Honduras

De las entrañas del pueblo sale el paste que llega a las ciudades

En las remotas aldeas El Suyatillo y El Platanar se fabrican los pastes que abastecen mercados, calles y abarroterías. Conocimos en vivo el proceso que mantiene en pie a varias familias de la zona
10.04.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Cuando el bus de don Marlin Barahona empieza a ronronear camino arriba por “la cuesta del muerto”, rumbo a la capital, los ojos de Carmen Alvarado desbordan vanidad; allá va el trabajo de una semana, algo así como la elaboración de 400 pastes diarios que se venderán pronto en Tegucigalpa...

Solo ha quedado la estela de una de las cinco unidades que a diario hacen la ruta Nueva Armenia-Tegucigalpa y de inmediato Carmen cierra el portón de aguja de su casa y se apresta a iniciar una nueva producción, que servirá para mantener -junto a su esposo Manuel Casco- a sus tres hijos.

En las aldeas El Suyatillo y El Platanar la gente se levanta antes que el Sol comience a vagar por el cielo, a trabajar la agricultura. Pero también a fabricar ladrillos, a cocinar pan y rosquillas y a pasar una larga y filuda navaja a las luffas o “pasteras” maduras que un día antes han ido a recolectar los hombres de estas comunidades. Como por ejemplo los hermanos Henry y Marlon Zúniga...

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Henry Zúniga y su cuchillo van a sacarle la vena a la tusa. Foto: Jhony Magallanes/El Heraldo

Henry Zúniga y su cuchillo van a sacarle la vena a la tusa. Foto: Jhony Magallanes/El Heraldo

Expertos en el arte, el cuchillo parece un afilado colmillo que se extiende de sus antebrazos para abrir las tusas, quitarles la vena y mandarlas al planchado artesanal -una máquina que inventaron ellos mismos- para que luego se le dé forma circular o rectangular y llegue a manos de las costureras...

Como por ejemplo Aleyda Ortiz, Marisol Espinal, Nely Palma o la mismísima Carmen Alvarado, quien recuerda cuando hace un año era una novata y terminaba de hacer sus primeras puntadas. “Yo tenía la máquina y me daba curiosidad ese trabajo de los pastes... hasta que un muchacho me vendió el motor y me empezó a enseñar” recuerda, mientras sus frondosos dedos café empiezan la guerra por enhebrar una aguja.

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La gente se activa en la actividad; este es el planchador que se inventaron. Foto: Jhony Magallanes/El Heraldo

La gente se activa en la actividad; este es el planchador que se inventaron. Foto: Jhony Magallanes/El Heraldo

- ¡Hay que tener bueno ojos... ja, ja, ja!

- ¿Y cuántos pastes hace?

- Al día puede ser que algunos 400. Lo que pasa que se les da una pasada hoy y otra mañana para que queden bien.

- Y una vez terminados se van para Tegus, ¿no es así?

- Semanalmente viene un muchacho que los compra o sino cada 15 días se le manda el paquete en el bus que va a Tegus. Al por mayor el precio es de seis lempiras; por unidad, 10.

- ¿Usted es de acá?

- No, soy de Concepción de Intibucá pero vivo acá desde los 16 años siguiendo a mi esposo... ja, ja, ja.

Unas 10 familias son las que justamente subsisten de esta rudimentaria destreza que finalmente lleva sus productos a las calles del país, a los estantes de los supermercados y, claro, a Estados Unidos cuando desde Norteamérica piden su respectiva dotación de pastes.

Todo nace acá donde se pierde la señal del celular, en medio de los cerros El Suyatillo y El Platanar. Todo nace acá mismo en el polvo eres, polvo serás de estos humildes poblados que encontraron su vocación en el corazón de las “pasteras”...

Máquina en “on”, Carmen Alvarado se alista para costurar y darle el toque final. Foto: Jhony Magallanes/El Heraldo

Máquina en “on”, Carmen Alvarado se alista para costurar y darle el toque final. Foto: Jhony Magallanes/El Heraldo

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