Crímenes

Sección de Grandes Crímenes: Ojos de odio (segunda parte)

El diablo es optimista cuando cree que puede hacer más malvado al ser humano

21.09.2019

(Segunda parte)
Un hombre lleva año y medio privado de libertad en la Granja Penal de Nacaome, Valle. El Ministerio Público lo acusa de violación, y pedirá al tribunal que sea condenado a veinte años de prisión.

Él asegura que es inocente, sin embargo, las esperanzas de recobrar la libertad se van muriendo poco a poco en su corazón. Pero cuando el doctor Denis Castro Bobadilla acepta defenderlo, llena su alma un poco de fe.

Vista

Era una mañana calurosa en Nacaome, como casi todas las mañanas en esa ciudad bonita y de gente agradable y trabajadora; el sol quemaba con fuerza la tierra, el cielo era de un azul intenso y soplaba un viento cálido que hacía más fuerte el calor.

En el tribunal el público esperaba el inicio del juicio. El fiscal estaba en su sitio, con aire confiado; el acusado y su abogado defensor estaban frente a él, con unos cuantos metros de distancia, y esperaban, solo esperaban.

Afuera, Denis Castro acababa de salir del baño, cuya puerta no cerraba bien, cuando se encontró con el perito forense del Ministerio Público, un muchacho al que reconoció enseguida.

“¿Qué andás haciendo en Nacaome, muchacho?” -le preguntó el doctor Castro, alegre de verlo, ya que había sido alumno suyo en la Facultad de Medicina.

“¡Ay doctor! -le respondió el forense-, bien sabe usted a que vine aquí”.

Extrañado, el doctor le respondió:
“No, no sé…”

“No se haga, doctor -replicó el médico-; vine a que usted me haga paste en el juicio”.

Soltó una carcajada el doctor Castro, y el forense entró al baño. Desde allí, le dijo al doctor:

“Solo con verlo a usted aquí ya hasta se me olvidó lo que vine a decir”.

“Eso no puede ser porque fuiste un buen alumno, y estoy seguro de que sos un buen profesional”.

“Conociéndolo a usted, doctor…”

Se retiró el doctor Castro, y se sentó afuera del tribunal para esperar a que lo llamaran.

Cuando el Secretario mencionó su nombre, entró, saludó con una corta reverencia a los jueces, y ocupó su sitio. El forense había sido llamado.

La defensa

“Sus señorías -dijo el doctor-, estoy aquí en mi condición de consultor técnico de la defensa. El Ministerio Público acusa a mi cliente de violación, sin embargo, nos proponemos demostrar su inocencia sin lugar a dudas”.

“Puede comenzar, doctor Castro”.

“Gracias, señoría”.

El doctor se dirigió al forense.
“¿Fue llevada ante usted la víctima de violación que se juzga en este caso y usted siguió, doctor, el protocolo establecido para un examen forense sobre este tipo de casos?”
“Claro que sí, doctor”.

“¡Protesto, señor juez! Esa pregunta del doctor Castro es impertinente porque todos sabemos que el protocolo en estos casos se sigue al pie de la letra”.

“Protesta denegada. Este tribunal entiende que el doctor Castro no ha desarrollado por completo su idea”.

“Gracias, señoría -dijo el doctor Castro, y añadió, volviéndose al forense-: Dígame, doctor -le dijo-, ¿le preguntó usted a la muchacha que examinaba cuántas parejas sexuales ha tenido?”
“¡Protesto, señor juez!”
“No ha lugar la protesta. Puede responder el forense”.

“No -dijo el médico-; no le pregunté eso”.
“Entonces, no podemos asegurar que usted siguió el protocolo como es debido”.
Hubo una pausa.

El forense estaba rojo, pálido, y otra vez rojo. El doctor Castro le preguntó:

“¿Usó usted espéculo al momento de revisar la vagina de la supuesta ofendida?”

“¡Protesto, señor juez!”

“No ha lugar. Responda el forense”.

“Sí, doctor -dijo éste-; usé espéculo”.

“Y, ¿puede decirle usted al tribunal que encontró?”

“No encontré nada, doctor”.

“¿Había fluido seminal en la vagina de la muchacha?”

“No, doctor; al menos, yo no encontré semen en su vagina cuando la examiné”.

“Bien. Y, ¿qué otro procedimiento realizó usted para encontrar restos de semen que demostraran el acto motivo de este juicio?”

“Revisé el blúmer de la ofendida, doctor”.

“Y, ¿qué encontró?”

“Nada, doctor, pero tomé muestras con hisopo y envié todo a Tegucigalpa para que fuera analizado”.

“¿Envió todo a Tegucigalpa? ¿Qué es todo?”

