Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: Ante todo, no hagas daño

Muchas veces, buscando hacer el bien, la Justicia es mayor el daño que hace

01.06.2019

(Segunda parte)

Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres y algunos detalles a petición de las fuentes y algunos de los involucrados

A José lo acusan de haber violado a su hija de nueve años. La propia niña lo acusa con declaraciones lapidarias. El hombre asegura que es inocente, pero todo lo acusa, desde la víctima hasta Medicina Forense, donde un médico examinó a la niña y comprobó el daño. El fiscal pedirá quince años de prisión; el hombre no tiene salvación porque hasta el doctor Denis Castro, que forma parte de su defensa, dice que con esas pruebas nada, o casi nada se puede hacer a su favor… Tal vez reducir la pena a diez o doce años, pero la fiscalía no estará de acuerdo, José debe prepararse para pasar trece años más en la cárcel…

VEA: Ante todo, no hagas daño (Primera parte)

José

Había envejecido, estaba demacrado y había una permanente tristeza en su mirada. Aunque seguía siendo joven, su alma se había marchitado tras las rejas y parecía que ni siquiera alentaba en él una esperanza.

“Yo no la violé –les decía a sus abogados–; cómo es posible que digan eso”.

El hombre que dirigía su defensa suspiró, lo miró directamente y, poniendo una mano en su hombro, le dijo, por enésima vez:

“Vamos a juicio y con lo que tiene la fiscalía, lo más seguro es que lo condenen… Las declaraciones de la niña son definitivas y los jueces no se van a conmover cuando ella repita que usted la violaba y, etcétera, etcétera…”

“Pero si yo jamás le hice eso”.

“Ella lo declaró y para el juez será suficiente con su testimonio… Además, está el dictamen de Medicina Forense en el que el médico dice que la niña tiene rotura de himen… Esto, unido a las declaraciones de Sara, su esposa, que asegura que usted le decía que le gustaban más las niñas que las mujeres mayores, pues, es como si le pusieran una losa encima…”

“Pero… ¿es que ustedes no creen en mí?”

“Yo soy su abogado y quiero creer en usted, don José, pero con las pruebas que tenemos en contra, lo mejor es que le hable claro… No vamos a ganar…”

“Entonces… me van a condenar”.

“A una pena de entre diez y quince años”.

José se estremeció y el terror se pintó en sus ojos.

“Pero… ¿cómo van a condenar a un inocente?”

Su pregunta exasperó al abogado.

“¡Soy inocente, abogado! –exclamó José, en el colmo de la desesperación–. ¡Créame que soy inocente! Jamás he tocado a mi hija”.

El abogado no dijo nada. Se limitó a guardar en un maletín varios documentos.

“Yo quería negociar con el fiscal –musitó–; que al menos le dieran solo diez años; menos dos que ya cumplió, más su buena conducta, saldría en tres más…”

José estuvo a punto de desmayarse.

“Pero, usted me dijo que me ayudaría…, que buscaría a alguien que le ayudara para plantear mejor mi defensa…”

“Y ya lo hice –respondió el abogado–; hablé con el doctor Denis Castro y él está estudiando el caso antes de darme una respuesta…”

“Entonces, ¿por qué no espera a ver qué le dice el doctor Castro antes de se ponga a negociar con el fiscal?”

“Porque estoy seguro de que el doctor llegará a mi misma conclusión. Las declaraciones de la niña y el dictamen de Medicina Forense son insuperables…”

“Pero, y si el doctor Castro plantea mejor la defensa…”

“No veo por donde”.

“Entonces, ni siquiera mi propio abogado me da una esperanza”.

“Mi deber es para con usted; debo defenderlo a toda costa y sea como sea, pero lo que tenemos en contra es como una aplanadora…”

José bajó la mirada. Ya no estaba angustiado; ya no había desesperación en él. Había caído sobre su espíritu una resignación repentina y parecía a punto de rendirse.

“Soy inocente” –murmuró.

El abogado suspiró.

De pronto, José levantó la cabeza. Brillaban sus ojos y de su garganta reseca salieron estas palabras como una tromba, envueltas en una débil esperanza:

“¡Dígale al doctor Castro que encuentre la forma de demostrar mi inocencia, y que no se preocupe por sus honorarios… ¡Le pagaré el doble, el triple, si es necesario! ¡Cinco o diez veces más, pero que demuestre mi inocencia, por favor!”

El abogado se puso de pie.

“Hablaré con él –dijo–, pero le aseguro que no es cuestión de dinero”.

Lo miró por un momento, tratando de sonreír, y se despidió algo decepcionado.

El doctor

Eran las dos de la madrugada cuando Denis Castro, doctor en Medicina, Forense y Abogado, tomó su teléfono y marcó un número. Esperó a que le contestaran.

