Opinión

Al agotamiento que nos produjo el ejercicio cívico, porque al final es lo que fue la intención de elevar al rango constitucional la Policía Militar, le debemos sacar lo positivo. Como a todo en la vida. Un triunfalismo posterior, así como la insistencia presidencial en el propósito disociador, no tienen razón de ser.

Ya se probó la presencia de contrapesos en la cámara legislativa con balance a favor de la democracia. Ya se vio que el tilín tilín, fue solo eso, tilín tilín. Nada más. Y eso sí hay que celebrarlo. Todo ha sido ganancia, inclusive para quienes ostentan el poder. Y quienes en apariencia no alcanzaron este objetivo coyuntural. Porque no está llamado a ser nada más que eso, una manifestación en este momento de la vida nacional. No es que han perdido, ni les han fallado. Se trata de controles ciudadanos que, desplegados en el marco de la ley y con los intereses nacionales por faro, cumplen su función de hacer prevalecer valores republicanos. Los que necesitamos. Fue una prueba en la que cada uno debemos evaluarnos para corregirnos. La dirigencia del Partido Liberal, llamado a la oposición responsable, volvió a hacer evidente la carencia de pensamiento estratégico y la necesidad de generarlo. No puede continuar improvisando. Y menos dejándose embaucar por quienes les imponen ideas, que al final nunca son buenas, excepto para los embaucadores. Ahora todos los actores y observadores de la vida nacional debemos enfocarnos en cumplir la gran tarea pendiente: organizar y consolidar la Policía Nacional.

Si la depuración no va, por las razones que sea, que se empiece una nueva policía. Que se implementen procesos de selección transparentes como efectivos. Los policías correctos los aprobarían. Dineros abundan.

Con solo un poco de lo que se gastó y se continúa gastando en la saturación mediática por el capricho de la innecesaria constitucionalización de la Policía Militar, se harían linduras para una Policía confiable y garante de la seguridad ciudadana.