“El blúmer y el hisopo”.

“Dice usted que en el blúmer no encontró nada, pero dice que envió muestra a Tegucigalpa para análisis, por lo que podemos deducir que sí encontró algo. ¿Qué fue?”

“El blúmer estaba un poco húmedo, y por eso lo envié a Tegucigalpa”.

“Bien. ¿Y, podría decirnos cuáles fueron los resultados de los análisis del laboratorio?”

“No sé, doctor…”

“¿Por qué no sabe?”

“Porque no los entregaron nunca”.

“¿En año y medio nunca les entregaron los resultados?”

“No, doctor”.

“Y, ¿qué cree usted que era aquella humedad? ¿Le pareció a usted fluido seminal, o semen?”

“No, doctor”.

“¿Secreciones vaginales?”

“Podrían ser, doctor, y si eran eso, tal vez allí podrían encontrarse restos de semen…”

“¿Eso supuso usted?”

“Sí, doctor”.

“Pero, si no era semen esa humedad en el blúmer y si no eran secreciones vaginales, ¿podrían haber sido orines?”

“Es posible, doctor”. “O, ¿pudo haber sido agua, simplemente agua?

El forense calló por un momento y miró extrañado al doctor y luego al fiscal.

“Señorías -dijo, entonces el doctor Castro, dirigiéndose al tribunal-, con las declaraciones del perito forense del Ministerio Público nos damos cuenta de que no existe prueba científica de la violación de la cual se le acusa a mi defendido, por lo que considero que esa prueba presentada por el fiscal no es válida”.

Hizo una pausa el doctor Castro, suspiró, y dijo:

“Una pregunta más. La supuesta víctima asegura que mi cliente la tomó de un brazo y la obligó a entrar a la casa. Debemos suponer que, al ser llevada a esa casa de aquella forma, el acusado usó mucha fuerza, o excesiva fuerza para dominar a la muchacha, lo que, como sabemos bien, debió dejar marcas en la piel del brazo, marcas que serían notorias por algún tiempo ya que ese tipo de moretón, equímosis o hematoma, no desaparece rápidamente ya que se forma debajo de la piel por la rotura de pequeños vasos sanguíneos a causa de la presión ejercida en aquella parte de la piel”.

“Así es, doctor”.

“¿Examinó usted el brazo de la muchacha?”
“Sí, doctor”.

“¿Encontró este tipo de lesión en el brazo?”

“En ninguno, doctor”.

“¿Qué más encontró?”

“Himen con roturas antiguas, muy antiguas, a las nueve, a las tres y a las doce en el sentido de las agujas del reloj”.

El doctor Castro se volvió hacia el tribunal.
“Solicito permiso al honorable tribunal para entrevistar a la persona que acusa en este caso” -dijo.

“Permiso concedido. Puede pasar la señora Fulana de Tal”.

La víctima

Era una mujer guapa y muy segura de sí.
Ocupó el lugar que le indicó un alguacil, y miró desafiante al doctor Castro. Más allá, los ojos desesperados del acusado le dedicaron una mirada, y ella, ante eso, levantó la cabeza con altanería.

“Señora -le dijo el doctor Castro, después de saludarla con especial cortesía-, usted declaró que pasaba usted por una calle de Pespire y que mi cliente la cogió de un brazo”.

“Sí”.

Vea: Sección de Grandes Crímenes: Ojos de odio

“La hizo entrar al jardín, cerró con llave el portón, abrió la puerta de la sala, entró usted y la llevó al dormitorio, ¿es así?”

“Sí, y allí me violó y por eso quiero que se quede en la cárcel hasta que se pudra”.

“Señora, ¿por qué no gritó usted pidiendo ayuda cuando ese hombre la agarró de un brazo para meterla a su casa?”

“Porque, porque… tuve miedo”.

“Bien. Y, ¿por qué no gritó usted cuando estaba en el porche, o sea en el jardín, y él se tomaba el tiempo para cerrar con llave el portón y abrir la puerta?”

“Porque le tenía miedo”.

“¿La amenazó él en algún momento?”

“Sí”.

“Y, sí este hombre la amenazó, ¿por qué no declaró usted eso ante la policía cuando hizo la denuncia y tampoco se lo dijo al fiscal del Ministerio Público?”

“Ah, pues, porque se me olvidó…”

“¿Qué tanta fuerza usó este hombre para agarrarla del brazo?”

“Mucha”.

“¿Le causó dolor?”

“¡Uy, sí!”

“La llevó al dormitorio y usted dice que no sabe cómo le quitó la ropa”.

“Sí, no sé”.

“Y, la violó cuatro veces”.
“Sí, cuatro”.

El doctor se volvió hacia el tribunal.

