Crímenes

Grandes Crímenes esta semana: El caso del acusador desesperado

Muchas veces hay que hacer lo que haya que hacer para cuidar el trabajo
17.02.2018

Este relato narra un caso real.

Se han cambiado los nombres y algunos detalles a petición de las fuentes.

Desayuno. “Mire, Carmilla, hay cosas que nadie quiere decir, pero que deben saberse”.

La conversación duraba varios minutos. El desayuno iba desapareciendo con cada bocado y las tazas de café se vaciaban una tras otra, porque el café de Denny’s es de lo mejor que se puede saborear en Honduras.

El fiscal hablaba con algo de cólera en la voz, pero se notaba convencido de lo
que decía.

“Lo que usted escribió el domingo pasado es verdad –añadió, apretando los dientes, como si le pesara reconocerlo–. El “Síndrome Denis Castro” nos ha afectado a muchos… Perdemos en casi todos los casos en que el Ministerio Público se enfrenta al doctor Castro”.

Hizo una pausa, sorbió un trago de café
y agregó:

“Y nadie quiere reconocer que el problema está en la Fiscalía, en la forma en que los fiscales presentan los casos, sin analizar los detalles, sin estudiarlos como debe ser para que se puedan sostener y defender cuando se llegue a juicio… Pero son pocos los compañeros que son objetivos y que presentan un caso hasta que están seguros de los testimonios, del compromiso de los testigos, del trabajo de investigación de la Policía y de
las evidencias…”

Nueva pausa.

Un suspiro largo precedió al último sorbo de café.

“Entre nosotros hay un secreto a voces: estamos obligados a cumplir una meta mensual de casos presentados a los tribunales, de lo contrario, el fiscal no sirve y cae en la lista de riesgo al despido”.

Dio las gracias al mesero que le llenaba la taza por tercera vez y vació en ella dos sobrecitos de azúcar dietética.

“Y no es que el doctor Castro sea un superdefensor, pero hace bien su trabajo y aprovecha los errores y debilidades de los fiscales y de los técnicos y médicos de
Medicina Forense…”.

Miró hacia el parlante que estaba sobre nuestra mesa y arrugó la frente. Por desgracia, en Denny’s parece una discoteca, como si fuéramos allí a escuchar música y no a compartir un delicioso plato
de comida.

“Si los fiscales y la gente del Ministerio Público se documentaran más, si estudiaran el caso y si se asesoraran mejor, no solo se presentarían casos seguros a los tribunales, sino que se ganarían muchos más… y hasta podríamos dejar sin trabajo al doctor… de todos modos, ahora es diputado”.

Sonrió ante esta ocurrencia y concluyó:

“En resumen, Carmilla, el problema es que muchos casos no tienen fundamento y los fiscales acusan solo porque tienen que acusar”.

Suspiró, se acomodó en su silla y sonrió.

“Este caso que le traigo es una muestra clara de lo que le digo. Una acusación hecha sin haberla estudiado y que Denis Castro destruyó en escasos diez minutos… ¡y lo hizo por teléfono! Solo diciéndole al abogado defensor qué es lo que tenía que hacer…”.

“¿En solo diez minutos?”.

“Mire–respondió el fiscal–, muchos compañeros tienen miedo a quedarse sin trabajo y presentan lo que les cae en las manos… ¡Hay que cumplir una meta mensual porque no es que haya mucho trabajo en Honduras!”.

Hizo una nueva pausa, ordenó las ideas en su cabeza y empezó a hablar.

Denuncia

Eran las nueve de la mañana cuando aquella mujer desesperada llegó al Ministerio Público. Vestía pobremente, calzaba chancletas de hule, llevaba el pelo alborotado y echaba chispas por los ojos, chispas que las lágrimas de ira no lograban apagar. Abrió la puerta de vidrio y entró, llevando casi de arrastras a una niña de unos seis o siete años, que se mostraba asustada.

“¡Caminá! –le gritó la mujer–. ¡Aquí es donde vamos a denunciar a ese maldito!”

La niña se resistió, pero la mano de hierro de su madre la zarandeó una vez más.

Era esta una niña que aparentaba menos edad de la que tenía; flaca, casi desnutrida, de ojos saltones, cara pequeña, pelo largo, enredado y sucio, y que vestía una faldita, una blusa desteñida y calzaba zapatos negros.

“¿Qué desea, señora?” –le preguntaron.

“Vengo a denunciar a un maldito que violó a mi hija”.

