Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El misterio en la botella

En realidad, el ser humano es capaz de lo peor; de eso no cabe duda
19.06.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Luisito. Tenía siete años, ya casi cumplidos, cuando murió. Era un niño hiperactivo, inteligente, bondadoso y obediente. Y era el único hijo de Luisa y de su esposo Marvin.

Por desgracia, Luisa no pudo tener más hijos. Después de traer a Luisito al mundo, se le desarrolló un mal en el útero, que terminó convirtiéndose en cáncer.

Pero, detectado a tiempo, los médicos le salvaron la vida a Luisa, y ella se dedicó a su esposo y a su hijo. Vivían en la casa de sus suegros. Eran dos ancianos que habían trabajado desde pequeños, y así habían hecho fortuna. Sin embargo, seguían siendo sencillos y dadivosos, como fueron siempre.

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Pero, un día de esos que han de llegar porque han de llegar, la suegra de Luisa murió. La encontraron dormida para siempre en su cama. No se levantó, como todos los días, a hacerle el desayuno a su esposo, y este la esperó en vano en el corredor de su casa, en la vieja butaca que había construido con sus propias manos.

Cuando mando a llamarla, estaba helada, dormida, con una sonrisa en el rostro. Se había ido para siempre. Todos en la aldea, y en las aldeas vecinas, con sus caseríos, acudieron a la vela, y la acompañaron al cementerio.

Era una mujer muy querida.Y así, el tiempo pasó. Luisito crecía, ya iba a la escuela, y era un excelente alumno en el segundo grado. Hasta que le llegó la hora a su abuelo; esto es, la última hora.Venía de ver la milpa y de pescar tilapia en una de sus lagunas, y, después de darle los pescados a su nuera, se sintió mal.

Le dolía el brazo izquierdo, el dolor le llegaba al pecho, por oleadas intermitentes, y se sintió cansado. Luisa le ayudó a sentarse en el corredor, en su butaca favorita, y mandó a llamar a la enfermera del centro de salud. Esta no tardó en llegar. Pero, por más que se dio prisa, llegó tarde.

Don Tencho había muerto. Su corazón se detuvo después de latir dos mil ochocientos millones de veces en sus largos ochenta años de vida, tomando en cuenta que el corazón late en promedio setenta veces por minuto, cien mil veces al día y treinta y cinco millones de veces al año.A su velorio llegó gente de todas partes. Si su esposa era querida, él lo era todavía más. Don Tencho era, para definirlo en una sola frase, un hombre bueno.

LA VELA

La casa se llenó en poco tiempo. Se mataron vacas y cerdos, gallinas y patos, se horneó pan y se hicieron galones tras galones de café; se compraron naipes, Yuscarán, Casita Roja y Macho fuerte, según el gusto de cada quien.

Las rezadoras, vestidas de negro, con cara triste, empezaron a elevar sus plegarias a Dios, y en la casa había tantas flores, como tal vez solo hubo en el jardín del Edén. Pero había un problema.

¿Quién iba a preparar a don Tencho? “Yo -dijo la enfermera-: también puedo hacer eso”.Y así fue.Marvin en persona fue a Talanga, para comprar formalina, jeringas, algodón, gasas y otras cosas, y Sully, la enfermera, se quedó sola con el cuerpo.

El problema era que, entre los adultos que vinieron al velorio, habían también muchos niños, y un grupito de estos andaba de arriba abajo jugando, corriendo, gritando, escondiéndose, congelándose y, en fin, divirtiéndose, como si no comprendieran que la vida tiene final, y que el final de la vida debe ser respetado.

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Así que Sully llamó a Marvin y le dijo: “Controlá a esos güirros que me ponen nerviosa; y el más hurgandillo de todos ese ese hijo tuyo”.

“Está bueno, pues -le dijo Marvin, en cuyo rostro se notaba el dolor que le causaba la muerte de su padre-; voy a controlar a esos cipotes... Pero no hablés así de él, que si te oye mi mujer se me va a armar la buena...”.“¿Tu mujer? ¡Ay sí! Gran mujer la que tenés, que ni siquiera pudo darte más hijos... Pero como así son los hombres; siempre escogen la peor basura...”.

SULLY

Era bonita; muy bonita. Alta, hermosa, de caderas amplias, busto generoso y firme, cuello largo, cara de facciones delicadas, nariz respingona, ojos grandes, de color café claro, enmarcados bajo dos cejas bien delineadas; boca carnosa, con un chocoyo moto en la mejilla izquierda, y dientes blancos y parejos.

Trabajaba en el centro de salud desde hacía cinco años. Vivía en la aldea, con sus padres, y seguía sola, después de haber fracasado en la mañana y al mediodía, esto es, después de que sus dos primeros maridos la dejaron vestida y alborotada.

“Supimos que tuvo una relación con Marvin, el papá del niño muerto -me dijo el detective que lleva el caso-; se conocían desde niños, pero ella se fue a Tegucigalpa, a estudiar el bachillerato, y después se hizo enfermera en la escuela de enfermería que tiene el doctor George Frazer, en el Hospital San Jorge, en Comayagüela.

De allí, se fue a San Pedro Sula, donde conoció a un ingeniero que la dejó plantada a una semana de la boda civil; un año después, se hizo novia del dueño de una tienda de ropa usada, que le ofreció matrimonio, pero resultó que estaba casado y solo quería aprovecharse de la enfermera, que era mucho más bonita de lo que es hoy.

