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'Las sociedades se están deshumanizando”

Realidad| El español, máster en conflictología, que dictó una conferencia sobre el perdón en el país, considera que son los hondureños quienes deben recuperar la caridad y tolerancia, viendo cuáles son las causas y atacando el problema de raíz; porque no hay remedios mágicos para arreglar una sociedad con prisa.

22.12.2012

El conjunto de secuelas dejadas por conflictos armados, terrorismo, violaciones de la dignidad de la persona y de los derechos humanos acaecidos en los últimos decenios, ha despertado desde principios de los años noventa del siglo pasado un interés por el perdón.

Un perdón, como una novedad liberadora y curativa, que atrae el interés de la sociedad desde el punto de vista psicológico, antropológico, sociológico y religioso, aportando profundizaciones y proponiéndolo como una solución, no solo para los grandes conflictos, sino también como un recurso al que se puede acudir en las relaciones humanas. Llegándose a pensar que no basta entonces únicamente la justicia de los tribunales ni las reparaciones económicas en el ámbito de los derechos humanos.

Para hablar de cómo esta insuficiencia impulsa una evolución del derecho de las reparaciones, entrevistamos al español, doctor en derecho y master en conflictología, Jaime Cárdenas del Carre, invitado recientemente en esta época de Navidad a Honduras por el Opus Dei para dictar una conferencia sobre El perdón “fuente de liberación” en la apertura de la celebración de la novena de la familia de San Josemaría Escrivá de Balaguer.

El mensaje de Cristo sobre el perdón fue revolucionario en su momento y lo sigue siendo hasta ahora, porque supone un cambio de paradigma con relación al “ojo por ojo, diente por diente”, estas son las impresiones del especialista.


¿En qué consiste el perdón en el cual se tienen que fundamentar las relaciones humanas? El mensaje cristiano al refundarse las relaciones humanas en el amor, el perdón, como el amor de Dios donde este surge, no tiene medida, no admite limites. Jesús amplía el termino y abraza a toda persona, incluidos los enemigos y cualquier acción ofensiva. Se pasa de la contención de la venganza a la “lógica del amor”, al acto positivo de amar a quienes nos han ofendido.

Juan Pablo II, en la Jornada Mundial de la Paz, manifiesta que: “El perdón de Dios se convierte también en nuestros corazones en fuente inagotable de perdón en las relaciones entre nosotros”. Por eso, quien perdona refleja con más nitidez la imagen de Dios. Perdonar es dar un bien después de recibir un mal. Es un modo especialmente intenso de donación de uno mismo, que eleve a la persona, porque el perdón no deja las cosas como antes, sino que la relación queda renovada, y en cierta manera, purificada y más profunda.

¿Qué cosas no son el perdón? No es perdón hacer como que no me ha molestado la ofensa, antes que enfrentarme a decir lo que he sentido y hacerle pasar un mal rato al otro y pasarlo yo, hago como que no ha pasado nada y seguimos relacionándonos, pero en el fondo hay una pequeña barrera. Olvidar es la otra posibilidad, yo olvido y encapsulado el sufrimiento y eso al final vuelve a salir, porque la persona humana es una unidad y no es capaz de dividirse en compartimientos. Entonces, las relaciones humanas son lo más grande que tenemos entre las manos para lograr la felicidad. Nosotros nos enriquecemos con nuestras relaciones y el perdón es algo que va corrigiendo esas relaciones que se van deteriorando, porque de fondo tenemos tanto la potencialidad de autodonación o amor y una potencialidad agresiva de ofender. Eso lleva a que uno tenga una mayor disposición a perdonar y uno se conoce mejor a sí mismo, maneja su propia fragilidad y maneja mejor la fragilidad de los demás con respecto a sí mismo.