“Pase por aquí… Allí le van a ayudar”.

Captura

Carlos se puso de pie cuando los policías gritaron su nombre y le apuntaron a la cabeza con los fusiles.

“Está detenido por suponerlo responsable del delito de violación especial…”

“¡Qué! ¿Qué es lo que está diciendo?”

“Tiene derecho a guardar silencio. Todo lo que diga será usado en su contra en un juicio”.

Las esposas de acero estaban frías y Carlos se estremeció cuando las cerraron a su espalda.

“Yo no he violado a nadie”.

“Todos dicen lo mismo”.

“Yo soy inocente”.

“Eso lo vas a demostrar en los tribunales”.

Testimonio

La niña, con voz nerviosa y llena de miedo y desconfianza, miró a la mujer que tenía enfrente y que le sonreía de vez en cuando.

“¿Él te violó?” –le preguntó por tercera vez.

“Sí” –musitó ella.

“¿Cómo te violó?”

“Me hizo eso por aquí…”

Hizo un gesto señalando su espalda.

“¡Maldito!” –gritó la mamá.

“¿Me vas a contar todo lo que pasó?”

“Sí”.

“Bueno… Vamos a empezar por…”

La niña hablaba poco, pero el papel se iba llenando de garabatos que ella no entendía.

Defensa

“Yo no le hice nada a esa niña”.

Carlos estaba angustiado.

“Mirá –le dijo el abogado–, decime la verdad… Tu abogado debe saber bien lo que pasó para poderte defender… Si me mentís y en Medicina Forense comprueban lo que dice la niña, te esperan al menos veinte años de cárcel…”

“Le estoy diciendo la verdad… Yo no he violado a nadie y menos a esa niña…”

“Bueno –suspiró el defensor–, ya solicitamos que en Medicina Forense se te haga un examen… para verificar si hay restos de sangre, semen, heces o cualquier otro fluido que indiquen que abusaste de la niña…”

“Háganme los exámenes que quiera”-

“¿Te bañaste hoy?”

“En la mañana”.

“La madre de la niña dice que la violación se dio a eso de las ocho…”

“Yo estaba en mi trabajo”.

“Te pregunto de nuevo… ¿Conocés a la niña y a su mamá?”

“Sí, sí las conozco…”

Llamada

El abogado defensor estaba en un callejón sin salida. Los resultados del examen en Medicina Forense resultaron negativos, sin embargo, los de la niña se estaban manejando en secreto.

“Tenemos que conocer los resultados” –dijo el abogado.

“Por supuesto –contestó el doctor Castro, al otro lado de la línea–. Decime una cosa, ¿tienen la medida de la parte del acusado?”

“Sí, doctor”.

“A ver”.

El abogado esperó unos segundos, dio vuelta a unas páginas y dio la respuesta. El doctor se sorprendió.

“Con algo así el daño en la niña debería ser severo, tan severo que amerita hospitalización”.

“¿Por qué, doctor?”

“Una acción de ese tipo, forzada, obligatoriamente rasgaría y rompería todo a su paso, y las lesiones, o sea, las heridas, sangrarían copiosamente. Es más, sería casi imposible que la niña caminara hasta el Ministerio Público… ¿Alguien notó machas de sangre en la niña?”

“No, doctor, o, al menos, no dice nada de eso la acusación…”

“Ajá. Y, mientras la niña daba su declaración, estuvo sentada”.

“Sí… Se supone”.

“Eso, dadas las condiciones físicas de la criatura, sería imposible”.

“¿Entonces, doctor?”

“Esperen el dictamen de Medicina Forense…”

“¿Qué tiene que decir?”

“Muchacho, ¿es que vos sos nuevo en esto?”

“No, doctor”.

“¿De qué están acusando a tu cliente?”

“De violación, doctor…”

“Y no de una violación cualquiera, ¿verdad?”

“No, doctor”.

“La supuesta víctima es una niña, delgada, casi desnutrida, de seis años…”

“Siete, doctor”.

“Que jamás resistiría una agresión de ese tipo, no sin que en ella queden secuelas físicas graves y que provocarían sangrado
abundante…”.

“¿Entonces?”

“El dictamen tiene que detallar las lesiones, especificarlas, decir que hubo sangrado y muchas cosas más que demuestren sin lugar a dudas que acaba de haber una
violación anal…”

“¿Y si no hubo sangrado, doctor?”

