Los índices de violencia y delincuencia no se han reducido en Honduras ni con el toque de queda obligado por la pandemia del covid-19 desde marzo. Las cifras, lejos de reducirse, van al alza. Las muertes violentas siguen tiñendo de sangre el territorio nacional. Por igual han crecido los números de la delincuencia común, asaltos a mano armada en las calles y avenidas de las ciudades, robo de vehículos, asaltos a viviendas, sin dejar de lado el crecimiento de los delitos relacionados con el narcomenudeo y el trasiego de drogas desde el sur del continente hacia los EUA, reflejado en el número de avionetas interceptadas en territorio hondureño y de otros países de la región. Han crecido también los índices de otros delitos como el sicariato, la extorsión, el ajuste de cuentas, los feminicidios, parricidios e infanticidios. Los expertos advierten que las condiciones de pobreza y pobreza extrema que se han agravado en el país, primero como consecuencia de la caída económica orillada por el cierre de empresas y pérdidas de empleo por la pandemia, y ahora por el golpe a la economía de los huracanes Eta e Iota, que amenaza con causar graves daños a la infraestructura esta semana, son algunas causas de este aumento de los índices de violencia en casi todas sus formas, sin olvidar que una causa histórica ha sido la desigualdad y las escasas oportunidades de los que menos tienen a una educación de calidad que les abra la puerta de romper los círculos de pobreza en los que han nacido, y aspirar a condiciones de vida dignas. La situación no es nada alentadora y obliga a quienes gobiernan, pero más a los que han iniciado la carrera por alcanzar el poder en las elecciones del año 2021, a tener una visión clara de la situación de país y elaborar programas, planes y políticas de Estado encaminadas a enfrentar toda esta problemática con seriedad y responsabilidad, pero sobre todo cimentadas en acciones contundentes contra la corrupción que mina los presupuestos públicos, la transparencia y el respeto de los derechos humanos