro está insinuando que la relación entre el modelo y el ojo del pintor no es mecánica y si no lo es, tampoco puede ser mimética.

Estaba consciente que no podía crear por fuera de la naturaleza (esa era su visión), pero advertía que el artista debía construir una “armonía paralela a la naturaleza”, en esto consistía la creación artística para Cézanne.

Esta concepción cezanniana acerca de que el conocimiento sobre el referente o motivo es, ante todo, una construcción, más tarde se reveló como una verdad científica en Jean Piaget y una brillante idea desarrollada por el teórico y revolucionario argentino Nahuel Moreno en su libro “Lógica marxista”. En ese nivel colocamos el método de Cézanne, allí reside su trascendencia porque es allí donde se configura el control absoluto de eso que él llamó “medios de expresión”, que no es otra cosa que el control sobre el lenguaje pictórico.

“Una armonía paralela a la naturaleza”
La expresión “armonía paralela a la naturaleza” como refiere en una de sus más lúcidas afirmaciones (carta a Joachim Gasquet, 1897), es un concepto y un método para construir la obra de arte. El modelo para Cézanne no era simplemente el motivo o referente sino las sensaciones experimentadas ante él, eso era lo que debía pintarse. En la estética del maestro, sin modelo no hay representación posible.

Cézanne no se conformaba con pintar lo que el ojo capta, en este sentido, María Elena Muñoz refiriéndose a su trabajo afirma que “de ningún modo, el pintor se limitaba quietamente a presenciar la muda extensión de las apariencias: el estudio penetrante del motivo y de las sensaciones que en su contacto se despiertan lo previnieron de aquello.

Como él mismo afirmara, el motivo/modelo no se escoge ni se registra solamente: precisa ser leído, requiere de una operación de desciframiento. Podría decirse que la lectura es la condición que posibilita la traducción del modelo al universo otro y pleno que es la tela”.

Leer el texto de la naturaleza implica una acción activa, no surge de un simple permanecer entre las cosas o como decía Husserl, de estar en una “actitud natural” o cotidiana. Cézanne al pintar desafiaba abiertamente esa actitud natural y pasiva; lo suyo era una operación intelectual guiada por una lógica constructiva implacable, de allí que sus obras sean tramas urdidas por el color y por una perspectiva muy subjetiva, muy personal que ya no sigue los dictados de la perspectiva euclidiana, su obra está construida sobre ángulos y profundidades complejas tal como lo muestra en su obra “Cesta de manzanas”.

Leer la naturaleza desde la perspectiva cezanniana significa concentración y oficio: lectura y ejecución. Cézanne interpretaba sus sensaciones, estas le otorgaban el poder de expresión a sus colores y formas, no pintaba el objeto sino lo que este le producía; convertía sus sensaciones en pintura, es así como iba trazando o concibiendo esa “armonía paralela a la naturaleza”.

Observaba con atención y sentía con libertad, discriminaba con una mirada feroz devorando cada milímetro del referente para traducirlo en pintura, en trama, en bloques compactos de color. La lectura es para Cézanne imprescindible, como sostiene Muñoz: “es lo que posibilita las condiciones de la representación, es decir, lo que hace posible que tenga lugar la articulación de sentido de lo que sus ojos han visto”.

El maestro de Aix no se propuso registrar las cosas tal como aparecen en el mundo real, sino establecer sus equivalentes formales, por esta razón, algunos teóricos pretenden vincular su pintura con el simbolismo, no creo que así sea, más bien considero que es el fundador de un nuevo realismo organizado a partir de una percepción estructurada e inteligente. Lo de Cézanne es una victoria de la percepción sobre las cosas como lo fue la perspectiva sobre el espacio en el Renacimiento.

A 115 años de su muerte, su pintura nos sigue enseñando que el arte es otra forma de ver el mundo y que los pájaros pueden volar al revés del viento.

“La montaña de santa Victoria”, 1885-87. Otro ángulo, impresionante forma de cortar la amplitud del paisaje para concentrar la mirada, eso justifica el tronco vertical que divide el cuadro.

“La montaña de santa Victoria”, 1885-87. Otro ángulo, impresionante forma de cortar la amplitud del paisaje para concentrar la mirada, eso justifica el tronco vertical que divide el cuadro.

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