“Hay algunas cosas que me parecen ilógicas en este caso” –dijo, después del saludo.

“¿Cómo cuáles, doctor?”

“Primero, las declaraciones de la víctima…”

“¿A qué se refiere? En mi opinión, están claras… Dice que el papá la violó…”

“No; en ninguna parte dice la niña que el papá la violó. Dice que la tocó en sus partes, y repite “entre las piernas”, y que la ponía a hacer cochinadas. Y dice que eso empezó desde que su mamá se fue para Estados Unidos, o sea, hace cuatro años porque, tengo entendido que la mamá viajó a Miami hace exactamente cuatro años y tres meses, o sea, cuando la niña tenía cinco años. Pero la denuncia contra el señor se hizo hace dos años y tres meses, que es el tiempo que ha estado en la cárcel, cuando la niña tenía siete años, y la madre, dos años de estar en Estados Unidos”.

“Así es, doctor. Los hechos se dieron hace cuatro años, y se repitieron por dos años, más o menos, hasta que la esposa vino de Miami a denunciar a su esposo diciendo que la niña le confesó que su papá le hacía cochinadas”.

“Bien, sin embargo, hay algunos detalles en las declaraciones de la madre que no alcanzo a entender. Está furiosa, lo que es normal, ya que es madre, pero muestra un odio visceral, tanto, que pareciera que quiere ver hundido al esposo de por vida. Y, según sabemos, por su propia boca, ella vive bien en Miami, se casará de nuevo, su novio es empresario y es unos quince años mayor que ella… Además, ha viajado con frecuencia a Honduras para dar seguimiento al caso y ha tratado de llevarse a la niña, pero no le dieron visa para la niña, por lo que tiene que esperar… Ahora, con la patria potestad en sus manos, podrá hacer todo lo que desea… Patria potestad que había perdido cuando el esposo la acusó de abandono de hogar y otras cosas, quedándose sin poder sobre su hija…”

“Sí, doctor”.

“Ahora, bien. La niña asegura que su papá le hizo cochinadas. ¿Qué entiende esta menor por cochinadas? ¿De dónde le vino a ella el concepto de esa palabra? Y, ¿por qué en sus declaraciones en la Cámara de Gessel, hace dos años, no dio más detalles como suelen darlos las víctimas de este tipo de abusos, y, sobre todo, cuando son menores? ¿Por qué, si la psicóloga dice que es una niña sana mentalmente y con gran capacidad de conversación?”

“Tal vez está bloqueando en su mente esas experiencias horribles”.

“¿Por qué dice la entrevistadora que la niña se mostraba nerviosa e indecisa?”

“Hay que tomar en cuenta que recordar lo que sufrió es traumático…”

“Eso lo entiendo, pero en una niña tan inteligente, según la psicóloga, debe primar el deseo de que se castigue al que le hizo daño, sin embargo, ella no dice nada más, y no mira a la entrevistadora cuando habla. Se limita a repetir lo mismo, a decir lo mismo y en el mismo orden…”

El abogado no respondió.

“Pero tenemos el dictamen forense” –dijo, después de un breve silencio.

“Lo sé, y eso es lo que me confunde… El daño existe, el abuso se dio por dos años, se repitió muchas veces, y debió dejar una huella terrible en la víctima, por lo cual, sabiendo que se ha librado ya de su agresor, ella debería sentir el deseo de que se le castigue con todo el peso de la ley, y, si no recuerda mal usted, ella dice que quiere mucho a su papá. Está en sus declaraciones”.

El abogado tosió.

“Y si ella dice que quiere mucho a su papá, no muestra odio, rencor o cualquier otro sentimiento negativo producto del daño recibido…”

“Entiendo, doctor, y todo eso lo he leído…”

“¿Lo ha leído o lo ha analizado?”

“Lo he leído, doctor… y me parece lógico que una niña quiera a su padre…”

“¿Después de haber sido abusada por él durante dos largos años? ¿Está seguro, abogado?”

El abogado dudó.

“¿Amará la víctima a quien le ha destruido la vida?”

El otro no respondió.

“Además, tenemos el odio de la esposa. Es algo natural, por supuesto, pero hay en ella algo que me hace dudar mucho…”

“¿Dudar?”

“Tal vez no es esa la palabra… Es algo que me hace sospechar de ella…”

“¿Sospechar?”

“Eso dije”.

El abogado suspiró. Se le había ido el sueño.

“Doctor –dijo–, yo he planteado mi defensa tratando de que la pena sea mínima…”

“Usted sabe lo que hace, abogado, pero sería bueno que estudie bien el caso…”

“¿A qué se refiere?”

“¿Cree usted en la inocencia de su cliente?”

El abogado guardó silencio una vez más.

“¿Cree que es culpable?” –preguntó el doctor.

“Todo lo acusa”.

