Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: Los motivos del indio parte 2

La discriminación es la más reprobable y repugnante de las conductas humanas

22.12.2018

(Segunda parte)

Este relato narra un caso real. Se han cambiado algunos nombres y se omiten algunos detalles a petición de las fuentes.

A míster Dan lo mataron en su propia casa, y con su propia escopeta. Su esposa lo encontró tirado en el suelo con una herida en el pecho y sobre un charco de sangre.

Quiso tener una vida tranquila en La Ceiba, trabajar su rancho y ser feliz, pero encontró la muerte. La Policía cree que el móvil del crimen fue el robo porque faltan en la casa las joyas de la pareja y el carro de la víctima. Pero también desapareció Luis, el empleado de confianza de míster Dan, y su esposa, y los agentes del departamento de delitos contra la vida de la Dirección Policial de Investigaciones, DPI, sospechan que él es el ladrón y asesino, pero eso tienen que probarlo. Para eso, tres detectives comienzan la cacería del asesino.

DPI
“Empecemos por el principio –dijo el jefe Canta, (de Cantarero)–, y el principio es ponerle un nombre al sospechoso: Luis, el empleado de confianza del gringo”.

“Ya evacuamos ese paso –intervino el Gaby–. Vamos al segundo: reportar el carro de míster Dan como robado y visitar algunas joyerías, para ver si el ladrón vendió por allí las joyas”.

“Y el tercer paso –dijo Vlad–, es localizar el teléfono de Luis… Donde esté su teléfono estará él”.

Hubo un momento de silencio.

“Tenemos un perfil de la dinámica del crimen –dijo el jefe Canta–; el asesino era de confianza de míster Dan ya que no encontramos puertas, ventanas ni portones violados, por el contrario, estaban cerrados normalmente. Creemos que el sospechoso se acercó al gringo con la escopeta en la mano, decidido ya a quitarle la vida para robarle, y que lo encontró en la casa, desprevenido; aquí, sin decirle nada, le disparó, matándolo en el acto. Luego, se robó las joyas, cuya existencia conocía muy bien, se llevó el carro, y huyó con su esposa… ¿Vamos bien?”

“Muy bien” –respondieron a coro Vlad y el Gaby.

“Entonces, sigamos. Vlad va a las joyerías de La Ceiba, sobre todo a las que parezcan más sospechosas. Si no encuentra nada aquí, va a Tela, y si aquí tampoco hay algo, pedimos la ayuda de San Pedro Sula… El Gaby se encarga de buscar el vehículo robado y yo voy a hablar con algunos amigos que son muy buenos en tecnología para que nos ayuden a localizar el chip del sospechoso. ¿Estamos?”

“¡Estamos!”

Joyas
Vlad no tuvo que esforzarse mucho. En la tercera joyería que visitó, encontró lo que buscaba.

“¿Usted sabía que eran joyas robadas?” –le preguntó al dueño.

“Mire, en este negocio uno no hace muchas preguntas”.

“Y ¿sabía que para robarse estas joyas mataron al dueño de un escopetazo?”

“No, señor; no sabía”.

“Bien. ¿Cuánto pagó por ellas?”

“Doscientos mil lempiras…”

“¿Doscientos mil? –exclamó Vlad–. Pero si valen por lo menos un millón”.

“Bueno, en este negocio…”

“Ya, ya entendí. Voy a decomisar las joyas, a menos que usted quiera que el Ministerio Público lo enjuicie por comprar joyas robadas?”

El hombre no dijo nada.

Vlad agregó:

“Ahora, descríbame a la persona que se las vendió”.

El joyero empezó a hablar despacio y como si le costara recordar. Entonces, Vlad puso una fotografía delante de sus ojos.

“¿Es este hombre?” –le preguntó a quemarropa.

El joyero respondió de inmediato.

“Sí, es él” –dijo.

“Y andaba con una mujer…”

“Sí… con una mujer”.

“¿Vio en qué vehículo andaban?”

“No, señor; eso no lo vi”.

“Bien. A su tiempo le llegará una cita para que nos visite en la DPI. ¿Me entiende?”

“Sí, señor”.

Reunión
De nuevo en la DPI, el grupo de agentes se reunió para analizar lo que tenían y planificar lo que seguía en la investigación. Ahora estaban seguros de que el ladrón de las joyas era Luis, el joyero lo había reconocido y era suficiente.

“El es también el asesino” –dijo el jefe Canta.

“Lo que veo es que se nos va a hacer un poco difícil localizarlo –intervino Vlad–; tiene dinero, un carro a su disposición, y un arma…”

“Pero si nos apegamos al perfil psicológico del criminal, creo que Luis es un hombre muy arraigado a su tierra, y no creo que se aleje mucho de La Ceiba… Tal vez se mueva entre las aldeas cercanas, quizás llegue hasta Tela y a El Progreso, o se vaya más al norte, a Colón… Si nos ayuda la gente de Tránsito vamos a localizar el vehículo más rápido”.

