Opinión

La hora de las rectificaciones

La renuncia del Papa Benedicto XVI conlleva repercusiones de todo tipo tanto para la Iglesia Católica como para la feligresía: en lo doctrinario como en su imagen de cara a los creyentes y al mundo.

Al asumir tan alta investidura, su agenda incluía sanear las finanzas vaticanas, contaminadas desde hace muchas décadas por escándalos causados por transacciones irregulares, que incluían lavado de activos, tal como lo comprobó la Comunidad Europea, así como reafirmar los principios teológicos fundamentales.

Se retiró como monarca de la institución con frustración y desencanto dada la férrea oposición que encontró entre sectores aferrados al tradicionalismo y al status. Sus palabras pronunciadas el 13 de este mes condenaron “la hipocresía religiosa”, “el comportamiento de los que aparentan”, así como las actitudes que buscan ante todo “los aplausos y la aprobación”, instando a superar “el individualismo y las rivalidades”. (EL HERALDO, 14 febrero 2013, p. 48).

Palabras nada diplomáticas que repudian por igual a los pedófilos como a los poseídos por la ambición y el afán de notoriedad, a los manipuladores como a los intrigantes.

Se retira para pasar sus últimos años en meditación y oración pero también reflexionando sobre su extensa trayectoria que lo llevó desde el seminario hasta la silla pontifical.

No estará solo: millones de católicos continuarán valorando el valiente esfuerzo que intentó implementar en bien de la salud institucional, que urge de readaptaciones y cambios que la pongan en sintonía con los tiempos actuales, en que se entremezclan el escepticismo con la fe, el materialismo con el idealismo, el principio libertario con el autoritarismo, la transparencia con la secretividad.

La grey espera que el cardenal que resulte electo como su sucesor le insufle a la “madre y maestra Iglesia”, hoy atrofiada y desconectada de los grandes temas del siglo XXI, nuevo aliento, nuevo rumbo, reencontrándose con los postulados imperecederos de Cristo Jesús.