Crímenes

Grandes Crímenes esta semana: Dolor con dolor se paga

09.02.2019

(Segunda parte)

Este relato narra un caso real.

Se han cambiado los nombres.

A Marcos lo encontraron muerto en la carretera al sur, cerca del Tizatillo. Estaba desnudo, amarrado de pies y manos, y lo habían torturado. Luego, lo estrangularon. La Policía está segura de que se trata de una venganza, y tiene a un sospechoso, su hermano Gerardo, la única persona que tenía motivos para vengarse de él. Pero, ¿es Gerardo el asesino?

Luis
Llegó por su propio pie a la Dirección Nacional de Investigación Criminal, DNIC. Gerardo le dijo que los agentes que investigaban la muerte de Marcos deseaban hablar con él y que mejor fuera por su propia voluntad antes de que lo fueran a traer.

Dijo que vio a Marco en la gasolinera “América”, cerca del aeropuerto, que le entregó un recibo para que reclamara quince uniformes en un negocio de Comayagüela, y que le dijo iba a verse con alguien en Plaza Loarque.

“Yo creo que iba a verse con una mujer –agregó Luis–, porque se veía contento y misterioso…”

“¿Le preguntó usted con quién iba a verse?”

“No; no me interesó”.

“Si era con una mujer la cita, ¿imagina usted quién pudo ser?”

“No; claro que no”.

“Bueno, le pregunto eso porque usted lo conocía bien, y tal vez le conoció a alguna de sus conquistas”.

“No tanto como eso, señor, pero, ya que lo dice, creo que seguía viéndose con la mamá de la niña… Sara, creo que se llama…”

“¿La que fue mujer de su hermano Gerardo?”

“Ella, sí…”

“¿La conoce usted?”

“Todos los amigos de Marcos la conocemos… Por un tiempo fue a verlo jugar pelota, aunque a mí, personalmente, no me agradó nunca porque lo que le hicieron a Gerardo es puerco…”

“Y, ¿usted conoce bien a Gerardo?”

“Sí, somos amigos desde hace tiempo…”

“El día en que mataron a Marcos, Gerardo lo llamó por teléfono a eso de las cuatro y minutos de la tarde…”

“Sí; me dijo que ustedes sospechaban de esa llamada… Y me llamó para preguntarme por unos rines para su carro… que yo quedé de conseguirle, pero en la llantera me quedaron mal, y no hablamos mucho”.

El detective escuchaba con atención.

“Dígame algo –dijo, de repente–; ¿por qué cree usted que Gerardo mandó a matar a Marcos?”

Luis dio un salto.

“¿Gerardo mató a Marcos?” –preguntó.

No hubo respuesta.

“Eso no lo puedo creer” –agregó.

“¿Tiene testigos que lo vieron con Marcos esa tarde, mientras le entregaba el recibo para retirar los uniformes?”

El policía hablaba directamente y con acento acusador.

“Sí –respondió Luis, de inmediato–; tengo testigos. Mi esposa, mi suegra, el bombero de la gasolinera que me sirvió combustible… Y hay cámaras…”

El agente no dijo nada. Dejó que pasaran unos segundos y luego, preguntó:

“¿Imagina usted por qué mataron a su amigo?”

“Mire, de no ser por asunto de faldas, no podría decirle… Es que era muy picaflor, y no respetaba a nadie… bueno, ni siquiera respetó a su propio hermano”.

“¿No pudo ser por otra cosa?”

“Pues, no sé, pero lo que sí puedo decirle es que era honrado, aunque haragán, porque no le gustaba mucho el trabajo… En lo que fallaba era en eso de la mujereadera…”

La madre
Estaba en cama, a causa de la hipertensión y la diabetes mal controlada; era una anciana y sufría, aunque recibió a los policías con agrado.

“Yo solo quiero que encuentren al que mató a mi hijo” –les dijo, mientras los detectives se sentaban cerca de la cama.

“Es lo que estamos haciendo, señora” –respondió el agente a cargo del caso.

La señora lloraba.

“¿Sospecha usted de alguien?” –le preguntó el policía.

Ella giró la cabeza hacia el otro lado.

“Sí” –musitó.

“¿De quién?”

Ella se quedó en silencio.

