Crímenes

Grandes Crímenes: El hombre al que le jugó el abono (parte I)

Bien se ha dicho que el que mal anda, mal acaba
16.08.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Los niños que encontraron a Juancho se aterrorizaron tanto, que entraron a la aldea gritando desesperados, llorando y como si hubieran visto al mismísimo Satanás. Dejaron botados los machetes y la leña que andaban recogiendo en el monte, y llegaron a sus casas con el corazón a punto de salírseles por la boca. Uno de ellos había cazado un periquito, y lo llevaba en una mano. Cuando lo soltó, el perico estaba muerto. Lo había asfixiado la garra de hierro en que convirtió el miedo el puño del niño.

“¿Qué les pasó?” –le gritó su abuelo.

“¡Juancho! –respondió el niño–. Juancho está muerto. Lo mataron a machetazos”.

“¿Juancho?”.

“Sí, Juancho”.

“¿Dónde está?”.

“Allá por la quebrada. Está desnudo y las moscas se lo están comiendo”.

El anciano se puso de pie, le dijo a uno de sus hijos que avisara a la Policía, y él, con su nieto, se fue a la quebrada. Cuando el clase tres llegó a la escena del crimen, los curiosos se habían multiplicado como las moscas. Y todos hacían comentarios sobre Juancho, uno más feo que el otro.

“Ya debía muchas –decía una señora de edad–; alguien le ajustó las cuentas”.

“Juanchito no era muy querido por los vecinos… Siempre estaba haciendo de las suyas”.

“Eso que dice doña Tencha es cierto; a Juancho como que por fin le jugó el abono”.

“¿Quién lo mataría?”.

“Alguien a quien Juancho le hizo algo…”.

“Pero, ¿quién?”.

“¿Cómo saber?”.

El sargento, con la estampa de un general, dispersó a los curiosos, y los comentarios se acabaron. Había llamado a la Dirección Policial de Investigaciones (DPI). Cuando los detectives llegaron, el cuerpo estaba rígido, y las moscas formaban una nube sobre él, a pesar de las ramas con que lo habían cubierto.

ADEMÁS: Grandes Crímenes: El llamado de la muerte

DPI

“¿Usted conocía a la víctima, mi clase?” –preguntó un detective.

“Aquí todos lo conocíamos”.

“Escuché unos comentarios poco agradables sobre él”.

“No era muy querido”.

“¿Por qué?”.

“Pues porque robaba, se metía a las casas, hacía escándalos cuando estaba borracho y drogado, molestaba a las mujeres, incluso a las casadas, y buscaba pleito con todo el mundo…”.

“Entonces, hay más de una persona con motivos para desearle la muerte a Juancho”.

“Así es”.

“¿Qué fue lo más grave que hizo este muchacho?”.

“Pues, eso no podría decirlo, pero de que era poco querido en la comunidad, eso sí…”.

De pronto, la conversación entre los policías se interrumpió. Alguien, cerca de ellos, dijo, con voz de trueno y cargada de odio:

“¡Bien muerto está ese maldito!”.

El agente de la DPI le hizo una señal a uno de sus compañeros, y este se acercó a la persona que había hablado. Era un hombre viejo, lleno de canas y de arrugas que no solo llevaba odio en el corazón, sino también una profunda tristeza.

“¿Por qué dice eso usted, señor?” –le preguntó el agente.

“Lo digo porque lo digo” –respondió el hombre, viendo con altanera dignidad al policía.

“¿Sabe usted quién lo mató?”

El anciano se apoyó en el bordón antiguo con que caminaba, hecho de una vara de árbol y tallado a punta de cuchillo, y dijo:

“El que haya sido, un bien le hizo a la comunidad… Bien muerto está ese maldito”.

El detective guardó silencio por un momento, como para ordenar las ideas en su cabeza.

“Usted lo odiaba”.

“¿Y quién no?”.

“Pero, usted, ¿por qué lo odiaba?”.

El hombre sonrió, y era su risa como una mueca maligna.

“Lo odiaba, eso es todo… Y si yo hubiera tenido fuerzas, lo hubiera matado hace ya mucho tiempo, para que no siguiera haciendo daño…”.

El agente carraspeó para aclarar la garganta.

“Creo, abuelo…” –empezó a decir.

Lo detuvo la mirada de hierro del anciano, que le dijo:

“Y es que vos creés que solo porque estoy viejo podés faltarme al respeto… Ni soy tu abuelo, ni tenés derecho a llamarme de esa forma… A la gente se le llama por su nombre. ¿O es que esa es la instrucción que les dan en la Policía? A todo el mundo irrespetan ustedes, y por eso es que ya casi nadie los respeta, y parece que les falta poco para que sean como Juancho…”.

“Perdone, señor –respondió de inmediato el policía–; no quise ofenderlo… Solo quería decirle que debemos hablar…”.

“¿Por qué o para qué?”

El agente le contestó de inmediato:

“Porque me parece que usted sabe mucho de Juancho, y tal vez nos ayude a resolver el caso…”.