Su conferencia está basada en su estudio “San Josemaría: maestro del perdón”, ¿Por qué propone la figura de este Santo como un hombre que vivía el perdón y un modelo a seguir hoy en día? San Josemaría de Balaguer trasmitía a su alrededor una atmósfera de amor a los demás, de valorar a cada persona como hijo de Dios, como ser portador de un centro de dignidad que ni siquiera el pecado puede borrar. Sabía destacar en cada uno lo más sobresaliente. Destacaba la aceptación de las personas, y estaba muy dejos de considerarse titular de una patente de inocencia que le legitimara para mirar por encima a los demás. En este contexto, el perdón se expresaba más como una consecuencia de la caridad que como un deber añadido, llegando a decir que “no he necesitado aprender a perdonar, porque el Señor me ha enseñado a querer”. Resaltaba con estas palabras la caridad como una fuente del perdón y este como una forma de querer. Quizá como la forma más profunda, porque en ocasiones puede ser la más difícil de realizar. Tomando y siguiendo el consejo de san Pablo: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien”, que el parafraseaba diciendo que “hay que ahogar el mal en abundancia de bien”. En primer grado resalta una caridad vivida en grado heroico. Después, el mensaje de la llamada universal a la santidad, sobre todo la concatenación entre mentalidad laical, libertad, compresión y perdón, y sus repercusiones en las relaciones individuales y sociales. En tercer lugar, las contradicciones que padeció durante toda su vida, principalmente en forma de calumnias e incomprensiones e injusticias entre los hombres.

¿Por qué actualmente para la sociedad es difícil vivir el perdón? La intolerancia es un fenómeno que también hoy padecemos, y cuyas influencia se deja sentir en el ámbito de la política, la cultura, el pensamiento, la religión, entre otros. Sus efectos, por lo que significa de exclusión y de semilla de violencia, son la negación de la libertad y el daño a la convivencia. La convivencia consiste en vivir juntos sosteniendo distintas convicciones, no en que todos tengan las mismas o en que nadie mantenga ninguna. La mentalidad laical fomenta por esta vía una cultura más pacífica, que tiende a evitar los conflictos, no por ignorarlos o por pensar que no existe la verdad, sino por el modo en que se afrontan las diferencias. Si hay amor a Dios hay también amor al próximo, respeto a la persona. La transformación de la inteligencia y la voluntad abren los ojos para ver que la caridad cristiana no se limita a socorrer al necesitado de bienes económicos, se dirige, antes que nada, a respetar y comprender a cada individuo en cuanto tal, en su intrínseca dignidad de hombre y de hijo del Creador, como lo sostenía Josemaría, quién además tenía como uno de los grandes mensajes la llamada a la libertad: la reivindicación de la libertad de los hijos de Dios. Este santo repite que Dios ha creado al ser humano digno, libre y responsable. En la sociedad la libertad se traduce en pluralismo. Así entendido, el pluralismo es una fuente de riqueza. Pero puede ser una fuente de conflicto, si hay ataques a la libertad o si falta la justicia y la caridad. Es necesario y estamos invitados hoy en día como San Josemaría a afrontar las ofensas con las actitudes del cristiano transformado: hacer el propósito de no juzgar a los demás, de no ofender ni siquiera con la duda, de ahogar el mal en abundancia de bien.


¿Cómo es que nace la voluntad de perdonar ante una ofensa y por qué el perdón es indispensable en la sociedad? La voluntad de perdonar y su aceptación hacen emerger la verdad y la justicia, preceptos del perdón. Se despeja el camino para el cierre de las heridas y hace posible la reconciliación. Si queremos construir una sociedad verdaderamente humana, uno de los medios ha de ser el de recuperar el perdón. Perdonar puede ser difícil y en ocasiones puede parecer un imposible, sin embargo, como decía Juan Pablo II: “Ninguna comunidad puede sobrevivir sin el perdón”. En mundo surcado por conflictos, el ser humano es capaz de más, su dignidad de hijo de Dios reclama que supere el recurso de la venganza, al resentimiento y el odio. El don de sí debe alcanzar también el proceso de restauración de las relaciones cuando estas se han roto o deteriorado. Asimismo, Juan Pablo II indicaba que “pedir y ofrecer perdón es una vía profundamente digna del hombre y, a veces, la única para salir de las situaciones marcadas por odios antiguos y violentos”.