“¡Estás hablando de una niña de siete años, caramba! ¿Cómo no van a quedar lesiones después de una penetración forzada con algo que mide tanto como me has dicho? Además, si hubo penetración, aunque sea de un supositorio, el forense tiene que encontrar huellas, algo que diga que esa parte del cuerpo ha
sido agredida”.

Audiencia

“El Ministerio Público ha leído íntegramente la declaración de la niña violada, honorable tribunal, y solicita que se dicte prisión preventiva contra el acusado, previo
al juicio”.

“Tiene la palabra la defensa”.

“¿En qué parte del dictamen de Medicina Forense dice que la niña presenta señales de haber sido ultrajada?”

Nadie dijo nada.

“Ha sido leído el dictamen ante el honorable tribunal, señores jueces –se respondió el abogado–, y en ninguna parte dice que la niña fue violada ni vaginal ni analmente…Es más, se destaca el hecho de que estas partes del cuerpo de la niña están intactas, himen intacto, pliegues anales, intactos…”

En la sala creció un murmullo que los jueces apagaron con una mirada.

“Por lo tanto, honorable tribunal –añadió el defensor–, pido respetuosamente que le sea retirado el cargo de violación a mi cliente y se le declare en libertad ya que la Fiscalía no ha podido ni podrá sostener dicha acusación…”

El abogado hizo una pausa.

“Debo hacer hincapié –agregó– en el hecho de que una violación del tipo que asegura el Ministerio Público, o, lo que es lo mismo, una penetración forzada como la que supone el fiscal y con algo del tamaño ya descrito, dejaría forzosamente, daños graves en el recto, en el ano…”

“¡Protesto!”

“Protesta denegada”.

“Y nada de eso ha identificado el médico forense que examinó a la niña y que firma el expediente que ha sido leído… Por lo tanto, no existe el delito de violación del que se acusa a nuestro cliente”.

“¿Por qué, entonces, la niña acusa al
sospechoso?”

La voz sonó débil e indecisa.

“Algo tuvo que hacerle este individuo para que ella lo acuse” –agregó.

Se escuchó un golpe en el estrado.

“Dadas las pruebas presentadas por el propio Ministerio Público en las que no se demuestra científicamente que haya existido violación anal en la niña objeto de esta audiencia, y dada la acusación de la niña que deja entrever que sí hubo algún tipo de abuso físico de parte del acusado, se anula el delito de violación especial y se cambia la acusación por actos de lujuria… Queda en manos del Ministerio Público probarle a este tribunal esta nueva acusación”.

El nuevo golpe estremeció la sala. El fiscal, pálido como un cadáver, se dejó caer
en su silla.

“¡Todos de pie!” –exclamó el secretario del tribunal.

Los jueces salieron uno tras otro.

Mensaje

El abogado defensor estaba satisfecho.

“Vamos a solicitar que te defendás en libertad” –le dijo a su cliente mientras recogía unos papeles.

“Hay que llamar al doctor Castro” –le dijo al defensor su asistente. El doctor Castro estaba en sesión en el Congreso Nacional y no contestó la llamada. El abogado grabó un mensaje de WhatsApp.

“Doctor –dijo, sin reprimir su alegría–, todo salió como usted dijo. En Medicina Forense no encontraron señales de violación en la niña y los jueces cambiaron el delito de violación especial por actos de lujuria. Ha sido un éxito para nosotros… Muchas gracias, doctor; Dios lo bendiga por lo que hace por gente como esta que no tiene quien los defienda de acusaciones inventadas. Gracias”.

Final

El fiscal calló, bebió medio vaso de agua y sonrió, pero era una sonrisa triste.

“Con acusaciones como esa –dijo–, el Ministerio Público no va a ver una… ¡Ahora, hasta por teléfono nos vapulea Denis Castro! ¿Qué le parece a usted?”

Bebió más agua y agregó:

“Yo pago el desayuno”.

Sacó su billetera y llamó al mesero.

“Denis Castro le quitó de encima a ese muchacho al menos dieciocho años de cárcel, en el supuesto de que lo condenen por actos de lujuria, lo que me parece improbable… Y lo salvó de ser violado en la cárcel…”.

Hizo una pausa y nos pusimos de pie.

“Yo no hubiera presentado una acusación de violación especial antes de ver el dictamen de Medicina Forense… ¡Semejante ridículo hicieron los compañeros al dejarse llevar por la histeria de una mujer y por lo que a mí me parece la casi obligada y dirigida declaración de la niña… a menos que a los fiscales les falten casos para cumplir la meta de este mes!”.

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