Crímenes

Selección de Grandes Crímenes parte II: Diez largos años

El detective se acercó a la mesa, se agachó para ver mejor el suelo húmedo y dijo: -“Aquí hubo una pelea, alguien se refugió debajo de la mesa, tal vez Juancho'
20.10.2018

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

(Segunda parte)

Resumen. A “Juancho” lo mataron a balazos en su propia casa. Edgardo Galdámez, detective de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC), se hizo cargo del caso. En la escena del crimen había indicios para hacer una hipótesis que lo llevara al asesino: una paila de masa, huellas revuelvas en lodo debajo de una mesa, una tinaja quebrada, sillas tiradas, un machete filoso cerca del muerto… y los testimonios negativos de los vecinos… ¿Qué había pasado en aquella casa sencilla y solitaria? ¿Quién había matado a “Juancho” y por qué? Galdámez estaba obligado a resolver el crimen.

María
“¿Dónde está la esposa de este señor?”

Galdámez hizo esa pregunta varias veces.

¿Por qué el cuerpo estaba solo?

El detective se acercó a la mesa, se agachó para ver mejor el suelo húmedo y dijo:

“Aquí hubo una pelea, alguien se refugió debajo de la mesa, tal vez Juancho quiso sacarlo de aquí bajo amenazas o atacándolo, y esta persona se defendió revolviéndose en el lodo…”

Las marcas en el lodo eran claras. Alguien se había arrastrado allí varias veces.

“Las sillas tiradas, la tinaja quebrada –añadió Galdámez–; esto es señal de lucha violenta”.

Hizo una pausa, se puso de pie y luego dijo, hablando consigo mismo:

“La persona que se escondía o se protegía debajo de la mesa es la asesina…”

“¿Estás seguro?” –le preguntó uno de sus compañeros.

“La paila de masa está cerca de la puerta –contestó el detective– y la tiraron al suelo del susto que se llevó quien la traía al ver el cadáver en el suelo y a la persona que disparó con la pistola todavía en las manos…”

“Entonces, no es la esposa María la asesina”.

“No lo es, si es ella la que fue a moler el maíz al molino…”

“Eso lo podemos averiguar ahorita mismo”.

El muchacho que atendía el molino estaba entre los curiosos.

“La seño llegó al molino antes de las cinco –dijo– y no se esperó mucho porque solo tenía una clienta antes que ella…”.

Cálculos
“¿Cuánto tiempo se tarda una persona en ir desde aquí al molino, o, mejor dicho, en volver del molino hasta aquí?”

El molinero se quedó pensando unos segundos.

“Tal vez diez minutos – respondió– , si la paila de masa no pesa mucho”.

“Bien –dijo Galdámez, y reflexionó en voz alta: –La llamada entró a la central de la DNIC a las seis y doce minutos. El que llamó ya había visto al muerto… Pero escuchó los disparos, vino a ver qué era lo que pasaba y se encontró con el cuerpo… Tal vez llamó en ese momento… Pero el muerto estaba solo y la paila de maíz estaba tirada allí, lo que significa que quien traía la paila estaba cerca de la casa cuando se dieron los disparos… Y el molinero dice que María fue la que llegó con el maíz… Por lo tanto, el asesino es otra persona…”

“¿Quién puede ser?”

Galdámez volvió a la mesa.

“Esta mesa no es muy grande que digamos –agregó– y la persona que se revolvió en el lodo no debe ser muy alta ni fornida…”.

Arma
“¿De qué trabajaba don Juan?” –le preguntó el detective a uno de los vecinos.

“A veces trabajaba la tierra y otras veces era mozo…”

“¿Sabe usted si tenía alguna pistola, algún revólver…? Si tenía arma de fuego, quiero decir”.

“Eso no sé… Pero por estos lados, siempre hay de esas cosas… Usted me entiende”.

Galdámez guardó silencio.

“No hay casquillos de bala en la escena –le dijo a uno de sus compañeros–, lo que quiere decir que lo mataron con revólver… Porque no creo que después del crimen, el asesino se tomara el tiempo de recoger los casquillos”.

“Estoy de acuerdo” –le dijo su compañero.

“Bueno –dijo Galdámez–, ya vino la ‘muertera’ de Medicina Forense… Y nosotros no tenemos nada que hacer aquí…”

“¿Tenés claro los indicios?”

“Sí”.

“A ver” –le dijo el fiscal.

Hipótesis
Galdámez se tomó unos segundos para ordenar sus ideas.

“A este hombre lo mató alguien desesperado –empezó diciendo–, alguien a que él atacaba con el machete, o lo amenazaba…”

“Ajá”.

“Creo que estaban solos, o la niña estaba con ellos, y que el pleito empezó por algo y fue violento. Don Juan se fue encima de alguien, tal vez lo golpeó, este se escondió debajo de la mesa y, desde allí, le disparó hasta vaciar la pistola… En ese momento entró a la casa María la que, al ver lo que había pasado, tiró la paila, agarró a sus hijos y se fue con ellos…”

“Bueno, hasta allí todo va bien, pero ¿quién suponés que es el asesino?”