¿Si hay que perdonar, qué ocurre con la ofensa? Sin conciencia de ofensa no hay culpa, y sin culpa no hay necesidad de pedir perdón. En el perdón siempre hay dolor. La ofensa tiene que ser subsanada, reparada y, así, superada. El perdón cuesta algo, ante todo al que perdona: tiene que superar en su interior el daño recibido, tiene como cauterizarlo dentro de sí, y con ello renovarse a sí mismo, de modo que luego ese proceso de transformación, de purificación interior alcance también al otro, al culpable, y así ambos, sufriendo hasta fondo el mal y superándolo, salgan renovados. Pedir perdón también tiene su precio: la expiación, la reparación de orden roto por la ofensa y reencontrar la verdad sobre uno mismo, traicionada por ofensa cometida. Es el proceso del reconocimiento de la verdad, el arrepentimiento, la petición de perdón, la reparación y el compromiso de evitar nuevas ofensas.

El perdón ha de ser un recurso vivido sobre el terreno, interiorizado desde la caridad y practicado en el matrimonio, en la familia, en la escuela, en la amistad, en el trabajo, en todas las situaciones.

¿Cómo se aprende a perdonar? Se dice que hay que aprender a perdonar. Quizás, pensado en la caridad como fuente de perdón, sería más propio decir que hay que aprender a querer, a amar: a Dios y, desde él, amar al prójimo, aunque ofenda. Si no se perdona, no se ama. El problema del perdón puede ser puesto en práctica, cuando la ofensa se ha cometido y las emociones se destacan; o cuando la vergüenza de la culpa se presenta como un sentimiento insuperable y la verdad de la ofensa aparece demasiado cruda como para ser afrontada. En ese sentido, desde cualquier perspectiva, sea religiosa, psicológica, política, social, entre otras; coinciden básicamente en los mismos puntos: verdad (reconocimiento), arrepentimiento (pesar por el daño causado), publicada (solicitar el perdón al ofendido) como consecuencia, compromiso de no ofender de nuevo y reparación (restablecimiento de la situación anterior).


¿Por qué es importante la familia como escuela del perdón? La familia es el lugar en donde se aprende a perdonar y a conocer los enredijos de las relaciones humanas, porque es el núcleo de los actos de gratuidad y donde se aprende a amar verdaderamente y a vivir los valores como la cultura de la afabilidad, humildad, compresión y la caridad. San Josemaría decía que la mejor manera de educar es el ejemplo de los padres y saber amar y fomentar con unas actitudes que vayan hacia el perdón; por ejemplo, el no reñir entre esposos delante de los hijos, porque si ellos viven en un ambiente donde los padres están discutiendo se puede enrarecer su idea del amor y un hogar. Otra actitud es que la familia nos viene dada. Uno no ha elegido a sus padres y tiene que quererles como son, al igual que a nosotros nos quieren como somos. Juan Pablo II decía que la familia es la única comunidad donde sus miembros son queridos por lo que son, no por lo que tiene. Uno es valorado porque es de la familia y pertenece a ella. Fomentar esas actitudes en la comunidad y no dejar que entren las actitudes mercantilistas de sobrevalorar las personas por su eficacia, también es muy importante. La familia es un refugio de esos valores y a la vez es como un dispensador de ellos hacia fuera.

Fuera de la familia, ¿qué otras escuelas del perdón tiene la sociedad? Dan un gran ejemplo personas que han sufrido grandes ofensas y perdonan. La gente que perdona muestra el rostro de Dios de una manera muy gráfica, porque parece imposible, debido a que hemos llegado a un punto donde perdonar parece inalcanzable. Esos testimonios duros son noticia y llaman la atención, porque esos modelos son buenos y cuestionan sobre dónde tiene que empezar el perdón y recordamos a las familias y a las escuelas.

