Las maneras en que nuestros políticos han realizado política partidaria están desacreditadas, por constituir arreglos entre cúpulas, sin consultar a sus bases, por la secretividad con que se efectúan, tomando en cuenta intereses grupales, excluyendo a sus militantes.
El verticalismo, clientelismo y autoritarismo, la ausencia de rendición de cuentas, constituyen otras nefastas características. Con fundamento, la ciudadanía concluye que tanto partidos tradicionales como emergentes están privatizados.
La apatía, el abstencionismo electoral, el descontento, la desconfianza y la crisis de legitimidad son los resultados previsibles, así como el déficit en justicia electoral y constitucional.
La democratización interna, la construcción de la democracia, deben ser prioritarias para su sobrevivencia, recordando que el objetivo más importante de la democracia es elevar los niveles de civismo, confianza, solidaridad, compromiso, respeto mutuo y credibilidad entre dirigencias y bases.
En tanto no exista una efectiva regulación en el financiamiento de los partidos y las campañas políticas, se consolidará la irrupción de dinero sucio proveniente del narcotráfico y de otras fuentes ilícitas.
Las reformas de fondo en el sistema político y en cada uno de los partidos son urgentes, impostergables, al igual que reformas de fondo en el actual sistema político electoral, no meramente cosméticas.
Solo así se alcanzará la verdadera representación ciudadana.
Un sistema genuinamente democrático trasciende lo meramente político para incluir lo social y económico, solo así será integral e incluyente.
De otra manera, su radio de acción queda restringido e incompleto, con los consiguientes rechazos colectivos.