Crímenes

Grandes Crímenes: El crimen que parecía perfecto (Parte II)

La señora se fue ayer –les dijo uno de los guardias–; con los niños’. Han pasado varios años, y hasta hoy no se sabe nada de Marcos. De Sandra solo se sabe que ingresó a El Salvador. Allí se perdió su pista”.
27.12.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado algunos nombres. (II Parte)

RESUMEN. A Marcos lo secuestraron una madrugada cuando salía de su empresa, y se lo llevaron con rumbo desconocido. Poco después le pidieron a su esposa cincuenta millones de lempiras para liberarlo. Ella accedió y pidió tiempo para reunir el dinero. La Policía le dijo que ellos se harían cargo de las negociaciones, y empezaron a buscar a Marcos por cielo y tierra.

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POLICÍA

La Unidad Antisecuestros de la Policía de Honduras es una de las más profesionales de la región. Después de una lucha frontal contras las bandas de secuestradores, lograron reducir este delito casi hasta hacerlo desaparecer. Bandas enteras fueron desarticuladas, muchos delincuentes murieron al enfrentarse con la Policía, y un buen número estará en prisión por muchos años. Y en el secuestro de Marcos, la Unidad Antisecuestros hizo también un excelente trabajo.

“Empecemos de nuevo –dijo un capitán, encargado del caso de Marcos–; vamos paso por paso…”

“El hombre fue secuestrado en la madrugada –dijo uno de sus compañeros–, alguien conocía sus movimientos, sus entradas y salidas, las rutas por las que se movía, y es seguro que le dieron seguimiento durante algún tiempo para planificar bien el secuestro”.

“Lo normal”.

“Ahora, ¿hay alguien dentro de su empresa implicado en el secuestro?

“Es posible, pero ya entrevistamos a todos los empleados, y están limpios. Aunque encontramos uno con antecedentes criminales, el jefe de personal dijo que su patrón lo contrató sin fijarse en eso porque el hombre necesitaba ayuda”.

“¿Y en su casa?”

“Solo viven la mujer, dos trabajadoras domésticas y los tres niños, todos menores de edad”.

“No tiene chofer, no andaba seguridad… Siempre manejaba su carro y se movía solo. Visitaba a su otra mujer, la que es su cuñada, y estaba con ella una o dos horas y luego regresaba a la casa…”

“Entrevistamos a algunas de las empleadas de las casas cercanas a la de la víctima, porque los dueños no quisieron hablar con nosotros. Las muchachas dicen que escuchaban pleitos en la casa, gritos y muchos insultos, y una de ellas dijo que la esposa, Sandra, lo amenazó una noche… de muerte”.

“Y las dos trabajadoras de la casa dicen que la pareja peleaba mucho, que parecía que no se entendían, que el señor tenía otra mujer y que se iban a divorciar. Una dijo que la señora hablaba bastante por teléfono, y que una tarde, cuando le llevó un té de tilo para los nervios, eso fue lo que dijo, la escuchó furiosa y que le decía a alguien: Háganlo así y yo les voy a pagar medio millón. Y dice la trabajadora que la mujer se quitó el teléfono de la cara cuando la vio entrar al cuarto, y que le gritó que ¿por qué no tocaba antes de entrar? Y le dijo que era una abusiva y que la iba a correr”.

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“¿Cuándo fue eso?”

“Unos dos o tres días antes del secuestro”.

“Ya”.

“Hay que hacer un vaciado del teléfono de la esposa, para ver con quién se comunicaba antes del secuestro… Tal vez nos encontremos con una sorpresita”.

“Hay que pedirle eso al fiscal para que lo ordene el juez”.

“Si hacemos así las cosas, vamos a perder un tiempo precioso. Mejor pidamos ayuda a los amigos de la empresas de telefonía… Ellos nos ayudarán a que hagamos las cosas más rápido…”

“¿Sospecha de la esposa, mi capitán?”

“Pues, creo que sí, y ahora mucho más. Eso que dijo la sirvienta es muy significativo… ¿A quién le decía la esposa que le pagaría quinientos mil lempiras?”

“Mi capitán, recuerde que la mujer habló en plural. Dijo: Háganlo así y yo les voy a pagar quinientos mil lempiras”.