Las lágrimas corrían sobre la almohada.

“De su hijo Gerardo, ¿verdad?”

La voz del detective sonó áspera, fría.

“Sí” –respondió la señora.

“¿Por lo de la mujer?”

“Sí… Es que ellos nunca se llevaron bien, ni de chiquitos, pero fue peor cuando Marquitos le hizo eso con esa… con esa…”

Se interrumpió, miró a los policías, y quiso terminar la frase, pero se mordió los labios.

“Dígalo, señora –le dijo el agente–; con esa p…”

Ella movió la cabeza hacia adelante.

“¿Veo que usted la odia?”

“Y no es para menos… Es una mujer mala… Estando casada, casadita con Gerardo, se mete a vivir con Marcos, y hasta le tiene una niña… Por eso lo hermanos se odiaban… o al menos Gerardo…”

“Y, por eso ¿cree usted que Gerardo mandó a matar a Marcos?”

La señora movió otra vez la cabeza hacia adelante.

En ese momento entró al cuarto la esposa de Marcos, con un plato de verduras en una mano, y un vaso con agua en la otra.

“Mire como quedó ella –dijo la señora–, sola y esperando una criatura… Y solo Dios sabe cómo va a hacer… Yo no sé por qué Marquitos era así, que nunca tuvo sosiego”.

“¿A qué se refiere?”

“Nunca pudo respetar a su mujer…”

“O sea, que hasta a ella le era infiel…”

“Ese a lo único que le era fiel era a su pecado y a su futbol…”

El detective miró a la viuda que, con mano nerviosa, puso el plato de verduras en la mesita de noche.

“Y allí está que quiere irse mojada para Estados Unidos”.

La voz de la señora fue clara, aunque algo triste.

“¿Su nuera se va para Estados Unidos?” –preguntó el policía.

“Pues, es lo que dice…Yo le digo que aquí tiene casa y comida, y con mi jubilación y con lo que me dan mis hijos, pues, no vamos a pasar necesidades, pero ella dice que mejor se va…”

“Y, ¿para cuándo tiene el viaje?”

La pregunta del policía iba dirigida a la muchacha, que no contestó de inmediato.

“A ver –dijo, después de un pesado silencio–; todavía no sé”.

“Y, ¿por qué se va?”

“Aquí ya no hay nada qué hacer, y mi mamá estén Virginia…”

“Ya”.

La viuda
En la sala de la casa, los detectives entrevistaron a la muchacha, después de que hablaron con su suegra.

“Usted hizo muchas llamadas el día que desapareció su esposo –le dijo el detective–, y a un solo número” –agregó.

La mujer se asustó cuando le enseñaron una fotografía.

“¿Qué relación tiene usted con éste hombre, Carlos Paz?”

Ella contestó de inmediato:

“Fue mi vecino en Bella Vista; de allí lo conozco”.

“¿Sabe usted a qué se dedica este hombre?”

“Allí todo el mundo sabe” –respondió la mujer.

“¿Qué relación tiene usted con él?”

“Fuimos vecinos, ya le dije”.

“Y, parece que muy amigos…”

“Nos crecimos en el barrio, allí en Bella Vista; y fuimos compañeros en la escuela”.

“Ya… Y, ¿por qué lo llamó siete veces en la mañana del día en que desapareció su esposo?”

“Yo puedo hablar con quien quiera, ¿no?”

“Sí, claro, y sobre todo con un viejo amigo que, además, es tenido como asesino por la Policía, y más, cuando se planifica con él la muerte del esposo”.

“¿Qué quiere decir?”

El grito de la viuda resonó en la sala.

“¿Qué quiere decir? ¿Qué fui yo la que mandó a matar a Marcos?”

“Eso, precisamente…”

“¡Usted está loco…! Yo jamás le hubiera hecho daño a mi marido, pero a esa perra sí…”

Calló de pronto, se llevó una mano a la boca, y miró con ojos asustados al policía.

“¿A cuál perra? –le preguntó éste–. ¿A la nueva amante de su marido o a Sara, la que fue esposa de Gerardo, su cuñado?”

Ella no contestó.

“La escucho” –le dijo el detective.

