Tres vocablos íntimamente vinculados, que, a lo largo de la historia, han permitido a ciertos grupos marginar a otros de múltiples maneras: restringiendo los lugares en que pueden o no residir, creando instituciones educativas de inferior calidad, limitando su acceso a empleo digno y adecuadamente remunerado. Todo ello con el propósito de consolidar la supremacía política y económica de una etnia en detrimento de otras. Para ello elaboran teorías pseudocientíficas que tratan de demostrar la superioridad racial, innata, del grupo dominante, sobre las consideradas “razas inferiores”; emiten legislación ad hoc para restringir la movilidad social y las oportunidades de superación para las personas de tez oscura; favorecen o discriminan el ingreso de migrantes, de acuerdo al color de la epidermis, la nacionalidad, la cultura. Adicionalmente, crean cuerpos armados represivos para mantener vigente el ordenamiento jurídico restrictivo. Cuando es necesario, aplican violencia selectiva o masiva contra quienes desafían tal orden de cosas. Ven con creciente alarma la diversidad étnica y cultural al interior de sus países, percatándose que la demografía puede estar en contra de sus proyectos hegemónicos.
Políticos demagogos explotan los temores e incertidumbres de grupos poblacionales para enfrentarlos a otros, presentándose como los únicos que pueden garantizar el orden tradicional, las resistencias al cambio. Hoy, rebrotan grupos con ideologías afines, particularmente en Europa, Estados Unidos, India, Israel. Las personas de la diversidad sexual son igualmente víctimas de crímenes de odio, desde agresiones verbales y torturas hasta asesinatos, en violación a sus derechos civiles y sociales, limitando su acceso a servicios de salud, empleo formal, vivienda, seguridad y justicia. La raza humana es una: lo que hay son diferencias en la pigmentación epidérmica. Cualesquier tipo de fundamentalismo —religioso, político, cultural— es pernicioso, atentatorio a la libertad de creencias y dignidad.
