Siempre

Las virtudes de Mario Gallardo

Hoy reseñamos “Las virtudes de Onán”, un libro de relatos escrito con erudición y amor por la literatura

02.12.2018

Sexo, drogas y rock. Una receta ganadora, pero a Mario Gallardo, autor de “Las virtudes de Onán” (Secretaría de Cultura, 2007), se le olvidaron otros ingredientes para redondear un libro de cuentos modestamente entretenido y provocativo. Olvidó crear personajes interesantes, narrar con claridad y coherencia, y terminar sus cuentos o al menos no dejar tanto cabo suelto.

Contrapunto y confusión
“Y tu mamá también”, primera pieza del libro, es el contrapunto de dos anécdotas: un joven voyerista espía a su sirvienta bañándose y después espía a su mamá teniendo sexo con un obrero.

El cuento muestra los defectos y virtudes del autor. Está, en general, bien redactado, pero incluye raros deslices. El confuso primer párrafo da información que no lleva a ninguna parte. Imposible saber de qué “afrenta” habla, salvo que el lector escriba la secuela del relato. Gallardo distingue las anécdotas mediante la tipografía y el punto de vista, pero confunde los tiempos verbales (p. 10).

En vez de usar detalles para redondear personajes, se desperdicia describiendo su afición a las prendas sexis (pp. 8, 9). “Para verdades, el tiempo” narra un triángulo amoroso que acaba en un asesinato tan inaudito como el priapismo de uno de los narradores y la escena sexual (p. 20) que casi convierten el relato en un mal chiste.

Se justifican los recursos tipográficos (itálicas, corchetes) para distinguir las voces narrativas porque todas se expresan con el mismo lenguaje rebuscado.

Foto: El Heraldo


La astucia del narrador
'Noche de samba bárbara” combina sexo, drogas y Bolaño para contar las andanzas en Honduras de un personaje de la novela “Los detectives salvajes”. Gallardo olvida aquí la pirotecnia y “se arriesga” con una estructura tradicional.

El resultado es el mejor relato del libro: con astucia, observación y talento, Gallardo hace que piezas como los cuervos del cuadro de Friedrich (p. 39) encajen con el “pájaro insólito” de la página 48. Pero nada es perfecto: las referencias constantes a 2666 de Bolaño son irritantes y gratuitas, y el uso de tiempos verbales es caótico, como en la página 41, donde pasa injustificadamente del presente al pasado.

Gallardo olvida la coma en las oraciones vocativas -“adiós amigo” (p. 32), “no te rindas Heimito” (p. 33)- y cae en el leísmo (pp. 32, 33, 39) y en frases trilladas: “diosa tropical” y “sensual combinación” (p. 41). El sexo (homosexual) y las drogas sobresalen en el cuento que da título al libro, pero también la confusión y los cabos sueltos.

Gallardo usa el antiguo relevo de voces narrativas de “Los cachorros” de Llosa, pero prefiere el caos en vez de la precisión del peruano. No sabemos quién narra qué ni si debemos culpar al escritor de descuido porque el narrador en primera persona muere al final del relato.

Descuidado es también el contrapunto de situaciones que no son aportes narrativos, como las secciones sobre la virginidad de Ixkik/Thamar (p. 53), las enemistades (pp. 61-62) y la “pared de los recortes” (p. 60).

El último cuento (“El discreto encanto de la H”), si se puede llamar así, es el menos afortunado. En un ejercicio de erudición desenfocada, Gallardo achaca a varios autores algunas menciones sobre Honduras. Para curarse en salud, señala que es una nota “incompleta y pedantísima”.

Desafortunado cierre para un libro en que la provocación parece más importante que el relato.