Galdámez sonrió.

Dice el fiscal que en ese momento entendió que había resuelto el caso.

“Vamos a esperar un momento” –le dijo el detective–.

“¿Para qué?”

“María tiene que venir…”

“No te entiendo”.

“Es raro que no entendás cómo están las cosas en este caso… Están más que claras”.

El fiscal siguió sin entender.

Búsqueda
El problema fue que Galdámez era mal profeta. María no regresó a su casa como él había dicho.

“Entonces –le dijo el fiscal–, vamos a buscarla a la casa de la tía… Tal vez está allí y, de paso, quizá podemos hablar con los niños… Ellos saben lo que pasó aquí”.

La casa de la tía de María estaba lejos, en el camino real que llevaba a la montaña, y los detectives tardaron media hora en llegar.

Era una casa de bahareque, con techo de teja, corredor amplio y alto, y que estaba levantada en un terreno amplio, con árboles y después de un cerco de piedra.

“Policía –dijo Galdámez, entrando al patio a pesar de las amenazas de los perros–, buscamos a su sobrina María, señora”.

La mujer que había salido al corredor era de baja estatura, rolliza y de unos sesenta años.

“¿Para qué la quieren?” –preguntó con voz ronca.

“Queremos hablar con ella… Imagino que usted ya sabe que mataron al marido de su sobrina…”

“Ni me importa, señor…” –respondió la mujer.

“Bueno –le dijo Galdámez–, le importe o no, deseamos hablar con María…”

“Pero, ¿para qué?”

“Solo queremos saber por qué al ver a su esposo muerto no se quedó con él y llamó a la Policía”.

“Eso será cosa de ella”.

“¿Está aquí?”

Iba la mujer a responder cuando de la sala salió una mujer baja y delgada, vestida pobremente, con el pelo largo recogido en una cola de caballo, viendo a los detectives con miedo y angustia. Llevaba algo en una mano. Era un revólver de pavón negro.

“Yo lo maté –dijo, tirando el arma a los pies de Galdámez–; yo lo maté porque me quería machetear”.

“¿Está segura de lo que me está diciendo, señora?” –le preguntó el detective.

“Estoy segura, señor… Fue así como se lo digo…”

“Bien –dijo Galdámez–; solo voy a hacerle unas preguntas”.

“Diga”.

“¿Dónde están sus hijos?”

“Lejos. Eso no es cosa suya”.

“Perdone… Ahora, dígame… Le disparó a su esposo desde debajo de la mesa, ¿verdad?”

“Sí, así fue, señor… Me estaba cuqueando con el machete para matarme y yo me metí debajo de la mesa, y desde allí lo maté”.

“Ajá… Y si todo fue así como usted me dice, ¿por qué no tiene lodo en su vestido? Porque debajo de la mesa hay lodo, y hay huellas de que alguien se revolvió en el lodo, que se hizo con la tierra del piso y el agua que había en la tinaja…”

María no supo qué decir.

“Es que ya me cambié la ropa” –respondió, poco después.

Galdámez la miró directamente a sus ojos asustados.

“Y, ¿puede enseñarme el vestido que andaba puesto cuando le disparó a su marido?”

María tartamudeó.

“Es que ya lo lavé” –dijo.

“Bueno, enséñeme el vestido lavado, pues…”

“Mire, señor policía –dijo la mujer, levantando la voz y tomando valor de repente–, lo que usted quiere es saber quién fue que mató a Juancho, pues, ya lo sabe: lo maté yo… ¿Para qué quiere hurgar más? Aquí estoy… Lléveme presa y ya…”.

Conclusiones
En las conclusiones del caso, Galdámez escribió, al final del expediente:

“El vestido de María nunca apareció, o sea, el vestido lodoso, y no apareció porque no fue ella quien estuvo debajo de la mesa. Ella venía llegando a la casa cuando se dieron los disparos, por lo tanto, no fue ella quien mató a su marido”.

Entonces, ¿quién fue el asesino?

A María la condenaron a quince años de cárcel. Pasó en ella diez, diez largos, penosos y solitarios años.

Ha envejecido, se ve triste y habla poco. No quiso hablar con nosotros. Lo único que dijo fue:

“Deje que los muertos descansen en paz… Yo ya pagué”.

Su hijo le ha dado cuatro nietos. Su niña vive en España. Su nuera la quiere mucho.

“Pasó diez años presa –dice la muchacha–, y habla poco de eso… Y sigue diciendo que fue ella la que mató al esposo… Nadie la saca de allí”.

El hijo, un hombre alto, de rostro agradable pero de pocas palabras, se negó a hablar con nosotros.

“Lo que los policías escribieron en esos papeles –me dijo, refiriéndose al expediente del caso–, pues, esa es la verdad… Escriba de lo que dice allí…”

En el corredor del frente de la casa, sentada en una silla de madera, María sigue haciéndoles trenzas a sus nietas…

¿Podría decir usted, amable lector, quién mató a Juancho?