“Tenemos el número de su celular…”

“Entonces, sigamos la cacería”.

La viuda
La mujer, vestida de negro, los ojos húmedos a causa de las lágrimas y el rostro lleno de ira, llegó a la DPI a preguntar por los avances del caso.

“¡Ah!, recuperar las joyas ser buena noticia… –dijo, cambiando de aspecto de inmediato–. ¿Cuándo poder entregarlas?”

“Eso lo decidirá el juez, señora, después del juicio al asesino. Son pruebas…”

La mujer hizo un gesto de decepción.

“¿Saber dónde estar el criminal?” –preguntó, de repente.

“Estamos trabajando en eso, señora. Cuando tengamos resultados, usted será la primera en saberlo”.

El jefe Canta no se sentía a gusto ante aquella mujer algo extraña.

Iba a decir algo más, cuando Vlad entró como una tromba a la oficina.

“Localizamos al sospechoso en Tela” –dijo.

“¿Estás seguro?” –le preguntó el jefe Canta.

“Se hospedó en un hotel, comió en el restaurante, desayunaron temprano y salieron antes de que llegara la gente de Tela”.

“¡Excelente! –dijo el jefe Canta, con una sonrisa–. Eso significa que vamos por buen camino”.

“Hay retenes de Tránsito en la carretera”.

“Bueno, eso servirá de mucho si usa la carretera principal…”

Persecución
El grupo de detectives se obsesionó con la captura de Luis. Día y noche trabajaban en el caso, y poco a poco fueron acumulando información de los movimientos del sospechoso.

Un día amaneció en Jutiapa; a la noche siguiente estaba en Sambo Creek, para despertar después cerca de Tela. Pero, cada vez parecía más difícil su captura. Y, por fin, desapareció. Por una larga semana nadie dio noticias de él.

“Este caballero se hospedó aquí hace dos noches –dijo el encargado de un hotel de cuatro estrellas, en El Progreso–; andaba con su esposa. Nos honraron con su presencia dos días y tres noches… Es un hombre de gustos finos porque la esposa pidió varios de nuestros mejores platos, e, inclusive, dejó una sustanciosa propina para el chef”.

Los detectives sonrieron.

“¿Sábe usted de quien está hablando?” –le preguntaron al encargado.

“Sí, señor; de uno de nuestros mejores clientes… Hizo sus pagos en efectivo…”

“Es un ladrón y asesino –exclamó el Gaby–; mató a un gringo para robarle un millón de lempiras en joyas, y se llevó de paso el carro…”

El hombre se llevó una mano a la boca, se tocó los labios entreabiertos con las yemas de los dedos, abrió los ojos como platos, y dejó escapar un gritillo ahogado, mientras se ponía una mano en la cintura:

“¡No se los puedo creer!”

Avances
Una tarde, dos semanas después del crimen, los detectives recibieron una información especial.

“Localizaron su teléfono en la aldea Perú –les dijeron–; hizo varias llamadas desde allí…”

“¿Y los policías?”

“Cuando llegaron a la aldea, ya se había ido. Pero hizo dos llamadas más desde la carretera. Creemos que va para Tela o para El Progreso”.

Pero, el carro de míster Dan no pasó por los retenes de la Policía, y antes del atardecer, localizaron su teléfono en Tela.

“Vamos a Tela –exclamaron los detectives–. Ya es tarde y creo que se va a hospedar en algún hotel de la ciudad…”

Pero aquella prisa de nada sirvió. Esa noche, el número de celular de Luis desapareció.

“Creo que compró otro chip” –dijo Vlad.

“Pero todavía tenemos la identificación de su teléfono… Cuando haga una llamada, vamos a saber el nuevo número…”

“Y vamos a saber donde está”.

Aquella noche esperaron en vano. Luis no hizo ninguna llamada. Pero a la mañana siguiente, alguien les avisó que el teléfono había sido localizado en El Progreso.

“¿En El Progreso?”

“Sí”.

“Pero, ¿cómo pudo pasar por los retenes sin ser detectado?”

“Bueno –dijo alguien–; los policías también duermen”.

El hotel
Tres patrullas llenas de policías llegaron al hotel con gran estruendo. Era un hotel exclusivo, y los agentes fueron directamente hacia el encargado.

“Buscamos a este hombre” –le dijeron, poniendo frente a él el nombre de Luis.

“Sí, señor –dijo el encargado–; es nuestro huésped… Desayunó hace poco, con su esposa, y creo que salieron al estacionamiento”.

