Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El caso del hombre desnudo (II parte)

Tal vez sea cierto que, a veces, la paga de los desenfrenados deseos es la muerte

09.11.2019

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Un hombre es encontrado muerto sobre su propia cama, desnudo y con señales extrañas en el cuello. Los agentes de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) tienen una hipótesis y se disponen a resolver el caso, pero el misterio de esta muerte es un reto y la familia del muerto exige que se encuentre al asesino… o a los asesinos.

Agentes

“Tenemos suficientes elementos como para decir qué fue lo que pasó aquí –dijo el detective a cargo del caso–; pero no nos aventuremos con hipótesis hasta que no tengamos elementos más sólidos”.

“Recapitulemos” –dijo otro, con una libreta de notas en una mano y un lápiz en la otra.

“Veamos” –dijo un tercero.

“El portón de acceso a la casa estaba con llave, la puerta de entrada a la sala, o sea, la puerta principal, estaba medio abierta, según dijo el motorizado que descubrió el cuerpo, y ninguna cerradura fue forzada”.

“Las llaves no se encuentran por ninguna parte…”.

“Eso significa que alguien salió después de dar muerte al señor, se olvidó de cerrar la puerta, o no la cerró a propósito, tal vez para no dejar huellas en el pomo del llavín, pero sí se aseguró de que el portón quedara cerrado y con llave. Se llevó las llaves y las botó en alguna parte, tal vez cerca de aquí…”.

“Es posible. Los muchachos de inspecciones oculares están buscando por las calles…”.

Siguió a esto un momento de silencio.

“Ahora sabemos, por lo que nos dijo una hija de la víctima, que alguien robó cosas de valor y dinero en la casa”.

“Y podemos suponer que quien mató al señor es una mujer, por lo delgado de las huellas, que parecen de dedos, y que están marcadas en la piel del cuello…”.

“Lo que me intriga es que esa mujer debió ser fuerte, alta y pesada, para poder dominar a este hombre…”.

“Tal vez estaba dormido o drogado…”.

“Si así hubiera sido, entonces, ¿para qué matarlo? Si estaba dormido por efecto de alguna droga, no era necesario asesinarlo para llevarse hasta las paredes de la casa, si se hubiera querido”.

“Tenés razón”.

“El señor no muestra huellas de defensa…”.

“Lo que significa que no peleó por su vida…”.

El oficial a cargo hizo una pausa, pensó por largos segundos, y, después, dijo:

“Bueno. Vamos a esperar los resultados de laboratorio… Algo van a encontrar los técnicos”.

“Pero, deberíamos presionar un poco para ver cuáles fueron las últimas llamadas del señor… Hechas y recibidas”.

“Su teléfono celular no está…”.

“Se lo robaron”.

“Pero tenemos amigos que nos pueden ayudar… ¿Cuál es el número?”.

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Ayuda

Esta vino tres días después.

“Pucha, todo el mundo consigue algo, y uno solo tiene que hacer favores…”.

“¿Qué querés?”.

“Ya te tengo lo que me pediste”.

“Te pregunté ¿qué querés?”.

“Un plato de shopsuey, con bastante jugo… del Mandarín Oriental”.

“Ok. Yo te lo llevo”.

“Y dos caguamas”.

“Está bien”.

A eso de las doce del día, los detectives tenían en sus manos un papel impreso. Allí estaban las últimas llamadas que hizo la víctima, y las que recibió.

“La hija mayor lo llamó dos veces antes de que apagaran el cel, y él contestó. Pero antes, él habló a este número tres veces. En dos no recibió respuesta. La tercera vez le respondieron y habló tres minutos y once segundos”.

“¿Sabemos de quién es ese número?”.

El empleado de la agencia de telefonía masticó apresuradamente un buen bocado de tallarines con verduras, bañados en salsa, y contestó, después de unos segundos:

“Allí está el nombre, en la segunda hoja”.