¿Por qué muchas personas siendo cristianas no profesan el perdón y desmotivan a los demás a ver en él una forma de solución a los conflictos? Es necesario recordar la unidad de vida: recordar a los cristianos que el amor a Dios capacita para unificar todos los aspectos de la humana existencia. No tiene que darse un divorcio entre la fe y la existencia concreta. San Josemaría decía que cabe el peligro de llevar como una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte, y de otra, distinta y separa, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenales. Aplicando al perdón significa que hay que llevar a la práctica, hacer posible, lo que el Catecismo de la Iglesia Católica denomina la “unidad del perdón”, ya que el amor, como el cuerpo de Cristo, es indivisible, no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano y a la hermana a quien vemos. La unidad de vida que practica San Josemaría, que es una llamada a la coherencia de vida cristiana, pide vivir el perdón siempre y desde el primer momento. Por eso, lo habitual será practicar el perdón en la vida corriente. De lo contrario, por la propia naturaleza de la agresión, de la ofensa menuda se pasa a los sentimientos negativos y la incomunicación. El Padrenuestro exige la coherencia del perdón en la relación más importante: la de la persona con Dios. De esta coherencia depende el resto de nuestras relaciones. Por eso, quizás hoy más que en otras épocas, al tratar de mostrar el verdadero rostro de Dios, es preciso subrayar que los testimonios de perdón tienen gran fuerza evangelizadora.

En una sociedad polarizada como la hondureña, llena de conflictos y problemas de inseguridad, ¿cómo se puede recuperarse la caridad y el perdón? Fácil no es, lo primero que hay que hacer es un análisis de cómo hemos llegado a esto. Lo primero que tiene que hacer una sociedad que quiere revertir una tendencia, es analizar lo que le pasa. Son los hondureños que tiene que hacerlo y así uno puede ver cuáles son las causas, porque no hay remedios mágicos para arreglar una sociedad con prisa. Recordando que la solución no está en utilizar paliativos para el problema, sino atacarlo de raíz.

Usted manifiesta que no hay perdón sin justicia social, ¿a qué se refiere con esto? El tema de justicia social no es política. La gente necesita un mínimo para vivir, asistencia médica, educación de los niños. Una persona no puede vivir con la angustia permanente de no saber cómo va a mantener a su familia el día siguiente. La situaciones de pobreza y miseria llevan a una inestabilidad permanente. Situaciones o problemas tan grandes que necesitan que se involucren muchas instituciones de un país. Son cosas que hay que atacar de distintos puntos de vista. De aquí el perdón puede hacer mucho. Desde luego, aprender a convivir sin tener que ir necesariamente a la polémica y el conflicto, sin distinguir a las personas, sus opiniones de lo más importante. Al final la opinión no es el asunto más importante en la persona, tiene otros aspectos de su vida que son muy dignos y aunque no me guste mucho su opinión merece que yo la quiera, que la respete.

¿Cómo se puede llegar a la práctica del perdón en la sociedad contemporánea para una cultura de la paz? Para saber qué es el perdón, es necesario vivir la experiencia de otorgarlo y recibirlo. Descubrir su compenetración con la dignidad humana, su adecuación a nuestra psicología y afectividad y la belleza de sus efectos. El resentimiento y la venganza miran al pasado y en él permanecen, fraguando sentimientos agresivos. Igualmente, el rechazo del perdón concedido encierra en el pasado y lastra las relaciones del presente y del futuro. Por el contrario, el perdón supera el pasado, por vía del amor, la verdad, la justicia y el sufrimiento, abriendo nuevas oportunidades del futuro, renovando la relación desde dentro del hombre. Veremos entonces que el perdón, personalmente experimentado, otorgado y recibido, da testimonio de que en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado.