Honduras

'¡Dios mío, la niña!”: la crónica del delivery que se convirtió en un 'héroe con mochila”

Luis Enrique Gómez vive de lo que gana diariamente trabajando como repartidor de productos. En los días buenos puede ganar hasta 1,300 lempiras, pero nada de ese dinero vale el ayudar a quien lo necesita en las calles de San Pedro Sula

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24.09.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- “¡Buenas tardes!, le traigo su pedido”, dijo con voz todavía asustada Luis Enrique Gómez, mientras sacaba de la mochila isotérmica una pizza que casi una hora atrás había pedido un cliente a través de una app.

'Disculpe la tardanza, pero es que había un accidente', continuó diciendo. El cliente, quien minutos antes le había hecho varias llamadas, entendió esas palabras, pero desconocía que estaba frente a un hombre considerado, por sus compañeros, “el héroe con mochila”.

Esa tarde del lunes, como todos los días, Luis Enrique realizaba su trabajo como delivery (repartidor) para la empresa salvadoreña, Hugo. Se dirigía a la colonia Río Blanco, llamada así por el caudaloso río, con el mismo nombre, que pasa a un costado.

El joven de 28 años se conducía en su humilde motocicleta, su único equipo de trabajo desde que inició la pandemia por el covid-19.

“Ese día empecé un poco tarde a trabajar, eran las 9:00 de la mañana. (En la tarde) andaba yo por el lado de Avenida Circunvalación, por el Saybe, cuando me cayó un pedido para pizza; yo voy a dejar el pedido, pero en lo que voy saliendo de allí veo que pasa la moto a la par”, relató el joven con voz inquieta.

Eran 5:30 de la tarde, cuando el sol empezaba a caer y la luna asomaba su traslucido rostro en el azulado cielo, un cielo despejado, sin muchas nubes pese a que es temporada lluviosa.

El semáforo de la vía se puso en verde, dando aviso de que los conductores de esa calle podían seguir derecho, mientras los vehículos que estaban a un costado, justamente en el cruce que dirige a otra zona de ciudad industrial, debían hacer un alto.

Luis Enrique estaba una cuadra atrás de la motocicleta en la que se transportaba la pareja y la niña, es decir que de estar un poco cerca él también hubiese corrido con la misma suerte. Pero afortunadamente no fue así.

En un video difundido en las redes sociales se observa que un colega de Luis Enrique pasa segundos antes del accidente. El semáforo aún está en verde cuando la pareja en la motocicleta circula por el cruce. Un vehículo rojo, que no se detiene a hacer el alto, acelera de inmediato, hasta que el motociclista y su familia impactan en la parte frontal.

“Recuerdo que metí tercera en la moto y cuando el carro se metió yo dije ‘¡Dios mío!’, luego impactaron contra el vehículo y salieron elevados, dieron como tres o cuatro vueltas; yo solo dije ‘¡la niña!’, contó.

Luis Enrique aceleró su motocicleta y como pudo se orilló hasta donde habían quedado las tres personas tiradas: el padre de la bebé estaba casi en medio de la vía, la niña había quedado cerca de una pequeña mediana, mientras su madre estaba a casi dos metros encima de un área verde.

El hondureño no despegó sus ojos de la menor, quien había perdido el conocimiento por el fuerte impacto. “Estaba como desmayada”, dijo.

“Estaba como en chock. Yo le hablaba fuerte, pero no respondía. Le sobaba la espalda, la parte del pecho hasta el 'estomaguito' y le hablaba fuerte. De la nada agarró aire y empezó a llorar, quería levantarse, moverse y movía los ojitos para todos lados como buscando algo”, relató.

En ese momento Luis Enrique solo pensaba en sus tres hijos: una niña de siete años, un varoncito de cuatro y el menor que apenas tiene 18 meses de nacido. Esos tres rostros los veía en esa pequeña inocente de dos años, quien desesperada gritaba “¡mamá!, ¡mamá!”.

“Ella (la madre) me volteó a ver y decía ‘¡no, mi niña no!; ¡mi niña, no!’. Cuando empezó a respirar yo le dije ‘ella está bien, ¡cálmese!, solo tiene un golpe en la cara, está viva’”, respondió a la mujer, quien se retorcía de dolor en el suelo.

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Pasaron varios segundos para que otras personas -incluidos trabajadores de Hugo- se detuvieran a ayudar, mientras el teléfono de Luis Enrique no paraba de sonar: era un cliente de la colonia Río Blanco, ubicada a unos ocho minutos de donde ocurrió el accidente.

