Si la ciudadanía esperaba que los distintos candidatos a cargos de elección popular, especial, pero no exclusivamente, por parte de las personas aspirantes a la titularidad del Poder Ejecutivo, expusieran, de manera coherente, lúcida, inteligente, sus planes de gobierno y políticas a implementar para concretarlos en el próximo cuatrienio 2026-2030, sus expectativas, por demás legitimas, han sido nuevamente frustradas.
Lo que nos ofrecen no son planteamientos concretos, elaborados tras exhaustivos análisis de nuestra compleja y dramática realidad social y económica, elaborados por expertos en áreas especificas. En vez de apelar al intelecto colectivo, a su capacidad de razonamiento para contrastar las distintas exposiciones, lo único que ofrecen son ataques y contra ataques verbales, vacíos, que incitan a lo emotivo, lindando con el odio y la confrontación, lo que está caldeando más y más los ánimos de sus respectivos seguidores, que con tal demagogia más bien incitan a la violencia, excluyendo cualesquier intento de escuchar respetuosa y pacíficamente argumentos y puntos de vista contrarios.
Así, tenemos una total esterilidad de ideas positivas, constructivas, factibles, mismas que han sido descartadas para reemplazarlas por otras que buscan los enfrentamientos verbales e incluso físicos, todo con el propósito de obstaculizar e incluso impedir que este 30 de noviembre el electorado, en completa paz y libertad, pueda depositar su voto de manera consciente y meditada con antelación.
Ello es revelador del escaso o inexistente nivel de cultura política de las distintas dirigencias partidarias, ayunas de la capacidad para ofrecer alternativas de solución o por lo menos de alivio a la pobreza, miseria, desempleo, inseguridad, corrupción, impunidad que ha resultado en crecientes niveles de desigualdad, concentración de la riqueza, violencia, presencia del crimen organizado y el narcotráfico en el financiamiento de políticos, conduciendo a una institucionalidad degradada, antesala de un Estado fallido y colapsado.