El 11 de octubre de cada año, a partir de este año, ha sido declarado por las Naciones Unidas como el Día Internacional de la Niña, como un recordatorio puntual de la condición social, económica y cultural en que ellas transcurren su existencia, tanto en los países primermundistas como en los tercermundistas.
El hecho de pertenecer al género femenino, amén de su tierna edad, las coloca en situación de riesgo y discriminación, por lo que los abusos, hostigamientos y peligros a que cotidianamente se ven expuestas originan con frecuencia resultados trágicos para ellas y sus familias.
Así, el tráfico de niñas para inducirlas al comercio sexual, al tráfico de drogas, a la mendicidad, se añaden a la mutilación genital practicada en ciertas culturas, al matrimonio prematuro en contra de su voluntad, a la cuasi-esclavitud laboral.
Queremos destacar lo ocurrido a una adolescente paquistaní, de apenas 14 años, quien fue víctima de ataque con arma de fuego por parte de una rama del movimiento Talibán, por defender el derecho a la educación para ella y sus compañeras. La bala dañó parcialmente su cerebro, por lo que su estado de salud es de carácter reservado, a pesar de los intentos médicos por recuperarla.
Su nombre: Malala Yousafzai, su ideal: la superación personal y de sus condiscípulas vía el aprendizaje. Fue tal la ola de repudio e indignación entre la población paquistaní, independientemente de su clase o posición política, que el Talibán intentó racionalizar el comunicado explicativo en estos términos: “Malala fue seleccionada debido a su papel pionero en predicar el secularismo y la llamada moderación ilustrada”. Vano intento, que revela el fanatismo, la intransigencia y el fundamentalismo desatado por una interpretación distorsionada del libro sagrado musulmán: El Corán.
De manera ominosa, advirtieron los verdugos que si la joven sobrevive al atentado, intentarán nuevamente quitarle la vida.
La solidaridad con la víctima ha sido absoluta, a nivel nacional y mundial. Es de esperar que su causa en pro del derecho inalienable a la educación, parte esencial de los derechos humanos, pueda ser promovida y difundida a lo largo y ancho de su país, de las naciones vecinas y del mundo entero.
Ya es tiempo que los gobiernos, los organismos internacionales, la sociedad civil, hagan mayores esfuerzos para proteger a las niñas que siguen en desventaja incluso en sus propios hogares e iglesias.