“Sí –musitó ella–; a esa…”

“Usted quería mandarla a matar con su amigo…”

“No, matarla no, pero sí darle un susto para que dejara en paz a Marcos…”

“Y, ¿qué pasó?”

“Que como a las dos de la tarde la Policía capturó al “Chele”…”

El detective la miró por un rato, luego, le dijo a uno de sus compañeros que confirmara aquella captura.

Era verdad. Lo habían capturado con una moto sin documentos, cerca del mercado “Mama Chepa”.

El detective sonrió, se puso de pie y se despidió.

En la DNIC
Los dos días que siguieron a aquella entrevista fueron pesados para los policías. Revisaron archivos, buscaron fotografías y hablaron con algunos informantes, pero no encontraron lo que buscaban. Hasta que uno reconoció a la mujer de la fotografía que le enseñaron los detectives:

“¡Ah, sí! Claro… Es la ‘Chica crazy’ –dijo–. Esa chava se peseteó hace como diez años, y porque los ‘menes’ la conocen bien, no le dieron pa’bajo… Estuvo con algunos de ellos en la escuela, aunque a mí nunca me paró bola… porque no fuimos compañeros… Ha cambiado… pero no se me pierde la ‘féis’… Es ella…”

“¿Estás seguro?”

“Claro, men, si se crió en el barrio con nosotros… Hasta que se nos perdió…”

“Y, ¿era del grupo, también?”

“Claro, desde güirrita… Pero cuando tenía unos quince, le mataron al chavo; los otros, ya me entendés… y después, se perdió…”

El detective se puso de pie, guardó la foto, regresó a la DNIC y buscó de nuevo en los archivos. Pero no encontró nada.

“Vamos a hablar con el Chele” –dijo, pero éste no abrió la boca.

“Entonces –les dijo el detective a sus compañeros–, vamos a revisar bien su celular”.

La información no tardó en llegar. El día de la muerte de Marcos, el “Chele” llamó a dos números varias veces. Eran dos viejos conocidos de la Policía. Pero después de las dos de la tarde, no contestó las llamadas que le hicieron de esos mismos números. Lo habían capturado.

Sin embargo, la sorpresa vino un poco más tarde, mientras un detective revisaba uno a uno los números en una lista.

Dio un grito.

“¡La tenemos! –dijo.

Y mostró la llamada.

“¡Vamos! –dijo el agente a cargo del caso–. ¡No perdamos el tiempo!

“¿Sin orden de captura?”

“Decimos que es para investigación, mientras el fiscal hace su trabajo…”

Cuando las patrullas se detuvieron frente a la casa, una muchacha asustada abrió la puerta. La anciana estaba en la sala, viendo televisión.

“¿Qué les pasa? –le preguntó al detective–. ¿Por qué viene así a mi casa?”

“Queremos ver a Laura, su nuera”.

“Ella se fue ayer –respondió la señora–. Dijo que se iba a vivir con sus papás mientras le llegaba el día de irse para Estados Unidos…”

“¿Sabe dónde viven los papás?”

“Pues… allí en el barrio Bella Vista… No sé por dónde”.

El detective dio algunas órdenes.

“¿Por qué la buscan?” –preguntó la señora.

“Creemos que ella mandó a matar a Marcos, señora. Tenemos una llamada a su celular de parte de uno de los criminales más conocidos de esa colonia, a las siete de la noche… Y parece que Sara, la ex esposa de Gerardo, ha desaparecido… No la hemos localizado, aunque dicen en su casa que recibió una llamada, después del entierro de Marcos, y que salió y no ha regresado, y de eso hace ya una semana entera…”

“¿Y la niña?”

“Está allí, con los abuelos”.

“¡Ay, Dios del cielo!”.

Nota final
Nadie ha visto a Laura desde aquel día. Los informantes aseguran que no ha regresado a la casa de sus padres.

El “Chele” no colaboró con la Policía y sus dos amigos siguen en libertad, aunque se les considera los asesinos materiales de Marcos, sobre todo, porque realizaron varias llamadas desde la carretera del sur, cerca del Tizatillo, a eso de las siete de la noche, incluida la que le hicieron a la viuda… Pero los detectives no han podido sustentar el caso para presentarlo a la fiscalía…

Mientras tanto, Gerardo está libre de culpa, y la muerte de su hermano sigue sin castigo.