Y, con estas dos cruces encima, decidió regresar a su aldea. Un diputado le consiguió el trabajo en el centro de salud, y allí ha estado por varios años. Pero se dice de ella que es una mujer amargada, y más, porque sigue sola a los treinta y siete años, sin hijos y con pocas esperanzas de encontrar un buen marido... Y esto que se han dicho cosas, como que tiene, o tuvo, una relación con Marvin...”.

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El detective guardó silencio, se quedó pensando unos segundos, y les dio vuelta a varias páginas del expediente. Al final, dijo: “Por eso, y por las palabras que le dijo a Marvin cuando estaba preparando el cadáver de don Tencho, es que la tenemos a ella como principal sospechosa de la muerte del niño... aunque todo indica que fue un accidente... y aunque tenemos un testigo que dice que vio a Sully con el niño en el garaje” .“Y ella, ¿qué dice?” “Pues que después de preparar el cuerpo, y llamar a la nuera y a otras mujeres para que lo vistieran, fue al garaje a dejar las botellas de formalina que sobraron, y que no se fijó si había niños allí, o si Luis, el niño muerto, estaba en el garaje...”

“¿Tenía motivos ella para desear la muerte del niño?” “No sé; lo que sí sabemos es que le habló a Marvin en términos duros cuando los niños corrían por todas partes, en el velorio, y eso nos hace sospechar; aunque no tenemos nada en concreto para darle a la fiscalía”.

Hizo el detective una pausa, y agregó, mostrándome una fotografía de la enfermera: “Tampoco estamos seguros de que haya entre ellos una relación íntima, o que la hayan tenido; recuerde, Carmilla, que se conocen desde niños, y que ha existido amistad entre ellos, por lo que es posible que se hablen entre sí con mucha confianza”.

EL NIÑO

A eso de las once de la noche, y después de tanto correr y gritar, los niños que estaban en el velorio de don Tencho se calmaron, y muchos se durmieron.

Aquella era una casa grande, inmensa, y se habían dispuesto camas y colchones para que el que quisiera descansar, lo hiciera cómodamente. Luisa, que tenía rojos los ojos y el rostro triste, porque su suegro la quiso mucho, decidió descansar un rato, y se fue a su cuarto, donde, seguramente, ya estaría durmiendo su hijo. Pero el cuarto estaba vacío. Fue a buscar a Luisito, y no lo encontró.

Empezaron a buscarlo por todas partes, y nada, hasta que, a eso de las doce, lo hallaron tendido boca abajo detrás de unos costales de fertilizante, en el fondo del garaje.

Tenía el rostro morado, y estaba sobre un charco de vómito espeso y sanguinolento. Luisa se lanzó sobre él, lo llamó por su nombre mil veces, pero el niño no respondió. Estaba muerto.

A su lado, esto es, cerca de su mano derecha, estaba una botella de vidrio medio vacía. En su interior había formalina.“¿Qué hiciste, hijo?, decía la madre, desesperada, apretando al niño contra su pecho. ¿Qué fue lo que tomaste? ”Llegó la Policía, y llevaron el cuerpecito a la morgue, en Tegucigalpa. El forense encontró un charco de formalina en su estómago. “El niño tomó la formalina creyendo que era algún refresco -dice el detective-; y la enfermera asegura que ella fue a dejarlo en el lugar más alejado posible, para evitar algún accidente. Y uno de los niños dice que vio a Sully con el niño en el garaje, aunque no explica cómo estaban, o qué estaban haciendo, o si estaban hablando, o si estaban juntos a propósito. Solamente dice que la vio a ella y a Luisito”.

“¿Es posible que ella le haya dado a beber la formalina al niño?”El policía, que es de los buenos policías, hace un gesto de duda, y dice:“Mire, Carmilla, en este trabajo pensamos primero en lo malo, porque es el mal el que combatimos; y en este caso hay dudas, sospechas y... posibilidades de que una mujer despechada, decepcionada, dejada por varios hombres, frustrada y amargada, aproveche una oportunidad en un millón para vengarse de uno de esos hombres que solo la han utilizado para satisfacerse... Ellas sienten odio, y con ese odio germinan los deseos de venganza. Por mientras, nosotros seguimos trabajando en el caso.

Creemos que alguien sabe algo más sobre la muerte del niño, y esperamos que, de un momento a otro, ella cometa un error; si es que es la culpable de este crimen, y si es que éste es un crimen, y no un accidente, lo cual me niego a creer. Y, por mientras resolvemos el caso, que sus lectores juzguen la muerte del niño”.

NOTA FINAL

El 9 de junio se celebró el Día del Policía, una fecha especial para miles de hombres y mujeres que luchan cada día por darle seguridad a Honduras, sacrificando hasta la vida en el cumplimiento del deber.

Hoy, quiero felicitarlos sinceramente por esa devoción con la que hacen su trabajo, el que muy pocos agradecemos. De los perversos dentro de la Policía Nacional, que manchan el uniforme, no vale la pena hablar.

A los buenos policías les agradezco por haberme apoyado por años y años para escribir esta sección de Diario EL HERALDO. Buenos policías, buenos investigadores criminales.

A ustedes, gracias, y felicidades, empezando por el detective anónimo, pero esforzado, siguiendo con oficiales que han hecho de esta profesión un apostolado al servicio de Honduras.

Generales valiosos, y el propio ministro, Ramón Antonio Sabillón, que ha sido un buen amigo y un apoyo leal para esta sección. Gracias y muchas felicidades.

Esperemos que todo mejore en la Policía, para bien de Honduras. En el nombre de Dios.