Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El ataúd de oro

Verso: Oro, a tu brillo me rindo, aunque te entregue la vida
09.05.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Oro. Don Luis encontró una veta de oro que hizo realidad sus sueños.

Era una caverna en la montaña, pero había oro en ella, y él fue escarbando y escarbando mientras apuntalaba el túnel con tablas y vigas de madera.

Cada día sacaba entre veinte y treinta sacos de tierra y, con sus propias manos, llenas de cayos y heridas, lavaba la tierra en la batea hasta que el oro empezaba a mostrarse, bello como el sol, llenando de nuevas ilusiones a don Luis.

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Al final del día, cansado, con hambre, pero con una gran sonrisa adornando su rostro, regresaba a su casa, se bañaba, se ponía sus mejores ropas y se iba donde el hombre que les compraba el oro a los mineros. Casi siempre, don Luis llevaba diez gramos, y volvía a su casa alegre, porque estaba seguro de que al día siguiente tendría más dinero.

“Esa veta es rica –les decía a sus hijos, que le ayudaban en el trabajo–, y ya va a llegar el día en que no solo encontremos el oro en pedacitos pequeños en la tierra, sino que lo hallemos en pepitas grandes y abundantes, que nos hagan ricos de una buena vez. Por mientras, nos conformamos con lo que Dios nos da para poder vivir y mantener bien a la familia”.

Y, antes de que saliera el sol, don Luis ya estaba de nuevo en la montaña, se comía la burrita que le preparaba su esposa, se bebía el café que llevaba en el termo, y se metía a su “cueva”, con el pico, la pala y los costales para sacar la tierra. Era así siempre y, al mediodía, ya había sacado dos costales, que sus hijos empezaban a escarbar. A eso de las dos de la tarde, salía él con el último costal de tierra, y con abundante agua, empezaba a buscar el oro.

Este tardaba en aparecer, pero, aparecía. Y, casi siempre, eran diez gramos. No le pagaban mucho, pero era suficiente para vivir y para ahorrar unos lempiritas.

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“Ya vas a ver, vieja –le decía a su esposa, en la noche, cuando descansaba lleno de ilusiones–, cuando encontremos las pepitas, vamos a hacernos ricos, y te voy a hacer una casa grande, como vos la has querido siempre, y nos vamos a comprar un carro, y vas a tener animalitos, y vas a ser muy feliz; te lo prometo…”

“¿De verdad esa veta es buena, viejo?”

“Es tan buena, mija, que todos los días venimos con oro. Diez, once o doce gramos, pero, vale la pena porque nos da para ir viviendo. Pero, cuando lleguemos a la parte más rica de la veta, ya vas a ver, vieja, cómo nos vamos a hacer ricos, y ya no voy a vender el oro aquí; nos vamos a ir a Tegucigalpa porque allá lo pagan mejor… Ya vas a ver”.

“Ay, viejo; ojalá que así sea, pero a mí me da miedo que te metas bien hondo en esas cavernas porque puede haber derrumbes y si te quedas atrapado, ni te vamos a volver a ver…”

“No te preocupés. Siempre voy poniendo tablas en el techo y las voy apuntalando con vigas gruesas. No hay de que asustarse. Dios tiene el control de todo, y él es quien nos bendice. Tranquila, viejita, que no va a pasar nada… Y cuando ya tengamos suficiente, le vamos a dejar esa veta a los hijos, para que hagan también su propio capital… Ya vas a ver…”

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Sueños

Aquella zona es rica en oro. Se dice que desde antes de que vinieran los españoles, ya los indígenas sacaban oro de las entrañas de la tierra. Y, según los expertos, queda todavía oro como para quinientos años más. Ahora, si usaran maquinarias modernas, como en las grandes minas, el oro saldría en mayores cantidades. Por ejemplo, hay una mina en Copán que produce más de doscientos millones de lempiras mensuales en oro; y ¿qué decir de la mina de El Mochito, que sigue produciendo después de años y años de ser explotada?

Sin embargo, en esta zona no se permite la minería a cielo abierto, y no se le han dado concesiones a grandes empresas para explotar el oro.

“Es para que los pobres hagamos algo de dinero y podamos vivir dignamente –dicen los mineros–; si llegan las máquinas y los extranjeros, ni a oler nos van a dar del oro que saquen, y se van a comer toda la montaña… Y eso no lo vamos a permitir”.