El agente revisó la hoja.

“¿Y este montón de llamadas?”.

Había en la lista sesenta y dos llamadas a ese número solo de esa mañana. No todas fueron contestadas.

“¿Este es el dueño?”.

“Sí… Un hombre”.

El agente se quedó pensando por un instante.

“Tenemos que saber quién es este hombre, y a qué se dedica”.

“¿Qué gano si te lo digo?”.

“Un plato de arroz chino”.

“¿Para mañana?”.

“Para mañana”.

“¿Con dos caguamas?”.

“Con dos caguamas”.

“Ya me diste palabra, perro… Pará las orejas… Yo llamé y es… ¡un travesti!”.

“¡Qué! ¿Estás seguro?”.

“Claro. ¿Cuándo te he dado p… de la barata?”.

“No, nunca…”.

“Atiende a sus clientes en un hotel del centro, pero también da servicio a domicilio…”.

“¿Cómo se llama?”.

“Orquídea. Viene de San Pedro los viernes”.

“¿Cuándo hablaste con ella… bueno, con él?”

“Hoy en la mañana, tenía curiosidad, y me atendió bien. Si ves bien en el listado de llamadas, la tercera fue la que le contestó a tu muertito, y duró más de tres minutos… Tiempo suficiente para ponerse de acuerdo”.

El agente se quedó en silencio. Pensaba.

“¿Podés hacernos un favor?”.

“¿Otro?”.

“Sí, por un plato de camarones empanizados del Mandarín Oriental… ¿Qué te parece?”.

“Con dos caguamas…”.

“Sí, hombre; sí”.

“Ajá”.

“Mirá, llamá a Orquídea, citate con él…”.

“Ella”.

“Bueno, ella… Te citás con ella, lo… la llevás a un lugar, nosotros te seguimos, te damos seguridad, y le caemos encima… Creo que este tal Orquídea fue la última persona que vio con vida a ese señor…”.

“¿Creés que fue ella quien lo mató?”.

“Podría ser…”.

“¿Por qué?”.

“Tal vez no tenía nada en su contra, pero siempre hay cosas de valor que tienen los hombres solos, y son una tentación para ciertas personas…”.

“Lo mató por robarle”.

“Sí”.

“Y, ¿si me mata a mí?”

“¿Qué tenés para que te robe?”.

“Nada”.

“Entonces, no te preocupés… Cuando estén los dos, solitos en el cuarto y te oigamos gritar, entonces entramos nosotros y te salvamos de las garras de Orquídea…”.

“¡Hasta que me oigás gritar! No, gracias… Mejor, yo la llevo en el carro y ustedes nos detienen en el camino…”.

“Yo era para que te echaras un taco de ojo, pero si no te parece…”.

“No, gracias. No necesito”.

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Huellas

Los resultados del Laboratorio de Criminalística de la DPI no tardaron en llegar a manos de los detectives.

Este laboratorio es un gran logro para la Policía de Investigación Criminal, y un gran apoyo para los agentes que tienen que enfrentarse, muchas veces, a casos difíciles en los que la prueba científica es la única forma de llevar a los delincuentes a los tribunales, y condenarlos.

“Es un gran logro para la sociedad –dice Rommel Martínez, comisionado de Policía y Director de la DPI–; y eso convierte a nuestra policía de investigación en una policía científica, con resultados exactos que hacen de la lucha contra el crimen una actividad más confiable, segura y justa”.

Y Rommel Martínez, especialista en criminalística y en criminología, sabe lo que dice.

“Tenemos huellas digitales” –dijo uno de los técnicos del laboratorio.

“¿De quién son?”.

Le entregó un papel al detective. Allí estaba escrito un nombre. En otra hoja estaba una fotografía y un patrón de huellas digitales.

Cuando vieron al empleado de la empresa de telefonía, para entregarle el plato de arroz y las dos cervezas, le enseñaron una foto.