Una vez más, Luis se les había escapado.

“Está en la ciudad todavía –les avisaron–. Ha usado el teléfono dos veces”.

“Pero esta ciudad tiene un montón de salidas”.

“Tal vez regresa al hotel”.

“Parece que pagó la cuenta por adelantado y, si salió, no creo que vuelva…”

Sueño
A eso de la medianoche, una llamada llegó desde La Ceiba, y despertó a los detectives.

“Está en Tela –les dijeron–. Hizo una llamada a Jutiapa desde una zona exclusiva… Creemos que se hospeda en el hotel…”

Los agentes no perdieron el tiempo. Un grupo salió de La Ceiba, mientras el otro regresaba de El Progreso. A eso de las dos de la mañana, se encontraron en un punto en especial.

“Qué dos hombres vayan al hotel sin despertar sospechas ni preguntar por nadie –ordenó el jefe Canta–; lo primero que debemos saber es si el carro del gringo estén el estacionamiento…”

El carro
Allí estaba la camioneta, estacionada cerca de un grupo de palmeras.

“Excelente – dijo el jefe Canta–; creo que ahora sí lo tenemos”.

“¿Le caemos en la habitación?”

“No podemos… Recordá que desde el momento en que alguien alquila una habitación de hotel, se le considera como su domicilio privado, y según la Ley, no podemos entrar sin una orden judicial, y no la tenemos… Mejor dejemos que duerma bien, que desayune y, cuando venga hacia el carro, le caemos encima…”

“¿Y vamos a esperar cuatro horas?”

La protesta se quedó en el aire.

Captura
El sol salió temprano, llenando de luz la ciudad. Los detectives, cansados, hambrientos y con sueño, esperaban en silencio, sin perder de vista la camioneta de míster Dan.

A eso de las siete de la mañana, apareció Luis, seguido por su esposa. Sonreía, llevaba arrastrando una maleta, y conversaba animadamente con la mujer.

Sin sospechar que era vigilado, activó la alarma del carro para abrir las puertas. Pero, en ese momento, salidos de Dios sabe dónde, diez policías con fusiles en mano se lanzaron contra él.

“¡Policía! –le gritaron–. ¡Estás detenido! ¡Arriba las manos!”

Luis no se movió. La sorpresa lo convirtió en piedra. Su mujer empezó a llorar.

“No te movás –le dijo Vlad, apuntándole su pistola a la cabeza–; estás detenido por considerarte sospechoso del robo y asesinato de…”

Luis levantó las manos.

Su aventura había terminado.

¿Por qué?

Sentado, al otro lado de la mesa, Luis parecía tranquilo.

“¿Cómo me localizaron?” –le preguntó al agente que lo interrogaba.

“Por el carro” –le respondió éste.

“¡Yo sabía! –exclamó Luis–. Yo sabía que tenía que deshacerme de ese carro…”

“¿Por qué mataste a míster Dan?” –le preguntó el detective.

“Porque ya estaba harto de que abusaran de nosotros –contestó el detenido–. Yo trabajaba con él y le ayudaba a llevar el rancho, pero la mujer, esa gringa desgraciada, era mala con nosotros… Mi mujer entró a trabajar con ellos, y la gringa empezó a tratar mal a mi esposa casi desde el primer día… De míster Dan no me quejo mucho, pero la mujer es mala… Un día, mi esposa estaba haciendo comida para los dos, en la cocina de la gringa, solo porque míster Dan nos había dicho que podíamos comer allí, y cocinar si queríamos, pero llegó la gringa y le dijo de todo a mi mujer, la insultó, le botó lo que estaba friendo y después le pegó con la freidera caliente, y eso ya no me gustó… Le habíamos soportado los abusos y los insultos por casi dos años, pero ese día me rebalsó la paciencia, entonces, dije que me iba a vengar… Y, entonces, hice lo que hice”.

“Mataste al señor y te robaste las joyas”.

“Sí”.

“Y hasta habías comprado cosas para una casa…”

“Sí, una refri, una estufa, una cama, un tele y unos muebles…, porque quería que nos estableciéramos en un hogar decente con mi esposa”.

“Ya veo… Pero sos hombre de buenos gustos porque te hospedaste en los mejores hoteles…”

“No, hombre, yo no; fue mi mujer que quiso quedarse en un hotel donde va la gente fina, y quería comer como comen los ricos… Y yo, por darle gusto… Pero, decíme la verdad, ¿fue por el carro que me agarraron?”

El agente sonrió.

Vlad, el Gaby y el jefe Canta, dieron por terminado el caso.

Luis verá la libertad dentro de muchos, muchos años. Su mujer lo visita con frecuencia en la cárcel. Por ser su esposa, es inimputable de delito.

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