Editorial

'La familia tiene que ser protegida, son muchos los peligros a los que está enfrentada; el ritmo de vida, el estrés..., a veces los padres se olvidan de jugar con sus hijos. La Iglesia tiene que animar y estar al lado de las familias ayudándoles a descubrir caminos que les permitan superar todas las dificultades. Recemos para que las familias en el mundo de hoy sean acompañadas con amor, respeto y consejo y, de modo especial, sean protegidas por los Estados”.

El anterior ha sido uno de los mensajes del papa Francisco en los días previos al inicio de las celebraciones en Honduras, hoy, uno de agosto, del Mes de la Familia, creado mediante decreto legislativo para resaltar el valor de la institución familiar en la sociedad.

Este año, la celebración encuentra a los y las hondureñas, a la humanidad, luchando contra un invisible virus que ataca sin piedad, y arrebata, de la noche a la mañana, uno o más miembros queridos a millones de familias, y que condena a millones más a vivir en condiciones de pobreza, miseria, y con muy pocas esperanzas de superar otros problemas históricos como la violencia, la delincuencial, el narcotráfico. Pero también la pandemia nos ha recordado el valor de la familia, el valor de vivir en familia, de compartir con la familia, aunque no podemos desconocer que son también muchos, principalmente las mujeres víctimas de violencia doméstica, las que se han visto sometidas a lo largo de la cuarentena a quedarse al lado de sus agresores, indefensas, ante la pasividad de las autoridades estatales y policiales que no dimensionan la gravedad de sus denuncias, si es que alcanzan a hacerlas, pues son muchas las que mueren en el intento de hacerlo.

Importante es entonces que en este Mes de la Familia retomemos esas valoraciones y reflexiones históricas sobre el valor y la importancia de la familia en la construcción de una mejor sociedad; una sociedad más solidaria, más segura y estable; una sociedad en la que fluyan las oportunidades de una mejor vida para todos sus ciudadanos, de respeto de todos sus derechos, sin distingos de ningún tipo, y, como lo pide el papa Francisco, una sociedad en la que, de modo especial, las familias “sean protegidas por los Estados”.