“Bien… ¿No se ha puesto a pensar en que alguien está mintiendo en todo esto?”

“¿Mintiendo, doctor?”

“Eso dije”.

“Pero, ¿cómo podría ser eso?”

“La niña repite lo mismo; nada agrega, como si se hubiera aprendido de memoria una lección. La madre muestra odio visceral, seguramente para que no se le dañe su matrimonio en Miami, y su asegurado nuevo futuro… Ha tratado de llevarse a la niña, pero no ha podido…”

El abogado suspiró.

“Bien, doctor… Supongamos que tiene usted razón. Pero, ¿y el dictamen del forense?”

“A eso iba… Solicite, por parte de la defensa, una nueva evaluación de la menor… con participación privada…”

“¿Qué la examinen de nuevo?”

“Sí; está en su derecho”.

“El fiscal se va a oponer”.

“¿Y a usted qué le importa que se oponga el fiscal? Solicítela al juez… Y pídale que sea lo más rápido posible y lo más secreto posible…”

La madre

Cuando le dijeron a la madre que llevarían a su hija a Medicina Forense, para un nuevo examen, esta puso el grito en el cielo.

“¡Eso no lo voy a permitir!” –gritó.

“¿Por qué no, señora?”

“Porque ya es suficiente la vergüenza por la que ha pasado mi hija y no voy a dejar que le vuelvan a ver sus partes íntimas… ¡Es solo una niña!”

“Tenemos la orden de un juez, señora”.

La mujer se calmó.

“¿Cuándo le van a hacer el examen?”

“Ahorita mismo. La llevaremos a Medicina Forense. Usted puede venir con nosotros”.

“Que vayan mi mamá y mi hermana. Yo no quiero volver a pasar por esto”.

Juzgado

El juez se acomodó en su silla. Accedió a ver aquel documento a regañadientes y empezó a leer:

“Dictamen.

En la ciudad de tal y tal, departamento de tal, a los tantos días de dos mil y tantos, en el consultorio tal del hospital, el suscrito perito de gineco-obstetricia, doctor Mengano, con número de identidad tal, residente en esta ciudad y con número de colegiación tal y tal, quien fue juramentado en legal y debida forma por el juzgado de letras de lo penal de la ciudad tal del departamento de Tal por la jueza Fulana para examinar a la menor, Sutanita, se emite el siguiente dictamen:

Nombre de la evaluada: Niña tal y tal.

Edad: Nueve años.

Fue evaluada en compañía de la señora, tía de la paciente con número de identidad…, y de la señora, abuela de la paciente y con número de identidad… y de la abogada…, representante de la fiscalía de la niñez, quienes estuvieron presentes en todo momento de la evaluación. La descripción es la que sigue a continuación:

Área extragenital sin alteraciones.

Área paragenital sin alteraciones. Área genital: con presencia de vello púbico, distribución ginecoide, labios mayores normales, labios menores hiperémicos (normales). Introito vaginal normal con la presencia de himen único bilabiado íntegro con leve deformación natural a las 9 del reloj no siendo ni escotadura ni ruptura traumática. No se logra evaluar la vagina porque está presente la membrana himeneal ya descrita.

Región perineal y perianal sin alteraciones ni lesiones, esfínter…

Para los fines que estime conveniente se firma y sella la presente en la ciudad tal y tal el día tal del mes tal de dos mil y tal…

Doctor…”

Nota final

El doctor Castro sonrió, y había algo de triunfal en su sonrisa. Estaba satisfecho.

“Se hizo justicia, doctor”.

“Como debía de ser”.

“Pero, ¿cómo supo usted que alguien estaba mintiendo en este caso?”

La sonrisa del doctor se amplió.

“La niña declaró que la mamá la obligó a decir que su papá la había violado para que le quitaran la patria potestad al señor y así poder llevársela sin problemas para Estados Unidos”.

“Maldad pura, ¿verdad?”

“Pero, el primer dictamen forense…”

“Puede que haya sido falso…”

“O… el forense…”

“No sé, ni me interesa… Eso averígüelo usted”.

Se puso de pie el doctor Castro, alta la frente y brillante la mirada, y su sonrisa de satisfacción seguía iluminando su rostro.

“Ante todo –dijo, a manera de despedida–, no hagas daño…”

Suspiró.

“Este caso es para Carmilla Wyler –concluyó–. A los lectores de EL HERALDO les va a encantar”.

Hizo otra pausa.

“Se hizo justicia una vez más” –exclamó, despidiéndose.

Y así era. José perdió dos años de su vida en la cárcel, pero, al final, gracias a la ayuda de Denis Castro se había hecho justicia.

La niña crece con su padre, que la ama sin condiciones. Sara escapó a Estados Unidos… a empezar de nuevo porque su novio le tuvo miedo.