“He de hacer notar, señorías, que es natural que entre una relación sexual y otra, el hombre debe esperar un período, llamado período refractario, antes de volver a una nueva relación… Señora, ¿qué hizo usted en el tiempo en que este hombre esperaba para volver a… tener relaciones con usted?”

“Allí me quedé yo, en la cama…”

“¿Intentó irse usted, escapar?”

“No, porque tenía miedo”.

“Y, ¿permaneció usted desnuda en la cama ese tiempo?”

“¡Protesto! Esa pregunta es impertinente”.

“No ha lugar la protesta. Que conteste la pregunta la señora”.

“Sí”.

“Bien -dijo el doctor Castro-. Contésteme esta pregunta, señora:

“¿Desde qué edad tiene usted relaciones íntimas?”

“Protesto…”

“¿Podría el doctor Castro explicarle al tribunal cuál es el sentido de esa pregunta?” -dijo el juez presidente.

¿Cuántas veces antes tuvo usted relaciones íntimas con el acusado?”

La mujer abrió los ojos.
“Tres veces” -dijo.

“¿Estaba usted enamorada de él?”
“Protesto…”

“Ha lugar la protesta, sin embargo, si la señora desea responder la pregunta del doctor Castro, puede hacerlo”.

“Sí” -dijo ella.

El doctor Castro suspiró una vez más.
“Después de aquel acto, aquel día en que el acusado la tomó del brazo… se fue usted para su casa y se bañó, ¿no es cierto?”

“Sí, es cierto”.

El doctor miró al forense y este levantó los hombros como diciendo “con razón”.
“Y -dijo el doctor Castro-, usted decidió ir a denunciar la violación tres horas después… ¿es verdad?”

“Más o menos ese tiempo”.

“Una pregunta más”.

“Dígame”.

La mujer levantó la voz con fuerza.

“¿Tuvo relaciones íntimas usted con el acusado después de que usted lo denunció ante la policía por violación? Uno, dos o tres días después”.
La mujer se quedó callada unos segundos, miró al fiscal, que estaba blanco como el papel, miró a los jueces, que la veían esperando su respuesta, y luego miró al acusado, que la veía con una súplica en sus ojos.

Y respondió:

“Sí”.

“Repito -dijo el doctor Castro-; ¿tuvo relaciones íntimas, o sea, relaciones sexuales, usted con el acusado después de que lo acusó de violación y antes de que fuera capturado por la policía por esa denuncia?”

“Sí” -dijo ella.

“¿La obligó a eso el acusado?”

“No”.

“Entonces, podemos decir que usted tuvo sexo con el señor Fulano de Tal por su propio gusto y por propia decisión”.

“Sí”.

“¿Todas las veces?”

“Sí”.

“Entonces, ¿puede decirle usted al tribunal por qué lo acusó de violación?”

La mujer levantó la frente, miró al acusado, que esperaba ávidamente su respuesta, y dirigiéndose al doctor Castro, exclamó:

“¡Porque él tenía otra mujer aparte de mí y yo le dije que la dejara y él me dijo que sí, pero me mintió porque yo supe que siempre seguía con ella y por eso lo denuncié! ¡Por eso!”

Denis Castro Bobadilla se volvió hacia el tribunal, y dijo:

“He terminado, señorías. Pido permiso para retirarme”.

“Puede retirarse, doctor Castro”.

Sin embargo, antes de que el doctor Castro saliera de la sala, el fiscal se puso de pie y, con acento nervioso, dijo:

“¡Pido al honorable tribunal absolver al acusado del delito que le imputó esta fiscalía del Ministerio Público!”

Era aquella la primera vez que el doctor Castro escuchaba esa petición. Y notó dignidad, altura y profesionalismo en el fiscal. Pero, cuando salió al corredor, un anciano, un campesino, tío del acusado, le dijo, después de darle las gracias:

“Yo vide a ese hombre que le dicen el fiscal que lo quedaba viendo con ojos de odio, doctor”.

Nota final

A pesar de esto, el acusado pasó quince días más en la cárcel porque “no se encontraba a un testigo de la fiscalía”, el policía que había tomado la declaración de la muchacha.

Al final, fue liberado, sin embargo, este caso es una muestra clara de que la justicia en Honduras debe superarse, que el fiscal debe asegurarse de las pruebas para presentar un caso, y que los jueces sean más sabios y verdaderamente justos, sin dejarse llevar por el despecho de una mujer enamorada.

Así, no destruirían vidas, como la de este hombre que estuvo año y medio preso por una acusación falsa. Y, por supuesto, como él, hay muchísimos casos más. Pero, gracias a Dios y a Denis Castro, muchos se han librado de condenas injustas.