Así hablaba don Luis, igual que hablan muchos de los mineros artesanales que viven de lo que sacan día a día de la tierra, con sus propias manos, metidos en las cavernas de la montaña, colgados, muchas veces, de lazos en los pozos que parecen no tener fin, con un simple foco por luz, escarbando la tierra poco a poco para guardarla en los costales que van sacando con lazos… ¡Maravillosa vida la del minero! ¡Maravillosa vida mejor!

Piedra

Era ya tarde cuando don Luis salió de la caverna.

“Váyanse, hijos –les dijo a sus muchachos–, y mañana cernimos el oro… Allí tenemos por lo menos quince gramos, pero ya van a ver cuando saquemos onzas completas de oro… Váyanse, yo los alcanzo al ratito”.

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Se fueron los muchachos, cansados y con hambre, y don Luis se adormeció, porque estaba cansado. Era un lugar tranquilo, los mineros regresaban a sus casas, y don Luis se quedó para contemplar la puesta de sol, y para disfrutar de lo lindo de la vida. Pero, a eso de las ocho de la noche, empezaron a extrañarlo en su casa. No había llegado, y aquello era extraño porque él no perdonaba la cena.

“Será que se quedó dormido –dijo uno de los hijos–; ya se va a despertar, y no tardará en venir”.

Pero, don Luis no regresó.

A la mañana siguiente hacía falta en la casa. Sus hijos se fueron para las minas y no lo encontraron. Lo llamaron desde todas direcciones y don Luis no apareció. Fue, como a eso de las diez, que alguien notó algo raro en aquel paisaje, cerca de las cuevas de don Luis. Había una enorme piedra, que no estaba allí el día anterior. Era tan grande “como un carro de esos que les dicen huevitos” –dice uno de sus hijos–, y cuando nos acercamos, vimos que había sangre por un lado, y que había moscas y hormigas… Como pudimos, movimos la piedra, que pesaba sus buenas cinco toneladas, con la ayuda de los demás mineros, y solo fue para encontrarnos a mi papá deshecho debajo de la piedra”.

¿Cómo era posible aquello?

Así preguntó un policía de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) cuando vio la enorme piedra y el cuerpo deshecho de don Luis.

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“Esa piedra tenía años y años de estar allá arriba, bien sembrada en la tierra. Nunca nadie la tocó porque sabíamos que no tenía oro, y no tenía sentido quitarla de allí, aunque sabíamos que solo estaba puesta; pero, eso era cosa de la naturaleza, y a nosotros lo que nos interesaba era sacar el oro del interior de la montaña…”

“¿Cómo pudo moverse esa piedra tan pesada?” –preguntó otro policía.

“No se movió sola. Fue que la movieron”.

“O sea, que alguien la empujó para aprovechar el momento en que don Luis descansaba allí, y matarlo”.

“Esa es la explicación –dijo el oficial de policía–; y ahorita lo vamos a comprobar”.

Subieron aquella parte de la montaña y llegaron hasta donde había estado la piedra. Allí había huellas de botas de hule, de zapatos y de cascos “como de bueyes”.

“Alguien empujó la piedra –dijo el oficial–, pero no lo hizo solo. Aquí trabajaron varias personas, y movieron la piedra hasta con bueyes… Allí están los cascos de los animales, y en el camino de bajada hay huellas de cascos que suben y que bajan… Eso significa que estamos ante un crimen…”

“Pero, ¿quién pudo querer matar a mi papá si él no se metía con nadie? –preguntó su hijo mayor–. Él se dedicaba solo a su trabajo y nunca se metía en la parte de la mina de otras personas…”

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“Usted me dijo que su papá sacaba oro todos los días de esta parte de la mina, ¿verdad?”

“Sí, y estaba seguro de que si seguía escarbando más adentro, iba a encontrarse con una buena veta… Una que lo haría muy rico…”

“Y, ¿tenía enemigos su papá?”

“No; si mi papá se llevaba bien con todo el mundo”.

“Entonces, lo mataron por envidia… Porque de que lo mataron no hay discusión. Aprovecharon que el señor se puso a descansar en este sitio y movieron los bueyes para tirarle la piedra encima… Vamos a entrevistar a todos los mineros… Hay que pedir ayuda a Tegucigalpa porque este crimen no puede quedarse así…”

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Nota final

El crimen de don Luis fue sin sentido. Seguramente, la envidia impulsó a los asesinos, pero si lo que pretendían era quedarse con aquella parte de la mina, no lo lograron, porque eso es la herencia de don Luis a sus hijos.

La policía sigue investigando, pero, al paso que van, la muerte de don Luis se quedará sin castigo, no solo porque los policías no saben ni por dónde empezar las investigaciones, y porque allí, en esa mina artesanal, hay también bueyes, y estos no pueden hablar…

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