Al entrar en vigencia la renuncia del papa Benedicto XVI, encomiada por unos y cuestionada por otros, se materializa hoy un hecho que no había ocurrido en la poderosa Iglesia Católica en casi seiscientos años y comienza un inusitado interregnum en el que el pontífice renunciante, antes de regresar a un monasterio en el Vaticano donde pasará el resto de sus días, esperará en su residencia de verano en Castel Gandolfo a que los cardenales que participarán en el cónclave elijan a su sucesor.
Abundan los análisis, los más serios basados en los propios discursos del papa Benedicto XVI y en hechos concretos que se han convertido en tormentosos escándalos para la Iglesia Católica, para encontrar las verdaderas causas de la abdicación papal que, sin duda, tiene sus raíces en “la falta de fuerzas” causada por su edad, pero que son acompañadas por la crisis moral, la lucha intestina, la fuerte presión por los cambios y la creciente competencia por los feligreses.
Pero más allá de las causas de la renuncia y del fuerte tono utilizado por Benedicto XVI para criticar lo que ocurre al interior de la jerarquía católica, el foco de la atención está puesto a partir de hoy en los 115 cardenales que participarán en el cónclave.
Pese a la ausencia física del renunciante, quien a partir de hoy pasará a llamarse Papa emérito o Pontífice romano emérito, muchos creen que al haber designado a la mayoría (67) de los cardenales electores, tendrá una fuerte influencia en el cónclave. Sumado a eso, la larga trayectoria de Ratzinger en el gobierno eclesial, incluyendo sus ocho años como Papa, lo convierten en una fuente de conocimiento excepcional a la hora de buscar las cualidades que deberá tener su sucesor para dirigir las acciones que saquen a la Iglesia Católica de su crisis actual.
Los famosos “vatileaks”, que permitieron al mundo echar un vistazo sobre la corrupción y la encarnizada lucha de poder en el Vaticano, del que existe un informe redactado por tres influyentes cardenales solicitado por el propio Papa, y los escándalos de abusos sexuales a niños por parte de sacerdotes, y la jerarquía encubridora en diversas partes del mundo, plantean dos de los principales retos que enfrentará el nuevo Papa.
El sucesor de Benedicto XVI también deberá hacer frente a las crecientes presiones de grupos dentro de la Iglesia Católica que quieren una mayor transparencia y democracia, una participación más activa para las mujeres y, en fin, cambios más acordes con los tiempos actuales.