“Ay, muchacho –exclamó el anciano–, en ese caso tenés que hablar con toda la aldea… Aquí hasta los niños saben lo peste que era ese malnacido de Juancho… No hay aquí quien no tuviera una razón para malquererlo…”.

“Pero, a usted ¿qué fue lo que le hizo?”.

“Eso es algo que ya no importa… Muerto el perro, se termina la rabia…”.

El detective levantó la cabeza, para mostrar autoridad, y sabiduría. Y dijo:

“Creo que usted sabe quién lo mató”.

“No lo sé, mijo, y te aseguro que si lo supiera no te lo diría… No, señor… Como ya te dije, el que hizo esto bendijo a la aldea…”.

Convencido de que nada más sacaría de aquel hombre, el detective regresó con sus compañeros.

“Aquí como que hay muchos que pueden ser sospechosos”.

“Sí –le respondió su compañero–; y, como dice la Biblia, muchos serán los llamados, y pocos los escogidos… Bueno, en este caso, uno solo será el escogido…”.

“¿Por qué lo decís?”.

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Hipótesis

El detective esperó un momento antes de responder.

“Este hombre huele a alcohol, como si se hubiera bebido un galón de guaro… Y esto es reciente… Anoche”.

“¿Por qué decís eso?”.

“¿Ves a ese hombre?”.

“¿Al gordo?”.

“Sí. Es el cantinero. Dice que Juancho estuvo en la cantina desde las cuatro de la tarde, que bebió guaro, un octavo tras otro, y que a eso de las siete salió cayéndose de borracho…”.

“Ya”.

“Pero, eso no es todo…”.

“Ajá”.

“Dice el cantinero que él notó algo extraño en la cantina…”.

“Ajá. Te escucho”.

“Un muchacho, un chavalo… Dice que ese muchacho nunca entraba a la cantina, y que ayer en la tarde llegó después de Juancho, que se sentó en una mesa cerca de la salida y que pidió una Pepsi. Notó que veía mucho a Juancho, pero que este, bolo como estaba, no se dio cuenta de nada. Fumaba y bebía como si se le iba a acabar el mundo… Pero, lo más extraño es que cuando Juancho se levantó y salió de la cantina, el chavalo salió también… Aunque no sabe si lo siguió…”.

“Y, ¿quién es ese muchacho?”.

“El yerno del anciano con el que estabas hablando. El que dijo que bien muerto está ese maldito…”.

“Excelente”.

“Pero hay que ser prudentes… Parece que a nadie le interesa que demos con el asesino… Todos están conformes con la muerte de Juancho”.

“Entonces, ¿qué hacemos?”.

“Para empezar, analizar la escena del crimen. A este hombre lo golpearon por detrás. Tiene un golpe fuerte en la cabeza, seguramente, dado con un garrote o con una piedra muy pesada. Una vez inconsciente, el asesino lo desnudó, le cortó los genitales, y, como ya vimos, se los metió en la boca. Después lo mató con una puñalada en el corazón… Creo que el asesino sabía bien lo que hacía…”.

“Y más que eso; el asesino sabía bien qué era lo que castigaba… Este crimen es por venganza… Y una venganza cruel… El asesino castigó un hecho de orden sexual… Tal vez una violación… ¿Te acordás que aquí dicen que Juancho no respetaba a nadie, y que molestaba hasta a las mujeres casadas?”.

“Sí; me acuerdo”.

“Entonces, estamos ante una venganza… El asesino planificó bien el crimen, y lo hizo reprimiendo su odio, vigiló bien a su víctima, la esperó, la siguió, lo golpeó por la espalda, y lo mató… El hecho de que le haya cortado los genitales significa que castiga un delito sexual… Y esto nos hace más sencillo el caso…”.

“¿Por qué?”.

“Cuando nos demos cuenta a quien violó o ultrajó Juancho, estaremos cerca del asesino…”.

“Y, ¿si investigamos al yerno del anciano?”.

“Ese es el camino, pero es un camino por el que tenemos que andar con mucho cuidado… Aquí como que no somos bienvenidos… y parece que a nadie le interesa que se sepa quién ajustició a Juancho”.

“Estoy de acuerdo con vos, pero, ¿qué vamos a hacer por mientras? ¿Nos llevamos al viejo?”.

“¿Estás loco? ¿Serías capaz de detener a un hombre de más de ochenta años, y sin nada serio de qué acusarlo? Toda esta gente se nos echaría encima, y te aseguro que hasta el clase y los policías les ayudarían para que nos saquen de aquí… No; hay que esperar… Al menos, tenemos elementos claros en el crimen. Es una venganza por causas de orden sexual; el asesino podría ser el yerno del anciano, y, en este punto, no se trata del yerno, porque no creo que el muchacho tenga una novia vieja, ya que los hijos de este señor deben estar muy mayorcitos ya… Creo, más bien, que se trata de una nieta… Y muy querida para el anciano, por lo que dice que bien muerto está ese maldito… Ya vamos a ver…”.

“¿Entonces?”.

“Que levanten el cuerpo. Nosotros vamos a volver…”.

Continuará la próxima semana...