Editorial

Tegucigalpa vulnerable

Las lluvias desnudan una vez más la vulnerabilidad de la capital hondureña. Inundaciones, derrumbes, caídas de árboles, levantamiento de techos y el colapso de varios muros de viviendas y de contención son solo algunas de las emergencias que han tenido que enfrentar los cuerpos de socorro en las últimas horas.

Los damnificados son muchos y las pérdidas económicas millonarias.

Pero nada de lo que sucede es nuevo, más bien es recurrente, es el reflejo del desinterés de las autoridades y de la ciudadanía frente a eventos de la naturaleza que causan daño y dolor a las familias, principalmente a aquellas que viven en zonas que están identificadas como de alto riesgo, pero en las que siguen creciendo los focos poblaciones de manera desordenada, ante la mirada indiferente del gobierno central y la municipalidad; poblaciones que con el tiempo pasan a engrosar los cordones de miseria.

La realidad actual también deja al descubierto la irresponsabilidad de muchos pobladores que siguen disponiendo de las cuencas de ríos y quebradas y de los tragantes de agua como basureros.

Queda claro que las autoridades no hacen mucho más que taparle el ojo al macho con ofrecimientos en campañas electorales, y la ejecución, cuando son gobierno, de medidas paliativas y de proyectos que no tienen ningún efecto a largo tiempo.

La vulnerabilidad de Tegucigalpa, y de muchas otras zonas del país que se ven fuertemente golpeadas por las lluvias, debe ser objeto del tratamiento responsable por parte de los distintos gobiernos, que están obligados a identificar soluciones permanentes no solo a los problemas que generan las lluvias, sino también a los que se presentan en épocas de sequía, con los incendios forestales y todos aquellos fenómenos que causan daño a la población y los recursos naturales del país. Es tiempo de parar con las improvisaciones.