El hondureño movió a la niña cerca de su mamá para que se calmara. “Hija, aquí estoy”, le dijo. La menor inmediatamente se sintió reconfortada, protegida, como si el dolor no se sintiera en su cuerpo, al menos eso fue lo que percibió Luis Enrique porque en ese momento paró de quejarse.

La ambulancia llegó más rápido de lo esperado y, en ese momento, Luis Enrique siguió su ruta, siempre pensando en esa familia que resultó herida por la imprudencia de un conductor que se dio a la fuga.

Apoximadamente ocho minutos después, ya se encontraba entregando el pedido donde 'le comenté lo que había pasado y me regaló una propina', dijo de forma agradecida.

Los paramédicos trasladaron a las tres personas hacia el Hospital Mario Catarino Rivas, donde aún están internos los padres de la niña de dos añitos, mientras ella afortunadamente solo tiene raspones y una fractura en su brazo derecho.

La niña está bajo el cuidado de sus familiares, a la espera de abrazar nuevamente a esa mujer que en un momento de dolor la calmó con apenas tres palabras: “aquí estoy, hija”.

Trabajar como delivery

Mientras la noche serena seguía avanzando, las manecillas del reloj apuntaban a las 9:00 de la noche. Luis Enrique, con el teléfono pegado a su oreja, contestaba la llamada de EL HERALDO que se había postergado algunas horas, pues aún no cumplía su horario de trabajo.

Todos los días empieza a entregar productos a las 8:00 de la mañana. Entre más temprano más ganancias obtiene.

Diariamente labora entre 12 y 13 horas, pero en los días buenos, como los domingos, ese arduo horario puede significar 1,300 lempiras de ganancia.

Este hondureño trabaja como delivery desde hace cuatro meses, un poco menos de 60 días después de que el covid-19 ingresara a Honduras.

Debido a el impacto de la pandemia en la economía, había sido despedido de su empleo anterior. Con tres hijos y un negocio de arreglos para festividades que apenas pudo montar en su vivienda junto a su esposa, decidió buscar un nuevo ingreso.

Su único equipo de trabajo era su motocicleta, así que envió su curriculum y al ser aceptado se puso su uniforme, la mascarilla y una mochila en sus hombros.

Los primeros días fueron para adaptarse, pero rápido le encontró sentido al trabajo: responder la llamada, ir por el producto, entregarlo lo más rápido posible al cliente y ganarse una buena propina.

Esa es su rutina diaria, a menos que en el peligroso camino, donde solo Dios lo ampara - como él mismo dijo- ocurran incidentes, como el del pasado 21 de septiembre.

“Estamos agradecidos con él, porque lo primero que miramos es el gesto de tirarse de la moto y auxiliar a la niña que es algo…” dijo con voz quebrada Keilin Chávez, en dialogo con un periodista de GoTv.

La joven se mostró agradecida, pues además de ayudar a sus familiares en el accidente, Luis Enrique se organizó con sus colegas para entregarle algunos víveres.

“Hay que ponernos la mano en nuestros corazones y ayudar al prójimo. Ese día fueron ellos, pero más tarde, al día siguiente o cualquier día de la vida, puede ser uno mismo o un familiar. Es bonito ayudar al prójimo, como dice la palabra de Dios”, reflexionó, cuando ya habían pasado 18 minutos de la llamada.

Al fondo, se escuchaban las voces de varios niños, sus hijos, quienes entre la algarabía jugaban en alguno de los cuartos de la oscurecida vivienda, pues no había luz eléctrica como efecto de la crisis energética que vive el país y que golpea día de por medio en el sector del Ocotillo, dentro de la colonia Cozmul, aún en el casco urbano de San Pedro Sula.

El joven adrede ignoró el ruido de fondo, solo siguió con la conversación, mientras seguramente pensaba en lo afortunada que fue esa familia por seguir viva.

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“No hay que perder ese don de demostrar que somos seres humanos… Actué no solo como el padre que soy. Es algo maravilloso lo que se siente después de eso y la gloria siempre es para Dios”, mencionó.

Luis Enrique es un humilde padre de familia; trabaja más de 12 horas diarias con una enorme sonrisa en su rostro que cubre un tapabocas negro, pero nada de esto lo cansa o perturba cuando llega a la vivienda -que le prestó su madre antes de emigrar a España- y mira a sus tres hijos, esos pequeños que recordó al socorrer a una niña y convertirse en un “héroe con mochila”.