“En plural… Es verdad…”

“O sea, que contrató a algún grupo de personas para que le hicieran un trabajo especial, y debe ser especial porque está pagando una buena cantidad”.

El capitán se puso de pie de un salto, se golpeó la frente con la palma de una mano, y dijo:

“¡Ya sé! Ella me dijo que había sacado del banco quinientos mil lempiras, para dárselos a los secuestradores porque se los habían pedido como prueba de buena fe de que les pagaría el dinero que le habían pedido. Pero dijo que los secuestradores querían un millón”.

“Ajá. Y, dígame una cosa, mi capitán, cuando usted habló con el secuestrador, ¿le dijo este cuánto pedían de rescate?”

El capitán se quedó pensando.

“No. Fui yo el que le dije que pedían mucho dinero y que la familia no tenía cincuenta millones. Que negociáramos”.

“Y el secuestrador, ¿qué le dijo?”

“Ahora que recuerdo, se quedó callado, esperó un tiempo, y cortó la llamada”.

“¿Eso fue antes o después de que le mujer le dijera que ahora le pedían un millón como muestra de buena voluntad, y no lo quinientos mil que habían acordado?”

El capitán recordó.

“Fue antes. Después, le pidieron el millón a la esposa… Y ella me dijo que insistían en los cincuenta millones…”

“Pues, mi capitán, a mí me parece que ellos no sabían nada de esos cincuenta millones, y creo que la esposa de Marcos nos ha estado viendo la cara de majes… Me parece que esta señora sabe más de lo que dice, creo que está involucrada en el secuestro…”.

VIDEOS

Habían pasado varias horas. Los agentes de Antisecuestros estaban cansados, pero seguían adelante. Habían visto una y otra vez los videos de las cámaras de seguridad, y no encontraban nada que les llamara la atención.

Los hombres que se bajaron del carro para llevarse a Marcos llevaban pasamontañas, ninguno llevaba reloj, todos vestían camisa de mangas largas, de distinto color y se conducían como policías o militares.

“Vamos a la casa de la esposa de Marcos –dijo el capitán–, quiero hablar con ella otra vez”.

“Mi capitán –le dijo uno de los agentes–, sería bueno conocer el movimiento de las cuentas de la señora…”

“Ahorita sabemos algo de eso –dijo el capitán–; está moviendo dinero para reunir el rescate”.

“¿Los cincuenta millones?”

“Se supone”.

“Y está cumulando el efectivo”.

“Eso lo vamos a saber más tarde”.

No tardaron en llegar a la colonia Loma Bella. Les abrió el portón un guardia y el capitán, de repente, le dijo al chofer que se detuviera. Miró al guardia detenidamente, e hizo señal al chofer de que continuara.

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“Da la vuelta y regresemos a la oficina” –dijo.

Así lo hicieron.

El capitán llamó a dos de sus hombres.

“Vayan a la oficina de la empresa de seguridad que cuida la colonia de Marcos –les dijo–, y tráiganme el rol de los guardias del último mes. ¡Vayan!”

“¿Qué buscamos, mi capitán?”

“Pongan los videos de nuevo”.

Todos empezaron a ver las imágenes casi sin parpadear. Segundos después, el capitán dio una orden:

“¡Detenelo allí! ¡Regresalo!”

El video corrió de nuevo.

“¡Otra vez!”.

El capitán se puso de pie.

“¡Vamos a la colonia!” –dijo.

Todos corrieron detrás de él.

Hizo una llamada.

“Está bien –le dijeron–; pero hágalo con cuidado”.

VISITA

El carro doble cabina se detuvo frente al enorme portón por segunda vez en aquel día. De él bajaron cuatro hombres. El capitán se dirigió al guardia que les había abierto hacía poco más de una hora.

“Quiero hablar con vos” –le dijo.

“¿De qué? –preguntó el guardia, palideciendo de pronto.

“Soltá despacio tu arma y dásela a tu compañero”.

El capitán tenía una mano sobre la suya.

“¿Qué es lo que pasa? –preguntó el guardia–. Yo no he hecho nada”.

“Vamos a ir a la oficina, para hablar con vos…”

El guardia dio dos pasos. Cojeaba.

