La crítica situación por la que atraviesa la actual clase asalariada europea —otrora beneficiaria del estado de bienestar, pletórico en conquistas sociales— es el más dramático referente de las dificultades que enfrentan tanto los trabajadores del mundo como sus tradicionales organizaciones.
De hecho, las principales víctimas de la crisis financiera y económica en los países ricos son los trabajadores; pues son ellos los que han visto desplomarse, como castillo ilusorio, no solo muchas de sus conquistas, sino también hasta su misma razón de ser, ya que el desempleo se mantiene o incrementa para llegar a cifras históricas como en España donde afecta ya casi a un cuarto de la población.
A toda esa realidad mundial, que poco a poco ha ido también minando el poder de los sindicatos, en países como Honduras, la clase trabajadora enfrenta otro problema: la politización, la corrupción y que sus dirigencias han perdido su misión esencial.
Y es que ya no solo se trata de la ideologización, que en un plano filosófico es inherente al nacimiento mismo del sindicalismo, sino de que la inmensa mayoría de los dirigentes sindicales han convertido a sus organizaciones en un medio ya sea para negociar cargos públicos u otras canonjías con la clase gobernante o para impulsar sus propios proyectos políticos.
En otras palabras, las bases o la masa de las organizaciones sindicales y gremiales han sido convertidas en instrumentos para ascender en la escala social, política y económica.
Por eso abundan en nuestro medio los sindicalistas o dirigentes de algunos gremios convertidos en magnates, en burócratas de altos vuelos, en diputados, etc.
Hasta ahora, siempre había dado la impresión de que se trataba de casos aislados, de convenios particulares entre un dirigente determinado y un gobierno o partido político; pero de un tiempo para acá, principalmente en las filas de la izquierda, esto va para convertirse ya en una estrategia general de usar las organizaciones obreras como trampolín para saltar hacia el poder.
Los auténticos trabajadores no deberían permitir que este Primero de Mayo sea convertido en una marcha proselitista a favor de partido político alguno.
Al fin y al cabo, los intereses de quienes suban al poder —ya sean de izquierda, de centro o de derecha— siempre serán distintos a los de quienes trabajan por un salario que les permita vivir y sacar a sus familias adelante.