“Fijate bien –le dijeron– esta es la persona con la que te vas a ver”.

Era aquella la fotografía de un hombre joven, de treinta y dos años, alto, delgado, de rostro anguloso, mentón pronunciado, ojos claros y frente amplia. Sus rasgos eran marcadamente femeninos.

“¿Este es Orquídea?” –preguntó el muchacho.

“Este es ella”.

“¿Cuándo lo vamos a ver?”.

“Hoy en la tarde”.

“¿Están seguros de que es el asesino?”.

“Seguros… Encontramos sus huellas digitales en un vaso de vidrio, en el pomo del llavín de la puerta del año, en un bote de perfume que estaba guardado en una gaveta de la cómoda del señor… Y fue a la última persona a la que él le habló…”.

“Y, ¿si me meto a líos?”.

“No. Allí vamos a estar nosotros…”.

“Ajá, y si lo sueltan y después me busca para fregarme…”.

“No lo van a soltar… Va a pasar por lo menos unos treinta años en la cárcel”.

El muchacho se rascó la parte de atrás de la cabeza. Dudaba.

“No hay problema –le dijo el agente–. Allí vamos a estar nosotros”.

“Pero, nos van a detener cuando vayamos en el carro, ¿verdad?”.

“Sí”.

“Sí, porque yo no quiero estar solo en un cuarto con esa hombre…”.

Todos rieron.

Orquídea

Era hermosa. Alta, delgada, con enormes senos, caderas abundantes y cintura estrecha. Ojos avellana, enmarcados entre dos líneas que hacían las veces de cejas, y bajo párpados postizos, pero hermosos, ondulados y vistosos. De nariz respingada y labios carnosos y sensuales. Hablaba con dulzura, como si fuera la más enamorada de las mujeres.

Cuando subió al carro del muchacho, lo saludó con un beso, mientras aquel sudaba.

“¿A dónde me vas a llevar?” –le preguntó.

“A mi casa… Tengo un apartamento por la Kennedy”.

“¿Vivís solo?”.

“Sí…”.

“Y, ¿por qué estás nervioso? ¿Me tenés miedo? No, mi vida, si yo no como hombres; solo los saboreo…”.

Rieron.

“Pero, antes, papi, me tenés que pagar…”.

“Sí… Se me había olvidado”.

Fue en ese momento en que varios agentes de la Policía cercaron el carro, apuntaron con sus fusiles a los pasajeros, y abrieron la puerta de Orquídea. Ella levantó las manos.

“¡Ay, no! ¿Qué es esto? Estos policías están equivocados… Deciles, papi, que soy tu novia”.

Un penetrante olor a orines inundó el interior del carro. El muchacho se había orinado a causa del miedo. Dice que nunca más, ni por todo el arroz chino del mundo, vuelve a hacer eso…

Entre las cosas de Orquídea encontraron una boleta de empeño. Recibió mil lempiras por las mancuernillas de oro. El teléfono celular de la víctima lo vendió por dos mil lempiras a un tope que lo revendió a un canillita. Dice que no sabe por qué mató al señor. La verdad, no se sabrá nunca. Lo estranguló después de saltar sobre él y golpearlo con las nalgas en el estómago. A lo mejor estaba drogado porque no se defendió.

“Y se murió rápido. A veces creo que se murió solito”.

“¿Él sabía que eras hombre?”.

“Claro… Él quería experimentar algo nuevo…”.

Orquídea no verá la libertad nunca más. Padece sida, y no es ni la sombra de lo que fue.

“Contá bien mi historia, Carmilla, para que las locas como yo no metan las patas…”.

Hace una pausa, me mira con ojos que se hunden en las órbitas, y trata de sonreír con los labios pintados de rojo, detrás de los cuales aparecen algunos dientes negros. Y dice:

“La cárcel es horrible”.

Y varias lágrimas gruesas corren por sus mejillas pálidas y huesudas.