Cuando llegaron a la oficina, su cojera se notaba claramente.

“Poné el video otra vez” –ordenó el capitán.

En pocos segundos, el video estaba de nuevo en la pantalla. Aunque no había mucha luz, se notaban bien las imágenes, y el capitán señaló una con un dedo.

“Este sos vos –le dijo al guardia–; vos sos parte de la banda que secuestró a Marcos… Ahora, si querés verte bien, te lo vamos a poner de nuevo”.

Uno de los secuestradores cojeaba. Era el que quebró el vidrio de la ventana de Marcos.

“Y la contextura es la misma, el caminar es el mismo, la cojera es la misma…”

El guardia sudaba.

“¿Sabés que te esperan por lo menos cuarenta años de cárcel? –le dijo el capitán–. Pero, si colaborás con nosotros, el fiscal puede ayudarte. Ahorita vamos a ir a tu casa y te aseguro que vamos a encontrar esa camisa verde de mangas largas que vestías la noche del secuestro…”

“Yo no hice nada”.

“El que quebró el vidrio de la ventana de Marcos camina igual que vos; tiene una cojera igualita, y no creo que eso sea coincidencia. Ahora, para que no tengas miedo, vamos a ver con quiénes te has comunicado estos días, y si entre esas llamadas hay alguna que te comprometa, te aseguro que ya no vas a salir de aquí… Te espera la cárcel…”

“Yo no hice nada –insistió el guardia–; yo no…”

“Hablemos claro, muchacho –le dijo el capitán–. Ahora ya sabemos que vos estabas de turno una noche en que Marcos con su esposa estaban peleando, y ella lo amenazó… ¿Qué me decís de eso?”

El guardia tenía la boca reseca.

Temblaba.

“Y si hablo –dijo–, ¿me van a ayudar?”

“Eso depende de lo que nos digás. Si nos sirve, el fiscal va a decirte cómo puede ayudarte… Pero si nos mentís, te va a ir peor porque los jueces antisecuestro son severos… De vos depende”.

El guardia se derrumbó.

“Fue ella –dijo–; ella fue la que planificó todo. Una noche peleó con el esposo porque él le compró una casa a otra mujer, a una hermana de ella… y porque se la había llevado de viaje… Y ella estaba furiosa. Dijo que si pudiera lo mataría. Y en la mañana me llamó. Me dijo que si podía hablar conmigo, y me explicó que quería darle un susto a su esposo; secuestrarlo por unos días, y que si conseguía gente, me iba a pagar quinientos mil… Pero, después, supimos que ella les dijo a ustedes que le pedíamos cincuenta millones, y entonces, nosotros le subimos la tarifa… Pero fue ella”.

“Está bien. Calmate. Ahora, decime, ¿dónde lo tienen?”

“No sé. Eso si no sé. Yo hablé con unos manes del norte, de Chamelecón. Ellos armaron la vuelta”.

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“¿Quiénes son?”

El guardia le dio un nombre.

“Con ese hablé. Fue mi compañero en las Fuerzas Especiales. A los demás no los conozco”.

“Llamalo”.

“A esas horas ya saben que ustedes me trajeron aquí… No va a contestar”.

Por más que llamó, nadie le respondió. Los teléfonos estaban apagados.

“Ahora me van a matar”.

“No pasará nada de eso”.

El capitán se puso de pie.

Llamó al fiscal.

Tres horas después, este consiguió la orden de captura contra Sandra. Una hora después la firmó el juez, y pasó una hora más para que el equipo de Antisecuestros estuviera listo.

Cuando llegaron a las tres de la tarde, la casa estaba sola.

“La señora se fue ayer –les dijo uno de los guardias–; con los niños”.

Han pasado varios años, y hasta hoy no se sabe nada de Marcos. De Sandra solo se sabe que ingresó a El Salvador. Allí se perdió su pista.

En sus cuentas bancarias no había ni un centavo. Todo lo que retiró de los bancos parece que desapareció. Eran más de tres millones de dólares. La empresa de Marcos desapareció.

“Marcos está muerto –dice el capitán, ahora Comisionado de Policía a punto del retiro–. Tal vez algún día se resuelva ese misterio”.

El guardia fue condenado a veintidós años.